Michel Temer no sería presidente sin el impeachment tramado por su colega Eduardo Cunha, pero si el otrora poderoso diputado conservador, detenido el miércoles, decidiera desvelar los laberintos de la corrupción en Brasil, podría convertirse en una bomba para el gobierno.
"Cunha tiene un potencial destructivo muy grande", dijo a la AFP Alberto Almeida, director del Instituto Análise.
El expresidente de la Cámara de Diputados, un político de 58 años, cayó el miércoles en las redes del juez Sergio Moro, que investiga el escándalo de corrupción de Petrobras, y la posibilidad de que negocie una reducción de pena a cambio de confesiones causa sudores fríos en los pasillos del poder.
Sin ir más lejos, tres ministros de Temer tuvieron que renunciar al verse salpicados en el escándalo ‘Lavajato’ cuando el todavía presidente interino apenas llevaba un mes en funciones, en sustitución de Dilma Rousseff, del PT, destituida bajo la acusación de manipular las cuentas públicas.
Uno de ellos, Romero Jucá, presentó su dimisión como ministro de Planificación tras divulgarse una grabación en la que afirmaba que Rousseff debía caer para "frenar la sangría" causada por la investigación de Petrobras.
La detención de Cunha era esperada, pero verlo convertido en delator con su gran conocimiento de los bastidores políticos no sería una buena noticia para el cuestionado gobierno de Temer, a quien la noticia sorprendió en el viaje de vuelta de Japón, según precisó la Presidencia, al negar informes de que había precipitado su regreso.
Tanto Temer como Cunha forman parte del PMDB, un partido de centroderecha que fue aliado de prácticamente todos los gobiernos, de izquierda y de derecha, desde el retorno de la democracia en 1985.
De hecho, en septiembre, después de ser destituido por abrumadora mayoría de la Cámara de Diputados, un desafiante Cunha anunció que preparaba un libro sobre los pormenores del impeachment y recordó que 160 legisladores tenían problemas con la Justicia.
Si Cunha decide hablar "la crisis puede afectar el núcleo duro del gobierno y esto llevaría a una inestabilidad política inevitable", afirma el analista Marco Antonio Teixeira, de la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo.
Esto sería delicado en momentos en que Brasil atraviesa la peor recesión en un siglo y Temer, que se presenta como el "salvador" de la economía, quiere reformar la Constitución para llevar adelante un ajuste fiscal que prevé congelar durante 20 años el gasto público.
Aunque el presidente cuenta con el beneplácito de los mercados, su legitimidad es cuestionada por no haber llegado al poder con el aval de las urnas; su popularidad se sitúa en un chato 14%.
En Tokio, Temer había tratado de restar dramatismo a denuncias contra otros ministros, afirmando que "por el momento, son solo alegatos" y que si un día estos cobran consistencia, "el gobierno verá lo que hacer". Pero "si cada vez que se menciona el nombre de alguien (en la Lava Jato) eso dificulta la acción del gobierno, habrá dificultades", advirtió.