Por lo general en la última recta de elecciones reñidas las encuestas suelen equivocarse. No fue así el caso de Holanda, en donde los sondeos mostraron un resultado similar al que proyectaron las urnas en los comicios generales del miércoles pasado. A finales del año pasado los estudios de opinión pronosticaban el triunfo de la extrema derecha, pero el escenario empezó a cambiar una vez arrancó 2017. El martes en la noche, la más reconocida de las encuestas preveía que Partido por la Libertad (PVV) del candidato Geert Wilders quedaría de segundo, con 24 a 26 escaños, entre un total de 150. El primero en los sondeos era el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), del primer ministro Mark Rutte.
Pasados estos comicios que tenían en vilo a toda la Unión Europea ante el riesgo de triunfo de un ultranacionalista como Wilders, más aún a menos de cuarenta días de las presidenciales en Francia y a unos meses de las legislativas en Alemania, las encuestas terminaron por acertar en gran parte.
El Gobierno, filosóficamente conservador aunque electoralmente se le denomina como liberal, ganó las elecciones y en segundo lugar quedó el fascismo. Es de anotar que esa coalición conservadora-liberal se impuso en las urnas y se favorece ahora de la alianza con los socialistas moderados. En cuanto al número de escaños hasta ahora se le atribuyen a Wilders 19, pero podría acercarse a los 20 con el reconteo. En tanto la colectividad gubernamental sumó 33 sillas, un margen muy amplio.
Lo cierto es que desde enero se notaba una tendencia vacilante y un retroceso de los simpatizantes de la extrema derecha. Se considera, incluso, que de alguna manera las agresivas declaraciones del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan contra el gobierno holandés influyeron en los resultados electorales.
Sin embargo en los medios de comunicación y en los sectores radicales y de izquierda se daba por seguro el triunfo de Wilders para proclamar así al primer país europeo con un partido fascista en el poder. Algo que algunos neomarxistas consideraban positivo, en cuanto al subir la extrema derecha al poder, estimaban que se fortalecería la contraparte, la extrema izquierda.
Ahora, a decir verdad no se trataría del primer partido populista de derecha en el poder, ya que es de recordar que Berlusconi, en Italia, asumió el gobierno con un partido populista que gobernó en democracia y con el Parlamento a su favor, hasta cuando sus errores y líos por cuenta de intereses económicos y yerros políticos, y hasta personales, lo llevaron a los estrados judiciales. Fueron, al final, los jueces los que lo condenaron y sacaron del poder, y no un resultado electoral adverso. Hay quienes consideran que el fascismo de Berlusconi resultó más verbal y demagógico, casi que un truco para ganar adeptos, en lugar de una verdadera política de extrema derecha.
Lo cierto es que en la actualidad en Europa, y más aún en ciertos países como Holanda, el temor a una presunta estrategia de colonización ultraislamista de ese continente cobra inusitada fuerza, respaldada por la llegada diaria de elementos radicales que amenazan la estabilidad democrática y la seguridad ciudadana. Los conservadores, frente a ese fenómeno exógeno que perturba a una parte de Europa, están reaccionando con prudencia, intentando fortalecer las instituciones y regular el flujo de extranjeros sin cerrarles las puertas obligatoriamente.
Esa política es la que triunfó con los sectores conservadores y liberales holandeses y fue lo que les costó la supervivencia a algunos cuadros de izquierda. Los resultados electorales consignaron la derrota de los socialdemócratas, que han gobernado en coalición con los conservadores, que cayeron de 38 escaños a 9, siendo reducidos a la séptima fuerza partidista del país.
En parte, de la misma manera que ocurrió en el pasado con Francia, se utiliza a la extrema derecha como el ‘coco’ que podría ganar los comicios, lo que propicia la alianza en el centro e incluso de la izquierda radical, todos contra el fascismo.
Uno de los hechos más destacables fue la alta participación de los holandeses en los comicios, con una asistencia del 82 por ciento, entre quienes fueron determinantes para los resultados aquellos que se declaraban, antes de las urnas, escépticos e indecisos. El partido conservador-liberal, pese al desgaste de cuatro años de gobierno, terminó siendo la carta más segura para estos últimos.
Por la fragmentación política del país en varias minorías parlamentarias, no será fácil para Rutte formar gobierno. Son múltiples las eventuales alianzas y hay muchos intereses en juego. Aun así la política holandesa tiende a subordinarse ante el interés colectivo y la fuerza institucional de una administración pública generalmente eficiente.