La de este 2 de octubre, sin duda, es una de las jornadas electorales más importantes de las últimas dos décadas y media para los colombianos. Apenas es comparable con la citación a las urnas en diciembre de 1990, cuando se escogió a los integrantes de la Asamblea Constituyente que dio a luz la Carta de 1991.
Los 34,8 millones de colombianos que están habilitados para asistir a las urnas para votar “Sí” o “No” al acuerdo de paz firmado por el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc tendrán, con su voto, la posibilidad de definir gran parte del futuro inmediato del país.
El acuerdo final “para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?” es el fruto de cinco años de, primero, diálogos secretos y, luego, negociación pública entre el Ejecutivo y la cúpula de la guerrilla más antigua del país.
Aunque es claro que buena parte de los colombianos no se leyeron las 297 páginas del acuerdo y que, en realidad, preponderará el voto emotivo más que el racional, ya llegó la hora de la verdad.
Que si la campaña fue demasiado corta y no hubo la típica acción político-partidista normal de otros comicios; que si la ciudadanía no se entusiasmó ni se movilizó masivamente a favor o en contra del pacto con la guerrilla, distrayéndose en otros temas y crisis coyunturales; que por qué la Iglesia tomó una postura intermedia y otros sectores como el de los empresarios no se jugaron a fondo por el “Sí” o por el “No”; que por qué la guerrilla jugó tan bajo perfil en la campaña cuando se esperaba todo lo contrario; que faltó el debate entre el presidente Santos y el expresidente Álvaro Uribe para meterle más picante a la campaña; que si las reglas del juego fueron tardíamente establecidas por el Consejo Nacional Electoral; que si las encuestas en lugar de marcar una tendencia sobre el escenario político, contribuyeron, por el contrario, a generar más incertidumbre por sus disímiles y cambiantes resultados; que por qué no se vio el movimiento estudiantil que sí marcó grandes movilizaciones sobre temas de la paz, como el Mandato Nacional por la Paz de 1997 o la misma convocatoria a la Asamblea Constituyente en 1990; que por qué la campaña gubernamental tuvo tanto énfasis en el respaldo internacional y la del uribismo se focalizó en lo nacional; que por qué hubo tan pocos hechos políticos que movieran el escenario de la contienda entre partidarios y contradictores del acuerdo de paz; que si se cumplieron o no las condiciones que puso la Corte Constitucional para adelantar la campaña del plebiscito, sobre todo en torno a la promoción pedagógica e imparcial del contenido del acuerdo y su diferenciación con las campañas publicitarias del “Sí”; que cuál será el impacto que tenga en las urnas el desequilibrio de financiación a los promotores del “Sí” o el “No”; que si el Gobierno cumplió o no la prohibición de no utilizar el presupuesto para allanar respaldos a su causa en el plebiscito; que si el uribismo mal informó a la ciudadanía para conseguir más apoyos al “No”; que si la pregunta que responderán los colombianos es o no tendenciosa; que si la Corte Penal Internacional avaló o no el modelo de justicia transicional pactado en La Habana; que si tiene o no la razón el fiscal general Néstor Humberto Martínez cuando advirtió a las Farc que todo delito que hayan cometido después de la firma del acuerdo de paz el pasado lunes, será conocido por la justicia ordinaria; que si el “Día D” fue el pasado 26 de septiembre –como lo sostiene el Gobierno- o el cronograma de la concentración de las tropas de las Farc y el desarme sólo arrancará –según lo advierte la guerrilla- cuando se apruebe la ley de amnistía y el acuerdo sea elevado al bloque legal y constitucional; que si está blindado el resultado electoral tras denunciarse esta semana un ataque de hackers a la plataforma tecnológica de la Registraduría…
Todos esos debates y otros más que no se mencionan en este largo listado perderán foco de atención y pasarán a un segundo plano a partir de las ocho de la mañana de hoy, cuando se abren las mesas electorales.
Ya lo que pasó, pasó, y ahora sólo cuentan los votos. En ese escenario son tres los escenarios que pueden preverse, cada uno con una implicación política y electoral distinta.
A continuación un análisis de cada una de esas tres circunstancias y lo que conllevaría para la suerte del proceso, su mecanismo de implementación y el escenario político y electoral próximo.
