*El dolor de los humildes
*Quiebra de los valores y violencia económica
Santa Rosa de Osos es un villorrio del norte antioqueño donde los lugareños por generaciones trabajan de sol a sol, se ganan el sustento cultivando sus productos de pan coger y buscando oro. Son seres aferrados a su terruño y sencillas costumbres tradicionales, suelen cumplir con los ritos de la Iglesia; la familia depende de la influencia patriarcal y se valora la honradez y la vocación por el rudo trabajo del campo. Santa Rosa de Osos ha pasado a la historia colombiana por cuanto allí tuvo su Diócesis por más de cuarenta años monseñor Miguel Ángel Builes. El sacerdote que heredó esa vocación hispánica que parecía extinguirse en la Península y que, en ocasiones, brota de nuevo en Hispanoamérica, en ese esfuerzo místico por convertir a otros al catolicismo. Monseñor Builes funda tres comunidades religiosas, sus misioneros, bajo su férrea formación espiritual, se desplazan por distintos continentes para atraer a los descreídos a la prédica por la fe. Monseñor Builes se distinguió por sus inconmovibles convicciones y compromiso social; un ser extraordinario y un gran predicador, un faro para los católicos de Antioquia y del país; como para los conservadores que lo admiran como representante del orden que entendía que la República perfecta debía erigirse en los valores cristianos y el bien común. Los santarroseños tienen fama de ser sencillos, madrugadores, austeros, ahorrativos, dicharacheros, recios y altivos, en cuanto ganan el sustento con su trabajo. Como la mayoría de los colombianos sueñan con la convivencia y anhelan vivir en paz.
Unos desalmados sicarios llegaron a la finca La Española y como su dueño no había pagado la vacuna asesinaron a 11 personas. Son errabundos criminales que no llegan ni al uno por ciento de la población, atacan a mansalva a inermes pobladores con la finalidad de amedrentar al resto, como en otras tantas regiones del país azotadas por cuadrillas de asesinos, que en muchos casos se financian extorsionando a los finqueros o a los dueños de las minas, trabajadores y contratistas. Son pandillas, en unos casos ligadas a grupos armados subversivos y en otros, conformadas por pillastres que persiguen lucrarse por medio del crimen y la extorsión. Es la violencia económica, que en ocasiones se disfraza de política o tiene algunas conexiones con elementos ligados al poder local. Los nuevos hallazgos de oro y otros minerales por más de medio país han volcado a las gentes al desplazamiento masivo, en busca del dorado metal y en varias de esas zonas se intenta imponer la ley darwiniana del más fuerte o es la única que impera. El Estado se esfuerza por proteger las fincas y combatir la minería ilegal, consciente de que debe arrancar de raíz ese rebrote de violencia que se extiende peligrosamente y pone en riesgo la soberanía nacional.
Elda del Socorro Viana es una señora católica y sencilla, que vive para su familia, que considera que su destino es ser fiel a los suyos, que nunca imaginó que su vida se perturbara de improviso y de manera tan cruel. Elda, la madre inconsolable, tiene los ojos enrojecidos de llorar, no entiende nada, no sabe nada, ni se explica lo ocurrido, desgarrada por la congoja y la conmoción por cuenta de la súbita desgracia familiar. No se explica cómo sobre los suyos se abaten las balas cobardes y homicidas que los despachan al otro mundo. Caen su esposo Pompilio de Jesús Gómez, sus dos sobrinos William Alberto Espinosa Viana y Ferney Viana y el cuñado Soel Alberto Espinosa Otros cinco vecinos que fueron asesinados son velados en el mismo sitio y sus familias están abrumadas por el dolor en la vereda San Isidro de Santa Rosa de Osos. Los vecinos crispados de rabia impotente han salido a las calles y claman justicia. Es la reacción instintiva y desesperada que se repite a lo largo de los años en otras poblaciones del país donde se han presentado salvajes y despiadados ataques como ese contra la población civil. En diversas regiones, donde se encuentran minerales o empresas ganaderas o prósperos agricultores, los criminales desafían al Estado, al Gobierno nacional, al regional, al municipal, las autoridades, la fuerza pública, todas las instituciones y la sociedad. Los que realizan esos crímenes no siempre se identifican con la sigla del bando al que pertenecen. En tanto los colombianos no reaccionemos como un solo hombre contra la violencia el desangre continuará impenitente, es preciso defender los valores y predicar la unidad nacional contra los violentos. Como sostiene el presidente Juan Manuel Santos, el olivo de la paz para los que se desmovilicen, la acción punitiva e implacable del Estado contra los criminales.