Los casos de Rigoberto Urán, en ciclismo, y de Robert Farah, en tenis, son ejemplos de recuperaciones asombrosas, físicas y emocionales que exceden los límites del deporte que practican y en el cual ocupan una posición destacada a escala mundial. Nos obligan a preguntarnos de qué están hechos para demostrar una capacidad de superación que nos inspira a todos.
Sí, al repasar con admiración su valor para superar tragedias capaces de aplastar a los más valientes ¿de dónde sacan esa descomunal fuerza interior?
Urán se rompió la clavícula en una competencia París–Niza, que le obligó a una complicada cirugía. Con la ayuda de una platina que le implantaron unos maestros de la cirugía, y contra todos los pronósticos, se recuperó. Al poco tiempo lo vimos encaramado de nuevo en su bicicleta, poniéndole buena cara a la vida y picante a sus declaraciones, que al público le encantan y escandalizan a los venerables miembros de la Academia de la Lengua.
La caída siguiente, en la sexta etapa de la Vuelta a España, fue peor y sus consecuencias todavía más graves. Una larguísima operación en el Hospital Universitario Dexeus de Barcelona, reparó sus múltiples heridas que incluían una perforación del pulmón por cuenta de las costillas fracturadas.
¿Ahora sí se acabó el ciclismo para Urán?
Se acabó, pensaron familiares, amigos y aficionados. Pero una férrea voluntad de recuperarse y la decisión de competir de nuevo, hacen milagros. Entrenó con fiereza para participar en el Tour Colombia, redondeando una odisea que va de la sala de cirugía al banderazo de salida de esta prueba en Tunja.
La fuerza de voluntad demostró que es capaz de arrasar con las peores dificultades, como sucedió en el caso de Robert Farah.
Después de sus triunfos en dobles de tenis, en Wimbledon y en el US Open, obtenidos de manera brillante con su compañero Sebastián Cabal, la prensa lo cubrió de elogios, llovieron las alabanzas y su hazaña fue ensalzada merecidamente. Hasta que sobrevino la sanción por dopaje, que amenazó cortar la carrera rutilante que comenzaba a escenificarse en los principales torneos del mundo.
Del pedestal de la gloria a los abismos del dopaje hay un descenso infernal, uno de los golpes mayores que puede recibir un ser humano. Muchas personalidades, aparentemente fuertes, no soportaron esa ignominia y se retiraron cargadas de amargura. Otras cumplieron con el ritual de negar que alguna vez fallaron y otras, sencillamente se esfumaron en silencio.
Ahora, cuando todo se aclaró y se reconoció a Farah como un deportista de proceder limpio, sería muy útil para el país que esos dos ejemplos de entereza y carácter se destacaran con toda su importancia, para que los jóvenes reciban una lección de perseverancia y fuerza de carácter, ejemplo vivo que luce en los campos deportivos sin necesidad de encapucharse para defender lo suyo.
¿De qué están hechos? De disciplina, de coraje, de “berraquera” como diría Urán. Entrenan sus cuerpos, pero también sus mentes, manejan sus emociones y no dejan que los aduladores en la gloria y los críticos en las dificultades, les arrebaten la pasión que inspira sus almas.