- Un “Sí” arrasador:
Las encuestas de la última semana mostraron escenarios distintos. Aunque en todas ganaba el “Sí” la distancia frente al “No” era muy distinta.
Sin embargo, en caso de que el “Sí” se impusiera de forma abrumadora hoy en las urnas, doblando o triplicando al “No”, es claro que el Gobierno y sus afines tomarían dicho resultado electoral como un mandato claro de la ciudadanía a favor de la implementación rápida y certera de todo el acuerdo de paz.
¿Cuál podría ser el nivel de votación es este primer escenario? Hay distintas hipótesis en las toldas del “Sí”, pero la mayoría apuntan a que esta opción sume más de seis millones de votos (1,5 millones de sufragios por encima del umbral mínimo de participación y aprobación, que es del 13% del censo electoral, es decir 4,5 millones de votos).
Sin embargo, la meta más optimista en el Gobierno es llegar a los 8 millones de votos por el “Sí” que es casi la misma votación que logró el presidente Santos en la segunda vuelta electoral de junio de 2014, cuando la coalición partidista que respaldaba el proceso de paz le ganó por alrededor de un millón de votos al candidato uribista Oscar Iván Zuluaga, que lideraba la coalición de oposición a seguir negociando con las Farc.
Si logran una votación que no sólo supere por más de uno o dos millones el umbral de aprobación (4,5 millones de votos) y duplican o triplican al “No”, es claro que el Gobierno y sus mayorías parlamentarias tendrían un campo de acción política amplio para aprobar en tiempo récord y sin mayores peros (aun dentro del expedito procedimiento legislativo especial o fast track) todos los proyectos de ley y reforma constitucional necesarios para implementar el acuerdo de paz.
Y también se utilizaría ese mandato político-electoral mayoritario como un mensaje de ‘blindaje’ popular al acuerdo frente no sólo a los controles de exequibilidad que debe realizar la Corte Constitucional de todas las leyes y reformas aprobadas en el fast track legislativo, sino ante la lupa de organismos extranjeros como la Corte Penal Internacional o las mismas Corte y Comisión interamericanas de Derechos Humanos, cuando analicen las sentencias flexibles que se dicten dentro de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP).
También es claro que en la tempranera contienda presidencial un voto mayoritario por el “Sí” pondría en primer lugar del partidor presidencial al jefe negociador gubernamental Humberto de la Calle, al tiempo que le daría un impulso sustancial a la alicaída imagen y calificación de gestión del presidente Santos. Eso a nivel interno, ya en el flanco externo lo llevaría a la antesala del grupo finalista de los candidatos al premio Nobel de Paz, este año o el próximo.
- Distancia estrecha entre “Sí” y “No”
Este segundo escenario es visto como probable por algunos analistas bajo tres circunstancias puntuales. La primera, que la última tanda de las encuestas conocidas entre el fin de semana y el martes pasados el “No” recuperó terreno frente al “Sí” en algunos sondeos. En segundo lugar, lo que el uribismo llama las “mayorías silenciosas”, es decir una porción de ciudadanos que simple y llanamente no se metieron de fondo en la campaña, pero que tienen claro que no van a permitir las gabelas políticas, jurídicas, económicas ni territoriales a las Farc, que son, junto al presidente venezolano Nicolás Maduro, la organización más impopular y con mayor imagen negativa en el país. Y, en tercer lugar, que las mismas encuestas evidencian que los índices de abstención hoy podrían ser mayores a los de elecciones ordinarias. Es decir que podrían estar por los lados del 50 o 60%, no sólo porque los partidos no activaron todas sus maquinarias proselitistas, sino porque la gente no se entusiasmó como debía frente a un tema tan crucial. Y a ello habría que sumar el porcentaje de personas que no votaría como un acto consciente y motivado de protesta política al no haberse aprobado que la abstención o el voto en blanco tuvieran significación política en esta elección, dejando únicamente la posibilidad de optar por el “Sí” o el “No”.
