- Tomar la temperatura del país
- Ante todo: los grandes propósitos nacionales
El gobierno del presidente Iván Duque se enfrenta hoy a dos circunstancias particulares. Por una parte no tiene suficiente adhesión en las encuestas de opinión y su aprobación llega tan solo al 26%, según el último sondeo de Invamer, sin evaluar por lo demás el impacto del debate sobre la moción de censura y la renuncia anticipada del ministro de Defensa, Guillermo Botero. De otro lado, el Primer Mandatario tampoco cuenta con una alianza mayoritaria entre las bancadas del Congreso, generando una fragilidad permanente en torno a la resolución de los grandes temas nacionales y las políticas públicas que deben tener de soporte alguna ley o acto legislativo.
Así las cosas, en ninguno de los dos flancos existe una cantidad suficiente de respaldo para la satisfacción de los propósitos nacionales. Es un fenómeno, así mismo, al que no está acostumbrado el país y que despierta cierto temor al ver, de alguna manera, la soledad en la que se desenvuelve el Jefe de Estado.
A comienzos de este siglo el entonces presidente, Álvaro Uribe Vélez, logró cubrir exponencialmente ambos flancos. Su popularidad inicial, en vez de decrecer, fue aumentando considerablemente a medida en que desarrolló su primer mandato, lo que le permitió con facilidad presentarse a la reelección. Esta circunstancia se vio acompañada, de la misma manera, de una fuerte alianza de partidos políticos en el Congreso, permitiéndole sacar avante las iniciativas gubernamentales. Así se mantuvo el espectro político durante los ocho años de su doble mandato, inclusive con la amplia posibilidad de poderse presentar al Solio presidencial en una tercera ocasión, lo que sin embargo fue desestimado institucionalmente por la Corte Constitucional. De no haber sido por ese fallo, muy seguramente hubiera tenido de nuevo el favor de las urnas, tal y como lo señalaban todas las encuestas.
En el caso del presidente Juan Manuel Santos, que en principio se lanzó como sucesor de Uribe, logró un amplio apoyo para su primer mandato. Cuando abrió el proceso de paz con las Farc y el propio Uribe creó un partido político para hacerle oposición, su popularidad comenzó a decrecer drásticamente. Alcanzó, sin embargo, a ser reelegido, tramo durante el cual se respaldó fuertemente en los partidos políticos, logrando de continuo una mayoría permanente en el Congreso. Desde este punto de vista, si bien su popularidad fue bastante precaria, tenía un respaldo inusitado en el Parlamento, permitiéndole incluso manejar, posteriormente, la debacle del plebiscito.
El presidente Duque, de otro lado, logró la votación más alta de la historia electoral del país, después de ganar la designación de su propio partido, en múltiples encuestas; triunfar de lejos en una consulta popular con miembros de la corriente de centro derecha; y pasar de largo por la primera vuelta hasta conquistar el Solio, en el balotaje, por más de dos millones de votos frente a su contendor inmediato. Esto, inclusive, porque sectores afines a la centro derecha, que habían perdido en la primera vuelta, apoyaron de inmediato su aspiración.
Durante el transcurso de la campaña presidencial se alcanzó a vaticinar, para los comicios parlamentarios paralelos, que su partido, el Centro Democrático, lograría un incremento importante de curules, visto el viento favorable que acompañaba la candidatura de Duque. No fue así, puesto que en el Senado esa colectividad si acaso alcanzó a mantener sus escaños previos, lo que a su vez no proporcionó un porcentaje preeminente de la entrante colectividad de gobierno en las corporaciones legislativas.
A algo más de un año de ello el escenario político y de opinión pública al que se enfrenta el presidente Duque no es de poca monta. Como se dijo la popularidad no lo favorece y los índices de desaprobación del gobierno rondan el 70%. En el Congreso, igualmente, se ve a todas luces insuficiente el respaldo político, tanto para fortalecer al Ejecutivo, como para sacar avante leyes indispensables, como la reforma tributaria que actualmente se tramita.
El Primer Mandatario ha inaugurado un estilo de gobierno de acuerdo con el cual no es menester recurrir al denominado “transaccionismo”, ni tampoco intervenir en las atribuciones de las otras ramas del poder público. El norte esencial gubernamental es la legalidad y la equidad, respetando las instituciones. Pero al mismo tiempo es deber de los mandatarios garantizar la gobernabilidad para poder consolidar las políticas públicas y sacar adelante su programa, aquel por el que votó la mayoría del registro electoral.
El presidente Duque está, por tanto, en el dilema de que el aseguramiento de la gobernabilidad no implique ningún tipo de “transaccionismo” ni mucho menos de retorno a la llamada “mermelada”. También está en la urgente necesidad de sintonizarse con la opinión pública puesto que no son fáciles los momentos por los que atraviesa el país y se requiere de la mayor unidad posible para cumplir los retos.
El único norte plausible es pensar, ante todo, en el país, como ese axioma del presidente Duque, más que en cualquier otra circunstancia que pueda distraerlo de ese canon ineludible. Lo que importa, ante todo, es cumplir los propósitos nacionales y afianzar su horizonte.