Gente. Rafael Núñez: génesis de la “Regeneración o catástrofe” | El Nuevo Siglo
Rafael Núñez planteaba que la unidad y el orden son la consigna para evitar la catástrofe y el abismo a que conducía inevitablemente el sistema federal extremo. / Foto óleo pintor Epifanio Garay 1891
Jueves, 1 de Febrero de 2024
Alberto Abello

Rafael Núñez, en su primera y segunda presidencias, particularmente en 1884, cuando vuelve a asumir el poder, entiende que el sistema político vigente hace agua y condena a la Nación a vivir la zozobra de estar al borde de la agonía o sobreviviendo de milagro en el miserabilismo del caos. También se encuentra con el rechazo de los liberales más radicales que lo abominan, y con no pocos de los conservadores del ala militarista que desconfían de su futuro proceder o lo descalifican. Así que se dirige a los colombianos democráticos, nacionalistas y de orden.

En 1884, hace 140 años, al posesionarse Núñez por segunda vez de la presidencia, en medio de las fratricidas luchas partidistas, los analistas políticos de ambos partidos asumen que el pensador del Cabrero, también conocido como el “Brujo del Cabrero”, por más que se le intente poner una camisa de fuerza no va a ceder en su voluntad política indeclinable de modificar las instituciones, consagrar el imperio de la ley y restaurar el orden en la República.

 

La sola entrada de Núñez a Bogotá, acompañado de su distinguida esposa Soledad Román, con la que se había casado por poder y por lo civil –dado que su anterior señora, de la que se había separado, hace años vivía en Panamá–, ya que la Iglesia no permitía en ese entonces el divorcio, influye para que en los círculos sociales más encumbrados, y en los menos, algunos recalcitrantes vean con malos ojos esa unión.

Los memoriosos bogotanos recuerdan al Libertador Simón Bolívar que cuando arriba a Bogotá, procedente de Lima, sin su clásico bigote, recibe alborozado a su compañera, Manuelita Sáenz, que le sigue a caballo con dos fieles esclavas. Él había jurado, al perder a su primera esposa, no volverse a casar. Algunos, entonces, le critican los amores con esa ‘descocada’, como dicen, que ama al gran hombre con toda su pasión juvenil, pero que tampoco podía casarse, dado que seguía ligada legalmente a un inglés al que había abandonado al encontrar al héroe y hombre de su vida.

Equivalencias

Simón Bolívar supera el caos de la Patria Boba, nos da la libertad y forja la Gran Colombia, una virtual potencia en la región. Núñez recibe un país postrado y dividido, con la misión de restaurar la unidad nacional y hace vibrar a sus contemporáneos a favor de nobles y prácticos ideales democráticos, al tiempo que desarrolla su fórmula de gobierno bajo el principio de “unidad política y descentralización administrativa”.

Un principio que nos lega para nuestra época, bajo el criterio económico moderno de aplicar la perecuación a las finanzas públicas. Bolívar nos da la bandera, Núñez el himno que clama por la gloria y la libertad. Ambos coinciden en gobernar un país de desarrollo desigual e inmensos contrastes, bajo el prisma del impulso político vital de canalizar las energías nacionales desde la capital.

La principal arma del Libertador, quien era ambidiestro, en la gesta de la Independencia fue la espada, mas emplea la pluma con la misma destreza y se muestra como un mago de la elocuencia. Núñez abomina las armas, mas sus contemporáneos que lo vieron en acción a favor o en contra en la dura brega política, sostenían que cuando hablaba en las reuniones con sus contertulios políticos solía persuadir hasta a los sordos y seducir a las damas más frías.

El Libertador convoca al Congreso Anfictiónico de Panamá, visualiza a esa región como uno de los centros del futuro mundial, en tanto Rafael Núñez, como diputado panameño en Bogotá, propuso la audaz iniciativa de pasar la capital de la República al istmo. Quizá, entonces, nunca habríamos sido despojados de tan valiosos y estratégicos territorios.

La brega democrática

En la sesión del Congreso de 1884, Núñez pronuncia un corto y elocuente discurso de posesión, donde parece erigirse en algodón entre dos vidrios, más en realidad plantea con palabras precisas e inconfundibles el devenir que vislumbra para el país: “Colombia es y será siempre país democrático; pero es en las democracias precisamente donde más se necesita debilitar las instituciones materiales del egoísmo, a la par que fortalecer las trascendentales aspiraciones que viven latentes en el corazón humano”.

“Trataré, pues, de inspirarme en la sana fuente de la conciencia nacional y de apartarme de los peligrosos consejos del espíritu de intransigencia, dando toda la aplicación posible a las ideas de reconstrucción sancionadas por el voto popular que me ha traído, deliberadamente, por segunda vez, a este puesto de honor y de fatiga”, sostuvo.

Acto seguido, no vacila en manifestar que, “en presencia de las grandes obras públicas que las necesidades imponen, todo lo demás es secundario, y me abstengo por eso de promesas y consideraciones de otro linaje”.

Y al final de su breve alocución suelta la carga más poderosa de su rico arsenal ideológico: “Pliegue a la Divina Providencia en darnos virtud y previsión bastantes para no desoír el clamor de los pueblos, a fin de que sea restablecido el prestigio de nuestras libres instituciones, haciéndolas prácticamente nacionales, y nos apartemos resueltamente del tortuoso y pendiente sendero que venimos recorriendo, sendero de perdición que nos tiene ya colocados a próxima distancia del pavoroso abismo”.

Núñez, al liberar las instituciones federales de los caciques que proclaman que “hacer política es repartirse la marrana de los fondos oficiales”, plantea el desafío de abolir las guerras regionales y de campanario, como acabar con los cenáculos secesionistas que usan el poder como un botín, que no tienen más principios que su conveniencia momentánea y carecen de proyecto de país.

Propone regenerar las costumbres políticas y si se quiere darle algo de grandeza al esfuerzo nativo por volver a esa Colombia grande con la que soñó el Liberador. Sacar al país de la trampa disolvente de la confrontación fratricida, sangrienta y retardataria, el compadrazgo miope y esterilizante que, en un país con la naturaleza geopolítica como el nuestro, tiende a dividir y desgarrar lo que está unido.

La unidad y el orden son la consigna de Núñez para evitar la catástrofe y el abismo a que nos conduce inevitablemente el sistema federal extremo. Y, también, propone acabar con los partidos minúsculos, como de opereta, para enriquecer la política con agrupaciones vigorosas, que respondan a ideas esenciales de conveniencia nacional.

Núñez, en 1884, con evidente laconismo y fina elocuencia, plantea ese grandioso proyecto de cambio a un país enfermo y que parece agonizar, sin que lamentablemente, por ahora, consiga el triunfo pleno de sus ideas. Será en un tercer mandato presidencial cuando un nuevo amanecer ilumine a Colombia con la Carta Política de 1886.