Los primeros estudios de lo que en la actualidad se conoce como el “Proyecto Cattleya” dieron cuenta de que cualquiera de estas minas podría ser activada inyectándole corriente eléctrica, y así se contempló la idea de hacerlo mediante radiaciones electromagnéticas.
Esta iniciativa -producto de una invitación de la Escuela de Ingenieros Militares para desarrollar un proyecto que contribuyera a mejorar las labores de desminado en el país- se inició en 2004, mediante una investigación conjunta entre la Universidad Nacional de Colombia (U.N.) y la Universidad de los Andes sobre radiaciones electromagnéticas, que ha demostrado su eficiencia en las primeras pruebas de campo.
“Puesto que nosotros no teníamos conocimiento de este tipo de artefactos, lo primero que hicimos fue conocer los diferentes tipos de dispositivos que hay sembrados en el país, recuerda el profesor Francisco José Román Campos, del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica de la U.N.
“El electromagnetismo hace referencia a campos eléctricos (fuerzas existentes entre cargas positivas y negativas) y campos magnéticos (perturbación magnética provocada por el movimiento de una carga)“, explica.
“A través del uso de ciertos dispositivos se pueden generar ondas electromagnéticas, con el fin de provocar oscilaciones de cargas eléctricas que permiten radiar ondas por medio de antenas”, destaca el académico.
Por su parte, el profesor Néstor Misael Peña Traslaviña, del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica de la Universidad de los Andes, explica que dicho principio es el soporte de los servicios de telecomunicaciones, cuyo pionero fue la radio.
“Cuando escuchamos radio, nuestro receptor captura las ondas que se están propagando y que fueron emitidas en algún sitio por una estación de radio; de tal manera que nuestra idea era que los detonadores de estos dispositivos podían actuar en forma similar a la antena de un radio y capturar la señal que enviáramos, de manera que se indujera una corriente con la suficiente potencia para su activación”, precisa el profesor Peña.
Por tratarse de corrientes muy pequeñas de fracciones de un amperio, equivalentes a la energía que se requeriría para encender un fósforo, lo importante es encontrar la frecuencia adecuada capaz de acoplarse a las minas e iniciar el proceso de activación del detonador, aclara el docente.
Puesto que al producirse la explosión cabe la posibilidad de que la cápsula que contiene al detonador se desplace de manera similar a como lo haría un proyectil, el equipo de operarios, junto con la fuente de las señales electromagnéticas, deben ponerse a cubierto en procura de minimizar cualquier riesgo.
“Como las ondas podían afectar a los investigadores y demás personal que estuvo presente durante las pruebas, decidimos refugiarnos en un contenedor para minimizar cualquier tipo de riesgo”, subraya el profesor Román.
Aunque las pruebas realizadas hasta ahora se han realizado con los artefactos ubicados directamente encima del terreno, una de ellas se practicó con el artefacto explosivo cubierto con arena dentro de una botella, demostrando igual efectividad.
No obstante, según la explicación del profesor Román, dependiendo de la profundidad a la que se encuentre enterrada la mina, se requerirá mayor energía para activar el detonador.
En la mayoría de los casos, las ondas electromagnéticas deben pasar a través de la capa de tierra, además de atravesar de manera efectiva capas vegetales de hojas o arbustos, e incluso árboles.
El profesor Peña, entre tanto, advierte que se debe considerar la distancia a la que está el personal encargado de realizar las labores de desminado, con el fin de garantizar tanto su integridad como la seguridad de los equipos en los que se va a trasladar la fuente de las ondas, bien sean vehículos o aeronaves.
Los docentes destacan la posibilidad de extender sus aplicaciones a labores tan disímiles como el secado de madera, la limpieza de agua o ambiente, gracias a la generación de campos electromagnéticos.
El “Proyecto Cattleya” también tiene la potencialidad de ser empleado en el campo de la medicina, con el fin de destruir células cancerígenas e incluso romper las células de las frutas para facilitar la extracción de jugo. Igualmente tendría uso en la pulverización de concreto, con el fin de usar los residuos industriales o facilitar la extracción de minerales.
“Haber podido trabajar en el tema de las microondas de alta potencia nos permitió ampliar el horizonte en materia de compatibilidad electromagnética, de tal manera que hay una serie de posibilidades que incluso nos permitirían estar a la vanguardia en materia de protección frente a una posible guerra electromagnética, con el fin de poder brindar la protección adecuada a todos nuestros equipos eléctricos, electrónicos y radioelectrónicos”, puntualiza el profesor Peña.
Este proyecto forma parte de las cuatro investigaciones que en materia de desminado presentó la U.N. en el II Encuentro Internacional de tecnologías e Innovación para el Desminado Humanitario, realizado en el Hotel Wyndham de Bogotá entre ayer y hoy con el auspicio de Colciencias, la Dirección contra Minas, la U.N., la Universidad de los Andes y Eafit.