La democracia no tiene mejor indicador que largas colas de votantes. Sin embargo, la anormalidad venezolana hace que algunos electores no vayan a las urnas, por miedo, por la creencia de que le van hacer fraude. Si hoy gana la oposición la mayoría de gobernaciones (23), se puede dar un eventual diálogo bajo otras condiciones. De ahí su importancia
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TREINTA y un años atrás, en Chile, la apatía electoral era tan alta como en Venezuela. Como Maduro, Augusto Pinochet parecía indestronable. La economía crecía, la clase media aumentaba y los militares seguían alineados con la dictadura, que, tras casi dos décadas en el poder, había cobrado la vida de miles de persona. Pocos creían que las cosas cambiarían en el referendo. Pero muchos votaron.
La oportunidad de votar en un régimen autoritario es la mayor expresión de libertad. Es como gritarle en la cara al dictador lo desagradable que es. Bajo esa consigna, hoy muchos venezolanos vuelven a las urnas para manifestar su repudio con el chavismo, apoyarlo o, como aparentemente indicaban las encuestas, abstenerse.
Para contradecir, para gritar, para tachar la papeleta con interrogantes de inconformidad, los candidatos de la oposición han invitado a que los ciudadanos voten. Este mensaje, con el desasosiego generalizado, ha tenido un impacto medio en los votantes. La apatía es una manifestación del desgaste. Algunos venezolanos están tan casados, que prefieren, como Gregorio Samsa, encerrarse en su propia realidad; no practicar el derecho al voto, no salir de la casa.
Pero la mayoría no piensa así. De vestir con máscara, luchar contra el gas pimienta y bajar cinco kilos tras ser perseguidos por los policías durante 120 días, se han convertido en activistas del voto. Vota, porque no hay otro instrumento de libertad, dicen.
La Venezuela de hoy es un retrato de esas dos caras; bueno, hay un tercero, los oficialistas. Los tres, de una u otra manera, sufren las consecuencias de un modelo fracasado, que señala a los países extranjeros de su difícil presente, mientras el hambre y la hiperinflación golpean a su población.
Los huesos lo delatan. Un venezolano promedio, por lo general delgado, come dos veces al día, o menos. En el bolsillo no le caben los billetes que, a la hora de la verdad, no valen nada. La inflación llegó a 652% en 2017. El salario mínimo sirve para comprar una botella de ron o para suplir algunos –pocos- alimentos de la canasta básica. No alcanza para más.
Siete de cada diez venezolanos cree que el gobierno de Nicolás Maduro va hacer fraude en las elecciones de hoy. Al final de la noche, del siguiente día, es probable que los votos a favor del oficialismo se tripliquen y una empresa extranjera diga que no concuerdan sus cifran con las del Gobierno.
La oposición ha dicho que pase lo que pase en estas elecciones a gobernadores va quedar demostrado el descontento de los venezolanos con el chavismo. El lema de campaña de uno de sus candidatos es: “Somos un pueblo que nadie domina, desde hace tiempo somos mayoría (…) Vota en protesta. Si vas a votar ganamos la partida”.
Las regionales
Esta es una de las tres elecciones que el oficialismo le debe a la oposición. El referendo revocatorio y las elecciones a alcaldes siguen sin fecha, pese a que el chavismo pudo organizar–en tiempo récord- la Constituyente. En menos de mes y medio, se organizó, se celebró y, finalmente, se impuso.
Cerca de 18 millones de venezolanos están citados para escoger 23 gobernadores. Para darle legitimidad a la Constituyente, Maduro presenta las regionales como la forma perfecta para revalidar esta asamblea extraordinaria, que sesiona desde mediados de agosto para, dicen los chavistas, recuperar “la paz” y la estabilidad económica. “Todo el que salga a votar está respaldando la Constituyente”, dijo el sucesor de Hugo Chávez.
La Constituyente ha hecho todo lo contrario. En vez de unir, ha generado profundas divisiones, marcadas por el discurso de “ellos” y “nosotros”. De nación, poco. Una de las leyes que ha aprobado esta Asamblea se llama “contra el odio”, pero todos los investigados después han sido de la oposición. Los únicos que odian son los opositores, según la lógica chavista.
A medida que han ido pasando los días, el abstencionismo ha perdido fuerza en la oposición. Hace una semana la tendencia era favorable al abstencionismo, pero poco a poco la mayoría de opositores se han convencido que la mejor elección es votar.
La dirigencia opositora teme que hoy muchos se levanten con el pie izquierdo y saquen un motivo –de muchos- para no votar. Uno de ellos puede ser los más de 120 muertos que han quedado en la impunidad; otro, el inevitable triunfo del régimen hegemónico que no reconocerá una derrota electoral -en caso de que se presente-.
La mayoría de encuestadoras –Datincorp, Datanálisis y Delphos- dicen que la participación rondará por el 60% (sólo Hinterlaces indica que el chavismo va ganar). No está mal. La abstención electoral tradicionalmente ha estado entre el 30 al 40%. Al final, la gente vota.
