Todo siempre estará muy Caro, pero Caro es de todos | El Nuevo Siglo
LA vigencia del trabajo de Caro no es solo una expresión del cambio de paradigma cultural en Colombia y Latinoamérica, sino también de su sintonía -como precursor- con las actitudes recurrentes en las últimas décadas en el arte contemporáneo
foto cortesía
Viernes, 2 de Abril de 2021
Alex Brahim (*)

Desde que lo conoció a los ocho años, Alex Brahim tuvo una relación personal y profesional muy cercana con Antonio Caro, artista bogotano fallecido esta semana. En estas líneas, relata lo que significó para el conceptualismo colombiano y Latinoamérica su obra, con una mezcla de anécdotas, obras y reflexiones

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PARA un niño de siete u ocho años suponía todo un enigma tenerlo al frente a la hora del almuerzo en la mesa familiar. Resultaba difícil encajar que alguien “muy importante” fuera idéntico al “loco de la calle”. El tiempo, sabio compañero, me ayudaría años después a comprender.

Antonio Caro (Bogotá, 1950-2021) fue reconocido como pionero del conceptualismo en Colombia y como referente imprescindible en la transformación y discusión abierta del arte contemporáneo en toda América Latina. Desde el comienzo, Caro fijó una posición por oposición, procurando con su arte una comunicación directa y personal, capaz de cuestionar el entorno mediante un contundente y sintético uso del lenguaje y la gráfica: eslóganes conceptuales, iconos capaces de interpelar, subvertir e ironizar sobre el contexto artístico, cultural y político.

La economía de medios, el uso poético politizado de la palabra, la perversión de los códigos visuales publicitarios, la atención y sujeción al contexto, un agudo sentido crítico nada exento de humor, el soporte editorial como artefacto de diseminación y el uso de la pedagogía como estrategia artística forman parte de su impronta. Su distorsión de la obra única y la repetición de sus pocas obras en diferentes entornos hace que estas se recarguen, abran nuevas relaciones y significados en cada contexto, situando al espectador frente al espejo global de lo local.

Do It y Bogotá

Entrados los 90, en Bogotá vendría el auténtico encuentro. En mi “parche” universitario tuvimos la suerte de contar con Don Antonio, como siempre lo llamábamos, como uno más de nosotros. Asistir a conciertos e inauguraciones, hacer paseos a fincas, almorzar en restaurantes populares, escuchar detenidamente el origen profundo de sus obras más representativas, o participar en el taller que implementó durante la itinerancia de la mítica muestra Do It, forman parte de un mar de recuerdos.

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Entre ellos destaca el sacar brillo, una a una, a monedas de diez pesos en la Galería Santa Fe del Planetario de Bogotá para la instalación Diez pesos (1997), sobre el poco valor concedido a San Andrés y Providencia, con la que concursó en el Premio Luis Caballero. Esta, como todas sus obras, era consciente del carácter cíclico del tiempo y de lo imperecedero de ciertas estructuras; la reciente tragedia del huracán Iota revelaría una vez más su pertinencia y capacidad de anunciación.

El famoso Sal (1971) o “Cabeza de Lleras” y la increíble anécdota sobre el agua salada encharcando el suelo en el paso de la comitiva presidencial; el no tan conocido El imperialismo es un tigre de papel (1972); el desgarrador Aquí no cabe el arte (1972); Colombia-Marlboro (1975), su incursión en la subversión pop; Defienda su talento (1977), fruto de su famosa cachetada a un crítico como acción plástica; los emblemáticos Colombia-Coca Cola (1977), la más reconocida, Todo está muy Caro (1978), autoguiño entre precios y valores, Homenaje a Manuel Quintín Lame (1979), luz para la historia y Maíz (1981), quintaesencia de América; el noventero Achiote que desde 2001 habita la cajetilla de chicles Adams, o los discursivos Proyecto 500 (1987-1992) y Re-Unión Grancolombiana (1997), sobre el quinto centenario del encuentro de dos mundos y sobre el futuro suspendido de La Gran Colombia, respectivamente, forman parte de un privilegiado intercambio de ideas sostenido con el maestro.

Desde su capacidad para construir una imagen visible en la esfera pública y para conectar su trabajo de forma directa con la ciudadanía, pasando por la repercusión mediática de sus proyectos e intervenciones, hasta su papel como tallerista en múltiples localidades y con todo tipo de comunidades, Caro encontró la manera de anclar, preservar y amplificar su presencia en el imaginario colectivo. Una estrategia que le aproximó a la base social y que trasciende su vinculación y prestigio al interior del establecimiento artístico, permitiendo que su obra y su figura sean asimiladas como un genuino símbolo nacional.

Lo único plano en la obra de Caro es el soporte. Su iconografía, incluido él mismo, es un espacio de refracción moral. Nace del rapto a la comunicación y la estética publicitarias, reenfocadas hacia puntos sensibles o inusitados en las narrativas del sistema. Infiltración y alteridad. Una conducta equiparable a la de un Robin Hood de capital simbólico en la bolsa de valores -humanos, históricos, cívicos y políticos- de la antropología social y cultural. Ese “guerrillero visual” del que hablaría Luis Camnitzer en su texto de referencia sobre Caro para la revista Poliéster en 1995.



