El edificio, ubicado en la calle 13, fue uno de los más lujosos de Bogotá en los años 20 con siete pisos y un ascensor nunca antes visto en la capital. Hoy la construcción está abandonada y en deterioro. Segunda entrega de “íconos capitalinos”
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Por: Katherine Ospina
A POCOS pasos de la emblemática Estación de la Sabana aún sigue de pie el primer rascacielos de siete pisos que conoció Bogotá: el edificio Manuel M. Peraza, que a pesar de su estilo europeo, pasa totalmente desapercibido en medio del bullicio de los locales comerciales del sector de los Mártires. Esta construcción, que hoy está casi en las ruinas y que refleja el paso del tiempo en su estructura evidentemente deteriorada, fue hace poco menos de un siglo una de las obras arquitectónicas más importantes de la Capital de comienzos del siglo XX, que no escatimaba en gastos e ingenio para tener las edificaciones más modernas de Latinoamérica.
Conquistando las alturas
En 1921, la ciudad que alojaba a un poco más de 250.000 habitantes, vio cómo se construyó el primer rascacielos. Con su estilo republicano, fue el primero en reemplazar la tradicional estética colonial de las casas del sector que no contaban con más de dos pisos ante los que el edificio Peraza se impuso al presentar siete niveles en total.
La obra fue planeada por Manuel Peraza, un importante comerciante de la época cuya familia fue una de las primeras que vivió en la capital. La idea de construir el edificio nació por la alta demanda de pasajeros que llegaban a la ciudad en la Estación de Sabana, por lo cual Peraza decidió edificar un lugar que supliera las necesidades de los visitantes.
Historiadores e ingenieros hacen énfasis en las características esta construcción como las ventanas coronadas por arcos de medio punto, la fachada en piedra, las figuras en relieve y un frontón semicircular ornamentado.
Para elaborar esta obra icónica en Bogotá, Peraza contrató a Pablo de la Cruz, conocido por haber diseñado el primer Palacio de Justicia, inaugurado en 1926 y quemado en los disturbios del 9 de abril de 1948. A De la Cruz también se le acreditan otras importantes obras como el proyecto del Parque Nacional Olaya Herrera, parte del Hospital San Juan de Dios y la estación del Ferrocarril del Sur.
La zona donde está ubicado el Manuel M. Peraza es recorrida por grupos de universitarios guiados por Jhon Bernal, quien lleva incontables caminatas por esos lugares de Bogotá que ahora están en el olvido. En su ruta, destaca ese edificio perdido entre locales de reparación de bicicletas sobre el costado sur de la calle 13.
“El sector de los Mártires, antes de ser localidad, era un lugar de haciendas. Se dice que el edificio fue la gran casa del señor Peraza donde al parecer llegó también el primer ascensor que conoció la ciudad”, afirma Bernal a EL NUEVO SIGLO.
Aquel ascensor traído del extranjero le dio aún más valor al elegante edificio en cuyo interior predominaba la madera, las sofisticadas lámparas de porcelana y una buhardilla en el último piso. Además, contaba con exclusivos salones y cornisas de yeso que adornaban la escalera en forma de espiral que daba acceso a los demás pisos. En el exterior y como toque final, el creador mandó a colocar en elegantes letras azules su nombre, Manuel M. Peraza, en lo alto de aquella construcción que lo llenaba de orgullo.
Cuando el sector gozaba de una buena reputación social, el edifico tuvo diversos usos como hotel y clínica, y años más tarde, como menciona Bernal, el primer nivel se destinó al comercio y los demás al uso de oficinas.
Lo que el tiempo se llevó
Casi un siglo después, la maravillosa construcción de Peraza posee muy poco de las épocas ilustres que vivió. La zona, conocida décadas atrás como la puerta de entrada a la ciudad, se deterioró y con ella el primer rascacielos bogotano también fue perdiendo su valor, quedando nada más como un frágil cascarón.
La huella del abandono se ciñó sobre él y del aire europeo que poseía el edificio solo quedan algunos vestigios como su forma de cúpula y los leones en relieve que son invisibles ante la fachada de piedra que fue corroída por el viento y el clima, las letras del nombre de su creador incompletas, las ventanas arqueadas que permanecen cubiertas con plásticos y los escombros del primer ascensor que hubo en la capital.
En la actualidad, los pisos superiores se encuentran abandonados desde hace varias décadas y en los primeros, que por varios años funcionaron como locales de bicicletas, un asadero de pollos y una frutería, hoy solo están los letreros desgastados y las rejas sucias pues también aquellos comerciantes se fueron dejando esta vez completamente solo al edificio que años atrás fue uno de los más emblemáticos de la ciudad.
Por su importancia histórica, el edificio Manuel M. Peraza fue declarado como un monumento nacional mediante la resolución No.002 del 11 de febrero de 1988. Bernal resalta esta medida como un arma de doble filo que por un lado pone al edificio como un bien de interés cultural pero por el otro lo limita pues la declaratoria impide reformar fachadas y aspectos arquitectónicos básicos.
“Tengo entendido que los actuales propietarios son herederos del dueño original y el inmueble pasó por un proceso judicial por aquellos que reclamaban pertenencia, lo cual complicó su intervención desviando la recuperación, además de que para un propietario dicha declaración no es beneficiosa en la mayoría de los casos”, comenta Bernal.
Frente a miles de transeúntes, el Manuel M. Peraza da sus últimos alientos de vida con sus únicos visitantes, las palomas, que se posan en sus barandas y en el polvo que se acumula en su interior.