Mientras escribo, es un hecho que la democracia venezolana estalló en mil pedazos, pues a pesar del rechazo internacional, o quizás encaramado en él, un Maduro autista frente al dolor de su pueblo, acorralado por sus propios pecados -el narcotráfico estatal entre ellos- y envalentonado contra “el imperialismo”, instalará, por la fuerza si es necesario, su constituyente de bolsillo en el recinto de la Asamblea Nacional, del cual algunos delegados opositores habían dicho que solo muertos los sacarían.
Dios quiera que ese salto al vacío de la dictadura no termine en una escalada de violencia, pero las lecciones de la historia, infortunadamente, no dan mucho espacio al optimismo.
Por ello, el título de esta columna, que mis lectores de siempre entenderán como arengas contra el régimen chavista, a un lector venezolano lo remite a dos versos de su himno patrio, “Gloria al bravo pueblo”; dos consignas que hoy recobran vigencia para una nación que no se merece el infortunio de la dictadura. Pero más allá de mí rechazo y solidaridad con el “bravo pueblo”, que hoy llenan los medios de todo el mundo, quiero insistir en dos aspectos:
El primero, que la instalación de una Constituyente espuria desde su convocatoria, y fraudulenta por la manipulación descarada de sus resultados, conlleva, no solo en lo político sino hasta en lo físico -su sede-, el cierre y desaparición, de facto, de la Asamblea Nacional, elegida por el voto popular legítimo y confirmada por la consulta espontánea del pueblo con más de 7 millones de votos contra la Constituyente.
La Abolición de un Poder Legislativo independiente, como expresión de la voluntad popular, es ingrediente fundamental en la receta hacia un Estado comunista, al estilo cubano y en la línea del Foro de Sao Paulo, cuya página oficial hoy rebosa apoyos bajo el lema: “Venezuela: Corazón de América. Todos en el continente con la Constituyente”.
Otros ingredientes son la fractura social por la instigación a la lucha de clases, la mentira de la entrega del poder al pueblo, los colectivos civiles armados, el arresto de los disidentes, la centralización de la economía, el control de la información y el silenciamiento de los medios, la cooptación de la justicia y…, finalmente, el cierre del Congreso. Esos pasos, como en un viacrucis, ya los vivió el pueblo venezolano.
El segundo aspecto que llama la atención es, con la meritoria excepción del Secretario General de la OEA, la posición tambaleante de la comunidad internacional, que apenas hoy, ante el atropello de la Constituyente, por fin abre los ojos, que mantuvo tapados con la venda de lo políticamente correcto, mientras Venezuela caía al abismo y sus líderes clamaban por apoyo internacional contundente.
El gobierno colombiano fue ejemplo de esa actitud timorata, no solo por el “rabo de paja” de haber vulnerado también la voluntad popular en el plebiscito, sino por los compromisos con sus garantes del proceso de paz, dos “países modelo” en democracia y respeto a los derechos humanos: Cuba y Venezuela. Solo ahora, cuando del otro lado se siente la presión de Estados Unidos, imponiendo sanciones a Venezuela y condenando el crecimiento de los cultivos ilícitos y la producción de droga, el presidente Santos se da la pela de asumir una actitud de rechazo vertical a la Constituyente de Maduro. Bueno. Nunca es tarde.
Nota bene: El presidente “nos contó” en su programa que Estados Unidos está satisfecho con el manejo de la lucha antidrogas, pero Brownfield dijo otra cosa: anunció problemas políticos bilaterales si las cosas siguen tan mal como van.