Partir de cero | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Octubre de 2021

Los Estados Unidos se fueron de Afganistán pensando que iban a quitarse de encima un dolor de cabeza.
Pero se equivocaron.  Y se equivocaron por varias razones. 
Primero, por pensar que ya llevaban mucho tiempo allí  y que, 20 años después, la situación estaba estancada.
En Corea del Sur llevan más de medio siglo y a nadie se le ocurriría pedir la retirada.
Por supuesto, una gran potencia tiene límites y no puede librar más de tres o cuatro guerras exitosamente al mismo tiempo.
Tampoco puede quedarse librando guerras eternas, por muy rentables que parezcan.
Pero también hace cálculos permanentemente para saber cuánto cuesta su presencia y qué beneficios recibe a cambio, como sucede en Colombia, para no ir muy lejos.
Lo que pasa es que en muchas ocasiones las ganancias no pueden medirse en ingresos, pero sin estar presente en esos Estado-bisagra, que son clave en la red estratégica regional o global, podría sufrir fisuras incurables.
Y, lo que es peor aún, beneficiar a potencias rivales, como Rusia y China, prestas a llenar los vacíos de poder que la Casa Blanca va dejando por el camino.
En el caso afgano, el gobierno Trump facilitó las negociaciones con los talibanes para compartir el poder con el gobierno prooccidental que, aparentemente, ya era suficientemente sólido.
Aun así, la idea era que Washington siguiera monitoreando la cuestión y que la intermediación norteamericana seguirían acompañando el proceso para garantizar la estabilidad.
Algo muy diferente a salir huyendo, caóticamente, tirando por el piso semejante inversión y tanto sacrificio.
Por eso mismo, el gobierno local, abandonado a su suerte, y frágil por naturaleza, se derrumbó en un santiamén y los extremistas llegaron al poder de la noche a la mañana, como por arte de magia.
En otras palabras, la falta de paciencia y persistencia estratégica llevó a la gran potencia a perder una de las principales fichas del tablero, no regional, sino global.
Con un agravante.  Los talibanes de hoy no solo son los mismos que hace 20 años promovieron los atentados terroristas del 11 de septiembre.  Son peores.
Por ejemplo, más allá de las afinidades o discrepancias religiosas, que solo son un pretexto retórico para justificar alianzas o desavenencias, lo cierto es que hay entendimiento político entre talibanes y persas, con lo cual, Estados Unidos e Israel pueden sentirse bajo asedio permanente de Irán.
Asimismo, los vínculos entre el régimen talibán y Al Qaeda siguen siendo los mismos de siempre.
Y, como si fuera poco, los nexos entre los talibanes y el Estado Islámico ( ISIS ) también están garantizados mediante la red Haqqani, en la que ambos interactúan sin el menor rubor.
En definitiva, más allá de que unos sean chiítas, o sunitas, o sean más o menos integristas ante la ley sharia, todos aquellos extremistas del área forman una misma red cuyo enemigo común es Occidente.
Y el gobierno Biden prefirió ignorarlo.
vicentetorrijos.com