Núñez, un demócrata y visionario | El Nuevo Siglo
El líder político cartagenero Rafael Núñez supo mantenerse alejado de los extremos y delinear una propuesta política de unión antes que de antagonismos insalvables. / Tomada de www.cartagenacaribe.com
Viernes, 24 de Mayo de 2024
Alberto Abello

Rafael Núñez, en ocasiones, se muestra en política tan frío como el hielo polar, mas nunca deja de ver en esa actividad del espíritu la pasión tan ardiente como el fuego. Sus contemporáneos, que se obsesionan en tratar de encasillarlo, se sorprenden por esas contradicciones de su personalidad que el político convierte en versos, en donde se refiere a las dudas y preguntas que embargan su ánimo. 

 

Sin embargo, sería caer en el engaño y desconocer su formidable condición de guerrero de la política que se vale de todos los recursos lícitos para llegar al poder. Así que puede pasar que, en calidad de soltero, al estar separado de su mujer, le dedique sus versos a una bella damisela o atraiga al lecho otra. Un alma tan sensible como la suya se asfixia en la soledad y necesita compartir el poder. Como César, procura el afecto femenino para inspirarse en nuevas luchas. En tanto sus contradictores y adversarios, que habían aprobado el divorcio civil y eran contrarios a la Iglesia Católica, de manera hipócrita le lanzan toda clase de denuestos por no seguir con su esposa de Panamá, con la que de común acuerdo se despide. En tanto, entre el pueblo, donde practican los años de amaño con la pareja, se le entiende y se ve con simpatía que busque un nuevo amor.

Y en  política, a pesar que ha puesto todo su empeño en combatir o debilitar el federalismo, no pudo evitar que los seguidores de Florentino González y del radicalismo consagraran en la Constitución el anatema fatal: “Cada provincia tiene el poder constitucional bastante para disponer lo que juzgue conveniente a su organización, régimen y administración interior, sin invadir los objetos de competencia del gobierno general respecto de los cuales es imprescindible y absoluta la obligación de conformarse a lo que sobre ello disponga esta Constitución o las leyes”. Y a que años después le echaran más leña a la candela aprobando el federalismo total y disolvente. Como dice el proverbio: nadie escarmienta en cabeza ajena...

Avispero colombiano

Colombia pierde sus mejores años de mediados del siglo XIX en fraccionar el gobierno en manos de los caciques de miras pequeñas o en guerras civiles, más de destrucción suicida que de victorias positivas. Fuera de eso, en lo económico florecen los privilegios y abusos, que se amparan en la existencia de 90 bancos privados que emiten moneda y favorecen a los amigotes, controlan los fondos públicos y manejan el crédito a discreción, arruinando a unos y enriqueciendo a otros. Cada guerra o “guerrita” es un retroceso que busca devolvernos a la barbarie primitiva y alejarnos cada vez más de la civilización. Colombia se ensangrienta y desintegra, la justicia se torna inoperante, los presupuestos federales pasan a las alforjas de los corruptos, con pocas excepciones.

Núñez entiende que, de seguir imperando ese modelo radical y agravarse la brecha de la terrible desigualdad económica y social en el país, estaríamos condenados al atraso y la ruina colectiva. Esto por cuenta de aferrarnos a un modelo económico equivocado, así funcionara en algunos países europeos con otras condiciones socio-económicas.

Si el dirigente cartagenero hubiese sido apenas un ambicioso o un político ligero e inconsecuente, podría haber desatado una guerra civil para tomarse el poder por la fuerza, dado el apoyo total que le manifestaban generales de la talla de Santodomingo Villa y parte de las tropas, mas su vocación democrática es inconmovible.

En momentos en los cuales los conservadores le piden su apoyo para combatir al gobierno militarmente, es cuando responde en Cartagena: “yo no me embarco en nave que se va a pique”. Frase que algunos conservadores le cobraron para no seguirlo en el futuro o desconfiar de su apoyo. Otros le critican por imprudente. En fin, lo más probable es que les advirtiese a los conservadores que su causa se perdía. Si bien, en apariencia o haciendo cuentas alegres, unidos los militares que lo seguían a la rebelión conservadora, muy probablemente habrían ganado la guerra. Así que, pese a la persecución en su contra, a la rivalidad permanente con los caciques y agentes de la división del país y la guerra intermitente, Núñez renuncia a apelar a las armas y ordena a sus seguidores del liberalismo independiente mantenerse distantes del conflicto armado.

Acuartelado en Cartagena

Un Núñez cauteloso y pacifista abandona la lucha y las intrigas en Bogotá para refugiarse en Cartagena, desde donde ejerce de presidente del Estado. Lo que significa que prefiere la neutralidad, cosa que por un tiempo no le perdonan sus partidarios ni los conservadores que contaban con su valiosa ayuda en la rebelión contra el gobierno radical.

En la espera en su ciudad natal no le va tan mal: el gobierno radical le ofrece un ministerio en Bogotá, con la intención evidente de atraerlo y dejarlo mal con sus simpatizantes conservadores. El país político no entiende las jugadas de Núñez. Carlos Holguín, otro visionario de la política, lo capta al vuelo. El cartagenero prefiere el centro de la política a la espera de su oportunidad, así el país en llamas se pierda en el extremismo y la violencia.

Los políticos duchos desconfían de la neutralidad de Núñez, en especial el presidente Aquileo Parra, que quiso amarrarlo con un ministerio en Bogotá. Los federalistas antioqueños lo buscan en Cartagena, el gobierno central se entera y le dice a Parra que no los recibirá, mas al final los atiende. En Bogotá se excitan, ¿Núñez conspira? Él explica que es de los bárbaros no atender comisionados de su propio país, sobre todo cuando se trata de apagar el incendio. La neutralidad de Núñez no debe confundirse con la pasividad. Al contrario, desde todos los puntos cardinales de la República opinan sobre el futuro político de Núñez, el hombre de Estado que conserva la cabeza fría mientras la República se disuelve en llamas.

Por supuesto, la neutralidad significa que Núñez no mueve un dedo desde la presidencia local para apoyar el gobierno central, fuera de lo convencional que debe cumplir. Tampoco favorece del todo a los alzados en armas, mas la neutralidad permite que unos y otros lo busquen. Como en las guerras, los neutrales suelen ser los que más sufren. El político cartagenero mantiene aislada a su ciudad del conflicto aciago, lo que le vale el respeto de todos los partidos. Así que se crece en la distancia y entre la población del país se extiende la imagen de un hombre de Estado superior, que consigue salvar del infierno de la guerra a sus gobernados.