Dimensionar diáspora venezolana | El Nuevo Siglo
Miércoles, 18 de Diciembre de 2019
  • El reto del Foro Mundial sobre Refugiados
  • De los campamentos a los “caminantes”

 

Arrancó en Ginebra (Suiza) un evento que es considerado clave para muchos países que, como Colombia, son grandes receptores de población migrante que huye de su país de origen por cuenta de crisis económicas, políticas, sociales e institucionales, así como situaciones de conflicto armado.

Se trata del primer del primer Foro Mundial sobre los Refugiados que reunirá, hasta mañana, a voceros de los desarraigados, jefes de Estado y de gobierno, responsables de agencias de la ONU, instituciones internacionales, organizaciones del ámbito del desarrollo, empresas y representantes de la sociedad civil, entre otros. Todos ellos tienen un objetivo: buscar un consenso global que  transforme la manera en que el mundo responde ante estas emergencias humanitarias.  

Las cifras de la dimensión de este fenómeno son verdaderamente impactantes: se calcula, según la Acnur, que más de 70 millones de personas se han visto forzadas a desplazarse a causa de los conflictos armados y la persecución. De ese global, más de 25 millones son personas refugiadas que han cruzado fronteras internacionales y no pueden retornar a sus hogares por distintas circunstancias.

Las mismas estadísticas de la agencia de la ONU sostienen que América Latina también está viendo niveles históricos de desplazamiento forzado debido a diferentes crisis en la región. Prueba de ello es que a finales de 2018 tres de cada diez solicitantes de asilo en todo el mundo procedían de Venezuela, El Salvador y Honduras.

Como se sabe, hoy en nuestro país hay más de millón y medio de ciudadanos venezolanos, pero esa cifra podría duplicarse el próximo año debido a que países al sur, como Ecuador y Perú, activaron controles migratorios más estrictos, lo que lleva a que la cantidad de migrantes en tránsito se reduzca y aumente; por otro lado, la población flotante que toma a Colombia como sede temporal de sus familias.

La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados tiene claro que el esfuerzo internacional se debe enfocar en redoblar las medidas para asistir a la población desplazada, ello en el marco del Pacto Mundial sobre la materia y en concordancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que deben cumplirse para el año 2030.

Lo importante, en todo caso, es que este Foro pase de las discusiones teóricas a las decisiones prácticas, sobre todo en cuanto a la ayuda internacional que debe incrementarse de forma sustancial para enfrentar diásporas a gran escala. No es un asunto menor toda vez que algunos estudios realizados por reconocidos tanques de pensamiento estadounidenses evidencian que mientras en los primeros cuatro años de la emergencia por los millones de refugiados de Siria, país que soporta una guerra civil sin cuartel y una crisis humanitaria concomitante, la comunidad internacional donó más de 7.400 millones de dólares para atender esa grave circunstancia. En contraste -obviamente sin que se trate de una competencia cuantitativa- para el caso de la diáspora de los más de cuatro millones de venezolanos los aportes globales no van más allá de 500 millones de dólares.

Visto lo anterior, se entiende por qué tanto Eduardo Stein, Enviado Especial de la Organización de las Naciones Unidas para atender la crisis por la ola migratoria de los venezolanos, como el Gobierno colombiano han hecho insistentes llamados a las potencias, agencias globales y entes multilaterales para que entiendan la gravedad de esta crisis y la necesidad urgente de más recursos para atender a los millones de desarraigados. Paradójicamente uno de los más interesados en subdimensionar la ola migrante es el propio líder del régimen dictatorial Nicolás Maduro, quien en sus dislates ha llegado a decir que apenas son unas decenas de miles de sus compatriotas los que han abandonado el país en los últimos años y que son Colombia y otras naciones las que se han “inventado” que hay millones de “caminantes”, ello con el único fin de lucrarse de las ayudas internacionales. Es tan delirante este argumento que ni siquiera merece perder el tiempo en una réplica, cuando la evidencia de lo contrario se puede constatar con los ríos humanos que hoy recorren, dramática y resignadamente, todos los rincones del continente.

Un atinado analista recordaba meses atrás que Colombia, al ser el país que alberga la mayor cantidad de venezolanos desplazados por la dictadura, debe insistirle a la comunidad internacional que ante la creciente crisis humanitaria -sin duda la más grave del continente en esta centuria- debe aplicarse un principio de corresponsabilidad y solidaridad globales. El hecho de que los centenares de miles de nacidos en el vecino país no estén en grandes campamentos de refugiados allende de sus fronteras, como sí pasa con los desplazados en otras latitudes, no hace menos crítica su realidad. Dimensionar con justeza esta situación es lo que Colombia y todo el continente americano esperan que salga del foro mundial en Ginebra, y que esa toma de conciencia global se traduzca en un compromiso más efectivo y tangible para hacer frente a esta emergencia en Occidente.