Cuarenta y seis millones de colombianos estamos buscando un compatriota en quien CONFIAR. Y no se necesitan avezados asesores extranjeros para interpretar lo que el pueblo desea.
Queremos un líder con principios, de convicciones claras, conocidas y estables. Que sienta un sincero y profundo respeto por la democracia y por sus electores. Que no los menosprecie. Un hombre conectado con el alma de su pueblo. Ojalá fuera un hombre creyente, porque quién es consciente de su condición de criatura, también lo es de su falibilidad y no tiene pretensiones de encarnar él mismo a Dios. Quién cree de verdad, respeta y reconoce a otro creyente, sin perseguirlo invocando simultáneamente la tolerancia.
El espejo de la tragedia venezolana es hoy una cátedra viva de lo que sucede cuando se menosprecia la democracia y al pueblo que es su fundamento. La primera lección enseña que cuando se pretende imponer ideologías foráneas, traicionar las creencias, desconocer las raíces, contradecir la idiosincracia y aplastar las convicciones profundas de un país, ni la intimidación, ni las armas doblegan la conciencia de su propia identidad.
Ni los hermanos Castro, ni las armas, ni los peligrosos e interesados amigos foráneos que importaron Hugo Chavez y Nicolás Maduro, lograron doblegar el alma de su pueblo. Todo lo contrario. Lo han fortalecido. Lo despiertan y empoderan. Produce admiración el ciudadano venezolano. Cercado por el hambre, acosado por amenazas permanentes, sin medicinas y aislado, sin libertad de prensa ni de movilización, acorralado por la ideologización, la barbarie, la ignoracia y con las armas apuntándole, se ha crecido. Hoy es uno de los ciudadanos más libres del planeta, más conscientes de su propio poder de decisión colectiva. Ciudadano libre y con dignidad, a quien ya el tirano no puede arrebatar ni someter en sus convicciones.
El empoderamiento ciudadano del pueblo de Venezuela es un ejemplo cercano de lo que sucede en el alma de una nación cuando se le desconoce y se le intenta someter con ideologías foráneas. Ya no es tan fácil hacerlo como en el pasado. El mundo está interconectado y la comunidad internacional puede jugar un papel muy importante en el restablecimiento de la democracia. Cualquier imposición basada en la mentira, termina por ser visible ante el mundo entero.
Se repite una y otra vez en las más elementales clases de Constitucional: La soberanía reside en el pueblo.
También es ejemplar el papel de la Asamblea Nacional en Venezuela. No se dejó seducir con el poder ni doblegar por las armas. Se niega a ser disuelta a palos. Su espiritu de independencia y libertad crece con cada nuevo atropello. Con su conducta ratifica que la imposición, la manipulación y el desconocimiento de las raíces de un pueblo, sólo consigue empoderarlo.
Ojalá que ayer, 20 de julio, nuestro Congreso, que entró en su etapa final, mire hacia este país hermano y recuerde que en la Cámara y el Senado está la representación popular de los cuarenta y seis milones de colombianos que comienzan a buscar un hombre con las calidades para ser Presidente.
¿O mejor una mujer?