Sin embargo, la alta abstención es un patrón que se manifiesta más allá del gobierno de turno. La oposición, desde que llegó el chavismo, se ha dividido entre votar o abstenerse. Algunas veces ha participado; otras se ha quedado en casa, una estrategia política que hoy, dicen los mismos opositores, ha permitido el entronque del oficialismo.
Hay tres antecedentes de abstencionismo opositor. Nadando en petróleo y dólares, los parlamentarios de Hugo Chávez no tuvieron rivales para las legislativas de ese año, lo que después fue reconocido por los líderes opositores como un error. Ellos mismos dos años después tampoco participaron en la reforma constitucional propuesta por el líder socialista y, en 2013, tras la llegada de Maduro, la Unidad Democrática prefirió no participar en las elecciones de alcaldes.
¿Es imbatible y tramposo?
Dice el historiador colombiano, Eduardo Posada Carbó –en el periódico El Tiempo-, que las experiencias de Chile y Brasil pueden servir de hoja de ruta en Venezuela. “Las circunstancias y el momento son distintos (…). No obstante, tales experiencias sirven para recordar que las urnas han sido herramientas útiles y eficientes para derrocar gobiernos autoritarios, hasta los que se creían imbatibles”.
Han sido tres resbaladas de la oposición. No participar por cuarta vez sería un descalabro, un golpe mortal. El error del 2005 engrandeció al chavismo y le dio todas las herramientas para colmar la burocracia y apropiarse del aparato productivo.
Poco a poco, el abstencionismo ha ido perdiendo fuerza. En parte, porque su mayor beneficiario es el chavismo. Con todos los poderes a su disposición, algunos líderes oficialistas han anunciado que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) se va burlar de los resultados electorales. Para qué votar, entonces.
La estrategia chavista es muy clara. Fomenta la desazón, promueve la confusión, para que los opositores se abstengan de votar. Maduro le tiene miedo a la democracia bien practicada. Dirá, seguramente, que, como buen demócrata, citó a elecciones, pero nunca reconocerá los bloqueos que el oficialismo le ha impuesto a la oposición para que no vote.
En una decisión arbitraria y de último momento, el Consejo Nacional Electoral (CNE) dijo que eliminó 251 centros de votación por razones de “seguridad”. En total son 13 mil centros, por lo que el impacto de la decisión puede ser menor, aunque la dinámica electoral se puede ver afectada.
“Están hablando de 700.000 personas que las han cambiado hoy (viernes). Mi centro de votación es el colegio donde yo trabajo. Hoy llamé y me dijeron que los soldados se llevaron todo. Me busco en el CNE y aparezco ahí. Pero la MUD ya me avisó que estoy en otro lado”, contó Francisco, un profesor, a EL NUEVO SIGLO.
En términos materiales también hay otra decisión que afecta la credibilidad del proceso electoral. El CNE no avaló al Observatorio Electoral Venezolano, entidad encargada de monitorear elecciones, y designó que una organización de nombre Asamblea Educación se encargue del proceso.
Tras la salida de Smartmatic, empresa que denunció el fraude en las elecciones a la Constituyente, el Gobierno ha escogido a ExClé, empresa argentina especializada en biometría. ¿El lunes habrá otra denuncia?
Juramentación
En la poderosa Asamblea Nacional Constituyente los gobernadores electos tendrán que juramentarse. El hemiciclo donde sesiona el chavismo, sin presencia de un solo contradictor, será escenario de un acto sin precedentes: la primera vez que los opositores pisan suelo enemigo en este año. Están reacios a hacerlo, eso sí.
“Es un requisito 'sine qua non', ineludible, para asumir sus cargos”, advirtió Maduro, usando un latinazgo que se le enreda en la lengua. Según las leyes venezolana, los gobernadores deben juramentar ante los “consejos legislativos o “ante el poder judicial”.
En esta oportunidad, va ser de otro modo. La Constituyente quiere mostrar su poderío, así pierda las elecciones. Aunque cuesta imaginar una ceremonia de juramentación liderada por Diosdado Cabello frente a frente con uno de los gobernadores más antichavistas, Carlos Ocariz (candidato a la gobernación de Miranda).
¿Las elecciones son un punto de quiebre? Al parecer sí. El chavismo intenta recuperar algo de legitimidad y la oposición busca pasar la página de las protestas en la calle y saltar a un nuevo escenario: la negociación.
Varios expertos estiman que con un buen resultado la oposición puede exigir que se adelanten las elecciones presidenciales previstas para finales de 2018. No es tan claro qué tan fácil el chavismo puede aceptar esta condición.
Gozando, con opulencia y bailes, Maduro y su cúpula viven felices. Es un régimen hegemónico, en el que se cuidan para mantener el status quo. Aunque lo mismo pasaba en Chile y Brasil.
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