Un mundo con fronteras abiertas, como algunos defienden firmemente mientras otros insisten en mantener fronteras controladas, es un ejercicio interesante a considerar dadas sus posibles consecuencias para las naciones, los 8.000 millones de habitantes humanos del planeta, el cambio climático y el medio ambiente.
Según encuestas internacionales realizadas en 152 países hace algunos años, antes de la pandemia de covid-19, aproximadamente 15 % de los adultos del mundo dijo que les gustaría migrar permanentemente a otro país si pudieran. Según ese porcentaje de adultos más sus familiares, es probable que la cantidad estimada de personas que deseen migrar en 2022 no sea inferior a 1.500 millones.
La cifra de 1500 millones de los que desean migrar es más de cinco veces la cantidad estimada de inmigrantes en el mundo en 2020, o alrededor de 281 millones. La cifra de inmigrantes potenciales es también aproximadamente 500 veces el flujo anual de inmigrantes a nivel mundial.
Las dos regiones con las proporciones más altas que desean emigrar a otro país si tuvieran la oportunidad son África subsahariana con 33 % y América Latina y el Caribe con 27 %. Además, en 13 países al menos la mitad de su población quisiera emigrar a otro país.
El principal país de destino con 21 % de quienes desean migrar es Estados Unidos. Considerablemente más bajos, Canadá y Alemania son los siguientes con 6 %, seguidos de Francia y Australia con 5 %, el Reino Unido con 4 % y Arabia Saudita con 3 %.
Además de su impacto en el tamaño de las poblaciones, las fronteras abiertas alterarían la composición étnica, religiosa y lingüística de las poblaciones, lo que conduciría a una mayor diversidad cultural. Los flujos migratorios internacionales pasados y presentes han demostrado alteraciones en la composición cultural de las poblaciones.
En Estados Unidos, por ejemplo, desde 1965, cuando se aprobó la Ley de Inmigración y Nacionalidad, la proporción de hispanos aumentó casi cinco veces, de 4 % a 19 % en 2020, y la proporción de blancos no hispanos disminuyó de 84 % a 58 %. De manera similar, en Alemania, la proporción de musulmanes desde 1965 se ha multiplicado por cinco, de menos de 1 % a 5 % de la población en 2020.
Se han ofrecido varias razones tanto en apoyo como en contra de un mundo de fronteras abiertas. Por ejemplo, quienes se oponen creen que las fronteras abiertas aumentarían las amenazas a la seguridad, dañarían las economías nacionales, beneficiarían a las grandes empresas y a las élites, aumentarían los costos sociales, alentarían la fuga de cerebros, facilitarían el comercio ilegal, reducirían los salarios laborales, socavarían la integridad cultural y crearían problemas de
Por el contrario, quienes están a favor creen que las fronteras abiertas brindarían un derecho humano básico, reducirían la pobreza, aumentarían el crecimiento del producto interno bruto (PIB), reducirían los costos de control fronterizo, aumentarían la oferta laboral, proporcionarían trabajadores talentosos, promoverían los viajes, reducirían el tiempo y los costos de viaje, elevarían la base impositiva, promoverían la diversidad cultural y contribuirían a la interdependencia global.
Las fronteras abiertas también tendrían consecuencias sobre el cambio climático y el medio ambiente.
Un gran número de personas estaría migrando a países con altos niveles de emisiones de gases de efecto invernadero per cápita. Por ejemplo, mientras que el promedio mundial de toneladas de dióxido de carbono (CO2) equivalente por persona es de aproximadamente seis, el nivel en los Estados Unidos es aproximadamente tres veces mayor, 19.
Del mismo modo, las fronteras abiertas tendrían un impacto en el medio ambiente. La migración a los países de destino de alto consumo conduciría a una mayor pérdida de biodiversidad, contaminación y congestión.
*Demógrafo, consultor independiente y exdirector de la División de Población de las Naciones Unidas.