La revista Semana se pregunta si Colombia regreso a la moda autoritaria, o si llegó -o volvió- a la tentación autoritaria. Para encontrar repuesta a tal interrogante auscultó la opinión de un grupo de expertos del Centro Nacional de Consultoría que creen que sí. Ellos sostienen que “en Colombia se ha producido una serie de fenómenos políticos cuya explicación sólo es posible bajo la premisa de que los ciudadanos, en los actuales momentos, prefieren una alternativa autoritaria. El propio triunfo del No en el plebiscito de octubre, que implica un rechazo a un acuerdo que le pone fin a un conflicto de 52 años…, se explica en buena medida porque el 61 por ciento de los colombianos tienen sentimientos, valores y concepciones que se pueden considerar como autoritarios.” El estudio concluye que en el momento actual hay una mayoría de colombianos autoritarios y por ello se prefiere los líderes de esas características.
Yo no lo veo así y creo que en ese estudio se debieron incluir otras variables de análisis. Colombia tradicionalmente ha sido un país que no gusta mucho de extremos, aunque en los últimos años buscó dirigentes con la capacidad de enfrentar el desafío violento de las Farc contra el Estado y la sociedad. Recordemos que los militares que han incursionado en la actividad política no han tenido mayor éxito.
Lo que ocurre hoy es que el gran debate nacional pasa por el meridiano del acuerdo de paz y su implementación. La verdad es que la sociedad, desde el plebiscito, quedó dividida frente a este tema tan sensible. Hoy, según las encuestas, se registra cierta mayoría en quienes no han sido partidarios del acuerdo que se firmó y, del mismo modo, figuran en las preferencias electorales los líderes que no son afectos al mismo. Pero ello no convierte en autoritarios a quienes no se han mostrado amigos de la manera como se acordó la paz con las Farc.
En el país hay dos sectores de la población bien diferenciados con mentalidades y visiones muy distintas sobre el devenir del país. Por un lado, quienes habitan la comarca colombiana, y por otro, los círculos capitalinos que miran más hacia el exterior, y en cuyo escenario se ha vivido menos la tragedia de los dolores colombianos.
Ello significa que Colombia no es homogénea culturalmente. Que en las regiones se defienden más los valores tradicionales, y se reclaman medidas de las autoridades que garanticen el derecho a la vida; allá es donde están las víctimas del secuestro, la extorsión, el desplazamiento, la desaparición forzada. Y hay que reconocer que hay un sector de las victimas propensas al perdón, pero hay otras para quienes esta manifestación depende de los niveles de verdad a que se llegue y de las medidas de reparación que se adopten. No hay que confundir el reclamo de autoridad en las zonas geográficas en las que el Estado había perdido el monopolio de la fuerza, con valores asociados al autoritarismo.