En ese orden de ideas, si la distancia electoral entre ambas alternativas no superara el millón o los dos millones de votos (lo que podría ser 4,5 millones contra 3,5 millones; seis millones contra cuatro, o siete contra cinco), entonces se estaría enviando un mensaje al Gobierno en torno a que la polarización en torno al proceso de paz continúa siendo muy marcada. Aún si ganara el “Sí”, sería patente que una porción sustancial del electorado no está de acuerdo o tiene peros al acuerdo.
Ello implicaría, de un lado, que se fortalecería la corriente política que considera que es viable presionar a Gobierno y a las Farc para que acepten corregir o ajustar algunos puntos del acuerdo en la etapa de implementación, sobre todo en lo que tiene que ver con la JEP.
Incluso, a la misma Corte Constitucional un resultado cerrado entre el “Sí” y el “No” le daría un mayor margen de acción jurídica –e incluso política- para poder condicionar o incluso limitar la exequibilidad de las leyes y actos legislativos que sean aprobados en el fast track para implementar el acuerdo de paz.
Y, de igual manera, un resultado cerrado entre las dos opciones, aunque con la ventaja del “Sí” al tenor de las encuestas de la última semana, llevaría a que candidatos presidenciales como Germán Vargas Lleras, que apoya el acuerdo pero con reservas, pudieran posicionarse aún mejor.
En cuanto a los uribistas, es evidente que dependen no sólo de que la votación del “No” supere los tres o cuatro millones de votos para poder cobrar una victoria (aún si gana el “Sí”). Sin embargo, aunque ellos tienen la mira puesta en superar los dos millones de votos del Centro Democrático en la elección de Senado en 2014, no hay que olvidar que Zuluaga casi sumó siete millones de votos en la segunda vuelta presidencial liderando la coalición que se oponía al proceso de paz.
- Que el “Sí” pierda ante el “No”
Aunque en las urnas todo puede pasar, lo cierto es que la posibilidad de que el “No” gane en las urnas no es tan cercana. Ninguna encuesta lo señaló así aunque –como ya se dijo- el uribismo insiste en que hay que confiar en que se despierten hoy en las urnas las “mayorías silenciosas”.
Lo que sí podría tener un poco más de viabilidad es que entre la combinación del “No”, la abstención tradicional (los que nunca votan) y la abstención activa (los que no votarán como protesta o acción política consciente) le quiten potencial electoral al “Sí”, impidiéndole alcanzar los 4,5 millones de votos que se requieren para ser aprobado.
En este caso no hay claridad sobre qué pasaría: según el Gobierno el proceso de paz se acabaría, se reactivaría la guerra y sería necesario esperar a otro mandato presidencial para intentar otra negociación. Las Farc, por el contrario, indicaron semanas atrás que aún si se perdiera la refrendación popular, no volverían a las armas, pronunciamiento que, a hoy, resulta apenas discursivo puesto que ni se han concentrado en las 27 zonas veredales y campamentarias y mucho menos han entregado las armas. Es más, pese a que el Ejecutivo dijo que el “Día D”, fecha en que se activa el cronograma de cese el fuego, concentración territorial y dejación de armas, fue el pasado lunes, la guerrilla dice que el “Día D” es cuando esté vigente la ley de amnistía y el acuerdo sea incorporado, mediante otra ley, al bloque legal y constitucional.
Así las cosas, si las Farc decidieran volver a la guerra simplemente tendrían que internarse de nuevo en el monte y listo.
La otra opción sería esperar que se generara un nuevo acuerdo político, liderado por el Gobierno, que permitiera plantear la posibilidad de renegociar algunos puntos del acuerdo, aunque el propio De la Calle no sólo desechó esa opción sino que ironizó en torno a la eventualidad de que los guerrilleros ahora sí aceptaran ir a la cárcel…
Ahora, el fallo de la Corte Constitucional dejó en claro que el Gobierno debería acatar el resultado de las urnas, pero continuaban intactas sus facultades para adelantar procesos de paz. Esto podría implicar, entonces, buscar otras fórmulas políticas y legislativas, incluso acudir a otro mecanismo de participación ciudadana (¿referendo?) para someter de nuevo el acuerdo, con algunas reformas y ajustes, a votación…
¿Cuál de estos escenarios terminará primando? Sólo hacia las seis de la tarde se tendrá claridad y el país sabrá, entonces, a qué atenerse en materia de paz… o de guerra.