Suicida tocar plan de infraestructura
¿Para qué entonces existe la planeación?
Las razones por las cuales el vicepresidente Germán Vargas Lleras dijo que la reforma tributaria afectaba decididamente los planes de vivienda son perfectamente lógicas. No es válido, por supuesto, generar toda una política pública para suplir las necesidades de infraestructura y de vivienda en el país, con una mira de mediano y largo plazos, para en la mitad del camino romperle las vértebras al programa.
Para algo existe, por supuesto, la planeación y en efecto toda la plataforma de esa política pública está debidamente registrada y votada en el Plan Nacional de Desarrollo. No es posible, por supuesto, ir en contra de ese principio cuando, por el contrario, el propio Gobierno, en su conjunto, fue el que precisamente incorporó y presentó las clausulas correspondientes.
Se entiende, desde luego, los hechos sobrevinientes a partir de la crisis en los precios del petróleo, pero en modo alguno ello ha supuesto ningún estado de emergencia económica y social, por cuanto desde siempre se dijo que la economía estaba blindada y resistiría cualquier modificación del entorno internacional.
El asunto, por descontado, ha ido mucho más allá y todos los indicadores económicos muestran una desfavorabilidad preocupante. Este año no ha sido fácil, el recorte de las inversiones y la devaluación persistente han significado un viraje de 180 grados frente al país que existía hace dos años.
Si a ello se suma la parálisis anunciada en los programas de vivienda, en caso de quitarse las exenciones en ciertos programas puntuales, los efectos contracíclicos que el sector ha mantenido para evitar los síntomas de recesión se irían al traste. De manera que nada se saca llenando las arcas estatales mientras la empresa privada pierde la dinámica que aún le queda. Nada más desaconsejable para la inversión, de corto, mediano y largo plazos, que la inseguridad jurídica. Un país moderno y transparente, antes que amparar la garosidad del Estado, se mide por la cantidad de confianza que hay en la iniciativa privada y la posibilidad del crecimiento económico a partir del esfuerzo individual. No hay, por lo demás, reforma estructural alguna cuando se va saltando aquí y allá, buscando los mecanismos que se ocurran para cubrir la cifra del hueco fiscal, cualquiera que ella sea. Las exenciones tributarias, en los aspectos de vivienda, no fueron un globo que se le ocurrió a alguien intempestivamente sino que hacen parte de una política sistemática y coordinada para asegurar los elementos propios y difíciles de la vivienda social y de interés prioritario. Como está dicho por el Vicepresidente, de aprobarse la reforma tributaria, tal y como está hoy consignada en estos aspectos, sería una traba insalvable para miles de proyectos de vivienda para los más pobres. Por lo cual sería un golpe mortal a las funciones delegadas por el Presidente, en su cabeza, y no podría cumplirse con lo que hasta ahora ha sido manejado con tino y acierto.
Pero como mucho en este país, en lugar de mirar los contenidos, los politiqueros se van por las ramas y es a eso a lo que llaman política. Ahora resulta que porque Vargas Lleras pone en raya la reforma tributaria, al menos en los aspectos que le conciernen, está yendo en contravía del Gobierno. Pero resulta, como ya se dijo, que los que van en contravía son otros sectores del Gobierno que no hacen caso ni al Plan de Desarrollo que ellos mismos hicieron aprobar.
Está bien, claro está, sustentarse en alguna comisión de expertos, como tantas otras, para tratar de mejorar las condiciones fiscales del Estado. Pero no basta con hacer unos cuadros, con unas cifras muy bien diseñadas y explicadas, si ello no se compadece con tantos sectores productivos nacionales que son la razón de ser del empleo y las garantías reales del orden social.
Frente a ello, sin embargo, los sectores gubernamentales adversos a Vargas Lleras, que buscan réditos con avemarías ajenas, han salido al unísono para proclamar que no puede decir nada y que debe renunciar. Hay que tener mucha levedad de miras para no comprender que dentro del mismo gobierno, en cualquier parte del mundo, hay matices y tendencias, inclusive dentro de los de carácter partidista único, que aquí no es del caso. El presidente Santos, para su reelección, convocó una coalición, precisamente bajo su talante democrático, dentro de la cual lo más importante es la libre discusión y el debate abierto. De lo contrario, ciertamente, no sería coalición, ni Tercera Vía, como él mismo proclama, sino una montonera de férula preponderante. Como no es así, es válido, ya sea en la renegociación del Acuerdo de La Habana, ya sea en la reforma tributaria, que cualquier partido puede opinar sin coartarle su libre albedrío.
Desde hace tiempos sectores afectos al Gobierno que buscan más bien abrirse el espacio político que no tienen, vienen lanzando pullas y echándose como bueyes cansados en el camino de Vargas Lleras. Les causa erisipela que aquel, dentro de las facultades constitucionales, pueda presentarse a las elecciones presidenciales y que el propio Santos pueda respaldarlo, siendo compañeros de fórmula. Basta con recordar que la reelección no hubiera sido posible sin el hoy Vicepresidente y quien con toda lealtad prefirió no presentarse en la liza, aun teniendo amplias posibilidades. Como se sabe, por igual, el Vicepresidente debe renunciar un año antes de las próximas elecciones presidenciales. Y entonces esos sectores recalcitrantes, que quieren la coalición para sus réditos, adoptan la actitud, bastante mezquina, de que el Vicepresidente debe renunciar ya por cuenta de decir unas cosas a todas luces sensatas y que se sintonizan con buena parte de la opinión pública.
Una de ellas, precisamente, la advertencia lanzada antes del plebiscito de que en el Congreso, por lo menos en cuanto a su partido, debían revisarse elementos de la jurisdicción especial establecida en el acuerdo de La Habana. Ahora, denegado el plebiscito, es lógico que esa ruta sea para tener en cuenta, con lo cual están de acuerdo varios sectores del Sí. Porque este, como los representantes del No, también tiene divisiones evidentes, siempre en el propósito de que la paz sea finalmente una realidad en el país, bajo el ámbito constitucional.
De hecho hace más de dos meses el mismo Vargas Lleras había pedido que se escuchara a las altas Cortes y solo esta semana pudieron hacerlo, en torno a sus inquietudes sobre lo que se rediscute en La Habana. Ya no son hoy, pues, los sectores del Sí o del No los que han hablado al respecto, sino nada más y nada menos que la Rama Judicial en pleno, lo cual pone la discusión en un ámbito superior, que fija los linderos al nuevo acuerdo en ciernes.
En cuanto a la reforma tributaria sería bueno mirar el contenido de lo dicho por Vargas Lleras en vez de dedicarse al ojo difuso de la política interesada. Será, claro, mucho pedir en una coalición en donde decir lo que se piensa parece pecado. Otra cosa es que el Presidente quiera que renuncie por anticipado. Hasta ahora lo único que ha pedido es ventilar el tema al interior del Gobierno pero no ha dicho que Vargas Lleras no tenga razón.