Canciones como Tierra de cantores de los Hermanos Zuleta y Colombia Tierra Querida, entre otras muchas, nos muestran como un país de regiones, de diversa identidad y cultura. Te quiero Colombia de Jorge Celedón igual lo denota: “les quiero contar del valle y de la montaña… ay para que cantemos juntos con mi acordeón. Por el carnaval que hay en Barranquilla, por el Monserrate de Bogotá, por esas bonitas Ferias de Cali, Festival Vallenato en Valledupar…”. Y la pregunta es cómo, en medio de la buena iniciativa de los debates presidenciales regionales, que elevaron el tono de la contienda, se puede proponer reducir las brechas y llegar a una industrialización, crecimiento y modernización de las regiones, como lo propone Bosier (1), con características únicas para el mundo.
Esa interacción entre Región y Nación, esa voluntad política entre ambas partes, necesaria en una planificación negociada, como lo argumenta Boisier, existe en nuestras mentes e incluso en el marco legal, pero no está generando en las regiones la transformación esperada de sus realidades. Existen las Regiones como categoría, incluso la misma Constitución las promueve (aunque nunca se han llegado a formalizar como entidades territoriales). Incluso, como suele pasar en Colombia, la Ley de Ordenamiento Territorial está bien intencionada. No obstante, entre los distintos departamentos, en los estudios de competitividad, se observan grandes brechas. Hechos que demuestran lo lejos que se está de una planificación regional deliberada, de esa relación Región-Nación que comprenda la planificación no sólo como una práctica técnica si no como un proceso de negociación y gestión y de construcción social que implique la mejor toma colectiva de decisiones. (Bosier, 2005).
Se ha visto que cuando Nación y Ciudad entran en “negociación” los caminos conducen a hechos concretos, como es el caso de la puesta en marcha de un anhelado Metro para Bogotá. Cuando las voluntades políticas de Nación y Ciudad se juntaron pareció abrirse el horizonte. Si bien las regiones administrativas y de planificación, RAPE, como divisiones administrativas para el desarrollo de infraestructura conjunta es un avance.
Su respuesta está en fortalecer la capacidad regional de negociación con los agentes del entorno. Incluye una planificación negociada, una conciencia de la necesaria visión de la Nación por las Regiones, una permanente interacción con los agentes privados y públicos, con mirada hacia el mercado externo, que les flexibilice las trabas administrativas, las posibilidades de asociación, que sobretodo permita que los recursos no se pierdan por la falta de capacidad técnica para presentar sus proyectos, a veces por una extrema centralización. La capacidad de las regiones radica en encontrar su propio cauce del desarrollo.
En educación no es posible que existan tan marcadas distancias. Las universidades son el comienzo para emprender desde la misma región. Por esto, en esta época de elecciones, sean bienvenidos los debates presidenciales regionales para profundizar en sus oportunidades, pues sin duda levantan los espíritus, tanto de candidatos como de ciudadanos, como lo hemos visto.
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(1) Bosier S. Imágenes en el espejo: aportes a la discusión sobre crecimiento y desarrollo territorial, Santiago de Chile, 2005