Para acercarse a la realidad colombiana que reflejan algunos dirigentes en torno a los procesos de paz, los de antes y el que quieren emprender ahora, pareciera que es necesario abandonar el pensamiento lógico y la coherencia para entender estos malabarismos ideológicos.
Los mismos que se rasgaron las vestiduras minimizando, ocultando, mimetizando, exculpando el pecado capital de las Farc, “el reclutamiento de niños”, se muestran ahora horrorizados, en nombre de las víctimas, porque ese grupo reclutó y violó cientos de niños. ¡Se acaban de dar cuenta! Le exigen al grupo coherencia y olvidan el ocultamiento. Aunque más vale tarde que nunca, no deja de ser sorprendente, por decir lo menos, que se muestren tan indignados.
Cuando unos pocos denunciaron esta práctica aberrante, los mismos medios, usaron el término “enemigos de la paz”. Cuando las víctimas de las Farc quisieron alzar su voz de protesta no sólo las ignoraron, sino que le entregaron la vocería mediática a víctimas, muy reconocidas de otros grupos, con el mismo derecho a una reparación, pero que, sin sonrojarse, otorgaron generosos perdones a las Farc, mientras exigían ir hasta las últimas consecuencias judiciales, para sus propios casos. ¡Ver para creer!
Es tan ilógico este proceder, que valdría la pena explorar algunas hipótesis. ¿Será que estos saltos mortales que dan los “dueños de la verdad”, estuvieron en la mente de algún Maquiavelo criollo, capaz de traicionar desde el principio hasta a los nuevos mejores amigos?
¿Es creíble que sólo hasta ahora descubren que las Farc reclutaron niños? ¿Apenas ahora caen en cuenta que esos niños fueron tan víctimas, como los secuestrados, extorsionados, asesinados? ¿Cómo hicieron para descubrir hasta ahora el esqueleto debajo de la cama? Estos saltos mortales producen vértigo.
Con esos amigos, a las Farc le va a resultar más confiable el gobierno de Duque, que quienes les regalaron las curules, se hicieron los de la vista gorda con los delitos, usaron a las víctimas, otorgaron perdones y les ayudaron a legislar para evadir la verdadera justicia.
Las víctimas colombianas son las más buenas del mundo, dispuestas, en su gran mayoría, a conformarse sólo con la verdad y hasta a perdonar. Les ofrecieron verdad y esta no llega, les ofrecieron justicia y ven hoy a sus victimarios legislando, les ofrecieron reparación y esta sigue sumando escobas y muy pocos recursos. Aun así pregonan la reconciliación porque no quieren que su tragedia se repita en otros.
En el proceso que se avecina con el ELN y detrás del cual se mimetizan algunos de los mismos que diseñaron el anterior, el país no soportaría que traten de convencernos de que el ELN no tiene nada que ver con el narcotráfico, ni con Nicolás Maduro, que nunca reclutó niños y que las víctimas van a recibir verdad, justicia y reparación.
Ellos no van a aceptar menos de lo recibido por las Farc y las víctimas ya conocen lo que significa “ponerlas en el centro”.
Ojalá, la Iglesia Católica, una parte de cuya jerarquía está entusiasmada con el escenario político, recuerde que no debe ser a cualquier costo, sacrificando la verdadera y única reconciliación, que la predicó Jesús, privilegiando a los más pequeños y no a costa de ellos.