 

Siglo XXI

Los primeros dos mil supondrían encuentros intermitentes y siempre gratificantes en Bogotá, culminando con su paso por España para Arco Colombia en 2015, al que seguiría su residencia temporal en Barcelona. Cuatro meses bastaron para hacerlo popular. Impartió tres cursos, presentó el libro El Lobo (2013), premio Fundación CIFO sobre sus Talleres de creatividad visual iniciados en los 90 y becados por Guggenheim en 1998, distribuyó nuevos ejemplares manuscritos de su ilustre poemario Quin-ce, inauguró su individual Todo está muy Caro con una acción de pintura de achiote, charló en público con la reputada Catherine David, presentó obras inéditas en Europa como la portátil Caro es de todos (2006-2015) e hizo una serigrafía en homenaje a la capital catalana: BarcelonaCar.

La modificación que el posicionamiento ético, estético, personal y político de Antonio Caro supone en las prácticas artísticas colombianas encuentra correlatos y paralelismos en el contexto global del arte de los sesenta y setenta, marcado por la desmaterialización, la priorización de la estructura del discurso, el trabajo desde un contexto crítico-cultural y los poscolonialismos en ciernes.

Su periplo europeo, que comenzaría en Thyssen-Bornemisza Art Contemporary TBA21 de Viena en 2013, se sumaba a su habitual presencia en ciudades, muestras o colecciones de Latinoamérica y serviría para acercarlo a la historiografía global.  De hecho, la reciente incorporación de la obra de Caro en centros relevantes para el canon, como el Centro Pompidou de París o el Blanton Museum de la Universidad de Texas en Austin, forma parte de un proceso que actualmente ocurre en el mundo del arte: la resignificación de los ismos en el ámbito internacional, comenzando por la contextualización local de autores y producciones, seguida por la concepción de ciertas prácticas -como las conceptualistas- como una realidad transnacional y sincrónica, más que como fórmulas derivativas en clave neocolonial.

La vigencia del trabajo de Caro no es solo una expresión del cambio de paradigma cultural en Colombia y Latinoamérica, sino también de su sintonía -como precursor- con las actitudes y dispositivos recurrentes en las últimas décadas en el arte contemporáneo, así como con las discusiones más persistentes que sobre la actualidad, el sentido y el futuro del arte se sostienen en el mapa discursivo internacional.

Ya en 2017 el reencuentro sería en Cúcuta, en la misma casa familiar en la que nació mi enigma personal con Caro treinta años atrás. Allí continuaría su estrecha relación con esta periferia del país y comenzaría su trilogía aún abierta La Gran Colombia, cuyos últimos correos, también los últimos entre nosotros, circularon hace tan solo dos semanas.

Fiel a su espíritu, en octubre de 2020 desafiaba a la pandemia y derrochaba humanidad con su acción Jabón bendito jabón en la Galería Casas Riegner, donde invitó al público a estrecharle la mano. Hoy su triste fallecimiento transforma el gesto en despedida. Se cerraron las puertas para que nuevas personas puedan conocer de cerca y hacer propios al artista, al personaje y a la persona, uno de los individuos más peculiares, populares e influyentes de los conceptualismos latinoamericanos.

Nos quedan su obra, sus infinitos registros y su recuerdo, que seguirán diseminándose entre personas, instituciones, galerías, colecciones, redes sociales, homenajes y merchandising. La sabiduría de su legado radica, sobre todo, en la forma como Don Antonio rehusó distraerse. Cuestión de actitud. Quizás por eso la fascinación que despiertan su trabajo y su figura resulta equiparable, en su alquimia, al deseo.

Al igual que la universal pulsión, Antonio Caro mientras se repite suma, avanza y se transforma. Y nosotros con él. Porque todo estará siempre muy Caro, pero Caro es de todos, ahora por siempre.

*Director Fundación El Pilar, Cúcuta


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Cierre póstumo de la trilogía la Gran Colombia

Antonio Caro comenzó su triología La Gran Colombia en la primera edición de Juntos Aparte - Encuentro Internacional de Arte, Pensamiento y Fronteras en el marco de Bienalsur en Cúcuta. Concebida en 2017 como un conversatorio entre ciudadanos colombianos, venezolanos, panameños y ecuatorianos, en 2019 incorporó un taller con jóvenes artistas locales y la exposición colectiva resultante, República Andina. En agosto de este año, dentro del programa oficial del Bicentenario de la Independencia - Constitución de Cúcuta, el primer acto de Juntos Aparte 2021 dará cierre a la trilogía coincidiendo con la efeméride. Ahora con carácter de homenaje póstumo, consistirá en la intervención de destacados artistas hispanoamericanos sobre el croquis de la Re-Unión Grancolombiana de Caro, sublimadas sobre banderas de gran formato e instaladas en el complejo histórico de la Villa del Rosario de Cúcuta, donde tuvo lugar el nacimiento de la república que hoy son cuatro países, en el lugar donde todo comenzó.