- Modificación de hábitos cotidianos
- Una política pendiente en Colombia
La temporada seca en todo el país se está haciendo sentir con mucha fuerza. De allí que las alertas estén prendidas, sobre todo para evitar incendios forestales y otro tipo de consecuencias nocivas derivadas de las altas temperaturas.
Es importante que las gobernaciones y las alcaldías tengan activados sus respectivos comités de prevención y atención de emergencias, más aún porque desde mediados de diciembre tanto al Ideam como la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres advirtieron que esta primera época veraniega de 2020 se caracterizaría por un calor intenso.
De hecho ya en esta primera quincena de enero la temperatura del aire ha ido en aumento en gran parte del territorio, lo que reduce la humedad ambiente y, por ende, crea condiciones que potencian la amenaza de incendios de la cobertura vegetal, especialmente en las regiones Caribe, Orinoquía, Andina y Amazonía.
Para algunos expertos si bien es cierto que Colombia tiene un Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres muy estructurado en sus niveles regional y local, los efectos cada día más lesivos e imprevisibles del calentamiento global obligan a redoblar las capacidades de las autoridades departamentales y municipales para reaccionar ante las contingencias climáticas. Aunque se ha repetido hasta la saciedad que Colombia, por su ubicación geográfica y las particularidades de su riqueza ambiental, es uno de los países con mayor índice de vulnerabilidad a dicho fenómeno, la aplicación en el terreno de las políticas de adaptación al cambio climático todavía no tiene el ritmo necesario.
En sendos informes publicados en los últimos días por este Diario respecto a los planes de prevención en medio de esta primera temporada seca del año ha quedado claro que hay avances sustanciales para enfrentar la ola de incendios forestales, al tiempo que hay muchas lecciones aprendidas en torno a cómo evitar que las altas temperaturas afecten de manera sustancial las fuentes de agua de las que se surten centenares de acueductos municipales y veredales. De igual manera, los últimos reportes sobre el funcionamiento y confiabilidad de la cadena hidroeléctrica, que soporta buena parte del suministro de energía en todo el país, producen tranquilidad, sobre todo porque el promedio de nivel de los embalses es positivo. A ello se suma que los potenciales de generación de las termoeléctricas y de las fuentes de energía renovable garantizan un colchón suficiente para que, al menos en el corto plazo, no se vea el riesgo de racionamientos de agua ni luz eléctrica.
Sin embargo, como bien lo indicaran algunos expertos en distintas disciplinas entrevistados por la prensa en los últimos días a raíz de los efectos nocivos de las altas temperaturas, es necesario que las personas tengan una mayor conciencia de las consecuencias lesivas del cambio climático en su día a día. Por ejemplo, los especialistas médicos llamaban la atención sobre el bajo nivel de precaución que se tiene en el ámbito laboral colombiano frente a los riesgos de los largos periodos de exposición a la luz solar por parte de los trabajadores que desarrollan sus labores en espacios abiertos. No hay que olvidar que los casos de cáncer de piel y otras lesiones epidérmicas están en aumento en la última década. Igual ocurre con los estudiantes que por estos días comienzan sus respectivos calendarios académicos y que tienen poca instrucción sobre los cuidados que deben tener cuando están al aire libre. También se ha vuelto a escuchar sobre la necesidad de que se instalen en las grandes ciudades colombianas dispensadores públicos de agua, con el fin de evitar casos de deshidratación de los transeúntes. Incluso hay algunos municipios en donde se plantea suspender algunas actividades que usan mucha agua en sus procesos productivos, al menos mientras llega la primera temporada invernal. Es más, se dan casos tan pintorescos como polémicas en algunas oficinas en torno a si es la empresa o los empleados los que deben financiar el mayor consumo de agua para paliar la sed que producen las altas temperaturas… Incluso se ha conocido de polémicas laborales sobre los códigos de vestimenta en medio de la ola de calor de estos días.
Vistos estos ejemplos sencillos sería conveniente que en Colombia se empezara a avanzar en la generación de políticas de adaptación al cambio climático, pero no solo a nivel macroambiental sino también en la cotidianidad de las personas. Ya en otros países hay ejemplos a seguir, como es el caso de naciones en donde se han modificado los reglamentos de trabajo, de riesgos laborales, los horarios y actividades académicas, los controles productivos e incluso los requisitos de amueblamiento urbanístico en función de las contingencias climáticas que implican mayor riesgo para los habitantes en su entorno más inmediato. Se trata, entonces, de aterrizar la adaptación al calentamiento global al día a día de cada quien. Un camino que nuestro país debe empezar a recorrer más temprano que tarde.