Una dieta con mayor cantidad de alimentos de origen vegetal y menos de origen animal no solo ayuda a beneficiar la salud sino que hace un impensable aporte al cuidado medioambiental.
Así lo asegura el Informe de la Comisión EAT-Lancet sobre Alimentos, Planeta y Salud, que con base en detallados estudios insta a la población mundial a modificar los hábitos alimenticios y, a los gobiernos, a establecer políticas específicas en sectores agrícolas e industriales para lograr una producción alimentaria sostenible.
Indica que la alimentación poco saludable representa un mayor riesgo de morbilidad y mortalidad que la suma de las prácticas sexuales sin protección, el alcohol, las drogas y el tabaco. Por tal razón, urge una transformación del sistema alimentario que respete los limites biogeofísicos globales.
“La transformación a dietas saludables para el 2050 requerirá cambios sustanciales. El consumo mundial de frutas, verduras, legumbres, nueces y semillas deberá duplicarse, y el consumo de alimentos como la carne roja y el azúcar deberá reducirse en un 50% o más” indica un aparte del informe, cuya investigación demoró dos años.
De igual forma indica que una dieta saludable consta de más grasas insaturadas y cantidades limitadas de granos refinados, alimentos altamente procesados y azúcares añadidos” y agrega que esta propuesta implica cambios profundos en los patrones alimentarios a los que están acostumbradas las diferentes culturas, pero prevendría aproximadamente 11 millones de muertes anuales en el mundo.
Destaca que tal modificación en la dieta global reduciría emisiones de gases efecto invernadero y disminuiría el riesgo de cambios irreversibles y potencialmente catastróficos en el sistema terrestre.
Tras esbozar el actual panorama alimentario y sus problemas, el informe plantea cinco estrategias para un cambio en el mismo, el que considera inaplazable. La primera está enfocada en lograr un compromiso nacional e internacional para cambiar a dietas saludables, haciendo más asequibles los alimentos de carácter nutritivo y mejorando la información acerca de ellos, además de hacer entender que lo que se está consumiendo genera un impacto ambiental.
Para lograr lo anterior, delinea como una segunda estrategia el invaluable aporte del sector productivo que deberá reorientar su producción hacia una variedad de alimentos nutritivos que mejoren la biodiversidad en lugar de apuntar a un mayor volumen de algunos cultivos.
Esta producción debe contar con los debidos parámetros de sostenibilidad e innovación del sistema, donde se cuiden los recursos y se sigan los parámetros del Acuerdo de París (tercera estrategia). Y, sumado a la intención de cuidar los recursos y los suelos, la cuarta estrategia va encaminada a alimentar la humanidad con las tierras agrícolas existentes implementando una política que impida la expansión de nuevas tierras dentro de los ecosistemas naturales y bosques ricos en especies y a su vez aspirando a políticas que restauren y reforesten tierras ya degradadas.
Por último, la quinta estrategia, va dirigida a otro gran objetivo del informe: la reducción al 50% de la pérdida y desperdicio del alimento, lo que se espera lograr mejorando la infraestructura posterior a la cosecha, el transporte de alimentos, el procesamiento y el envasado, y capacitando tanto a productores como a consumidores en la preservación del alimento.
La realidad colombiana
Y aunque sobre el papel la hoja de ruta es clara, la aplicación no se vislumbra fácil. Así lo señalan expertos como el exministro de salud y actual director del Centro de Desarrollo Sostenible para América Latina, Alejandro Gaviria, específicamente en el caso colombiano. Sin embargo indicó que desde la posición de los organismos públicos, industriales y las organizaciones privadas que trabajan en este tema se están dando algunos pasos hacia ello.
Por su parte Claudia Martínez, directora de la oficina de Desarrollo Sostenible y actual Viceministra de Medio Ambiente señaló que “los límites planetarios en Colombia están sobrepasados. La deforestación y la pérdida de biodiversidad van en aumento, se desconoce la importancia de los océanos y se está utilizando 360 por ciento más pesticidas y fertilizantes de los que se producen”.
Para el subdirector de investigación del Instituto Humboldt, Hernando García, “Nos hace falta entender las oportunidades para una alimentación diversa… en el país de la biodiversidad nos seguimos alimentando con los mismos 4 o 5 alimentos con los que se alimenta todo el planeta” y por eso –agregó- hay una orientación importante en este informe.
“Actualmente, hay 14 mil plantas comestibles en el planeta de las cuales solo consumimos 150 y 200, de las cuales el 60% se va en tres productos: el maíz, el arroz y la soya. Tres productos a los que un país rico en biodiversidad se redujo a comer”, añadió García.
En cuanto a esta visibilización de esa labor trabaja el Centro Internacional de Agricultura Tropical, CIAT, impulsando programas con varias semillas e intentado descubrir porque estas dietas se han limitado, es decir, no se han impulsado como un cambio en la “cultura” alimenticia.
Para Marcela Quintero, directora de investigación del CIAT hay otro reto importante enfocado en los recursos: “Es necesario saber si los suelos siguen siendo saludables y evaluar cómo está el capital natural que soporta la producción, si no cuidamos ese capital natural en el que se soporta la producción de alimentos no sería viable proveer alimentos para una dieta saludable”.
Pero, sin duda, para toda esta necesidad de cambio tanto en la dieta como el proceso productivo se requiere de claras políticas estatales y, según el subdirector de investigación del Instituto Humboldt se ha visto voluntad en el actual gobierno de trabajar en tal sentido. “El presidente Duque, tanto en su discurso de posesión como en muchos otros espacios ha dicho algo importante: ‘conservar produciendo - producir conservando’. Eso marca una línea y es que el gobierno, a través de sus políticas, está tratando de llegar a un objetivo como el que estamos discutiendo”.
Sin embargo esto es solo un frente de trabajo porque el otro es generar conciencia, en la población, de cambiar sus hábitos alimentarios y un primer paso es con la educación, especialmente de las nuevas generaciones.