Nunca Colombia había estado tan cerca de perder su libertad. El domingo llegaremos a votar en un escenario que parece una pesadilla. Tendremos que elegir entre dos líderes populistas pero diferentes. Por un lado, Petro con las ideas de Chávez y la corrupción de Santos. Y por el otro, Rodolfo, un abanderado de la lucha contra la corrupción, sin las ideas socialistas, pero con propuestas muy simples a problemas complejos y una que otra idea equivocada.
Estoy convencido y la historia de la democracia lo demuestra, que de la misma forma como se hace campaña se gobierna. El escándalo revelado por la Revista Semana y conocido como los “Petrovideos” es solo la punta del iceberg de lo que ha sido históricamente la forma de hacer política de Gustavo Petro. Desde joven ha estado convencido de que en política “todo vale” y por eso afirma que asesinar, secuestrar, extorsionar y robar, siempre y cuando sea con fines políticos está justificado, así se lo recordó hace poco a Vicky Dávila en una entrevista.
El candidato sostiene que en nombre de la rebelión cualquier acto es válido, así atente contra los derechos de millones y así ese derecho sea la vida. Por esto y sumado a las compañías que lo rodean, políticos de baja estatura moral como Benedetti y Barreras, ha permitido que en su campaña reine la guerra sucia, la destrucción del rival con ataques personales y ruines, usando injurias y calumnias, para engañar a un pueblo que lastimosamente no es muy difícil de embaucar. Sin duda así sería su gobierno, perseguirá con sus fieles escuderos a quienes se atrevan a criticarlo y seguramente en el 2026 no tendremos candidatos para enfrentarlo pues sus opositores estarán en el exilio, en la cárcel o desaparecidos.
A Gustavo Petro lo apoyan una jauría de personajes que usan la palabra, los medios, las redes sociales y también las armas para como herramienta intimidante para imponer sus ideas y llegar al poder. En los videos aparece siempre como el más silencioso, el que no dice nada indebido, pero quien con su silencio aprueba cada uno de los actos cuasi criminales de su equipo. Evitar que él y las personas que lo rodeen lleguen y se instauren tal vez durante varias décadas en el poder es un imperativo moral.
Votar en blanco no es una opción. Esa decisión es tomada por el ego guiado por intereses personales de mostrarnos cultos e independientes, pero que deja a la deriva a la sociedad. Esta no es una elección cualquiera, nos estamos jugando nuestra libertad, nuestra democracia y sobre todo la capacidad de soñar, de sentir esperanza. El voto en blanco no tiene validez alguna, si gana, escenario imposible, no pueden repetirse las elecciones pues en una segunda vuelta la única decisión válida es la que elija a alguno de los dos candidatos. Votar en blanco, entonces, se convierte en un acto que solo logra satisfacer la vanidad de forma transitoria, pues en caso de ocurrir el peor de los escenarios vendrá la culpa a recordarnos las consecuencias de la decisión que tomamos. Las constancias de nada sirven cuando Colombia se encuentra al borde de un precipicio que causará un golpe en seco que se demorará décadas en sanarse.
Rodolfo no es mi candidato ideal, tampoco tiene las cualidades que busco en un gobernante, pero hoy es la garantía de la preservación de nuestras libertades. Esta es razón suficiente para salir a votar por él con convicción el domingo.