Los vemos a diario en todos los noticieros, venezolanos atravesando la frontera colombiana, cargando sus enseres en bolsas plásticas, cajas de cartón, maletas improvisadas. Mujeres embarazadas, ancianos que escasamente pueden caminar, familias enteras, con sus rostros sudorosos del esfuerzo. Algunos lloran, muchos no se atreven a mirar a las cámaras, sienten temor, vergüenza. Forman ríos humanos de dolor, de incredulidad, de furia.
Huyen de la dictadura de Maduro y de sus cómplices; de un ejército, vendido a la dictadura, que olvidó su deber de proteger a su pueblo. Son un pueblo que lo han perdido todo, inclusive la libertad. En Venezuela no hay comida, ni medicinas; y si hay, pocos la pueden pagar. Tampoco hay seguridad; los amigos del régimen ya no respetan nada, ni la propiedad ni la vida. Las garras del comunismo se tomaron el país.
Los venezolanos jamás imaginaron que esto llegara a ocurrirles. Eran uno de los países más ricos del continente. Un pueblo alegre, acostumbrado a la buena vida. Aun los pobres de Venezuela eran menos pobres que los del resto del continente.
Inclusive, los enemigos de Hugo Chávez pensaron que las cosas no serían tan graves. Ellos jamás serían otra Cuba. “Venezuela no es una isla, el comunismo ha muerto en el mundo, somos una democracia bien fundamentada”, afirmaban.
Hoy se lamentan de no haber atendido las señales de alarma. Hoy huyen de la dictadura de Maduro con solo lo que tienen sobre sus espaldas. Huyen hacia Colombia buscando comida, vivienda, salud, trabajo y seguridad.
Tristemente, nada de eso les puede brindar Colombia. Duele profundamente decirlo. Especialmente teniendo en cuenta que muchos de los que pasan la frontera tiene origen colombiano. Pero hay que decirlo, porque es verdad.
En Colombia, hoy no hay educación, salud, vivienda o trabajo suficiente, ni siquiera para los colombianos. La crisis de salud y educación es gravísima. Los hospitales no dan abasto. Las escuelas, ni aun con la doble jornada, logran atender a todos los niños. El déficit de vivienda es inmenso, el desempleo es superior al 9 por ciento y en su mayoría es empleo informal, o el llamado “rebusque”.
Entonces, ¿cómo vamos a atender las necesidades de las inmensas olas de inmigrantes venezolanos que entran a diario a Colombia por todos los puestos fronterizos?
Los números son alarmantes. Por Cúcuta, entran 25 mil al día. Ya se les ha expedido permisos provisionales a más de 600 mil y otros 300 mil los están esperando. La cifra de inmigrantes puede llegar a los 2 millones. Nadie sabe a ciencia cierta cantos serán.
Nuestros hermanos venezolanos llegan en el peor momento. El presupuesto colombiano está completamente comprometido en el servicio de la deuda pública, la carga pensional, la burocracia y los subsidios y el posconflicto. No hay dinero, ni infraestructura para recibirlos. Y nadie dice nada.
¿Por qué el Gobierno no ha lanzado un SOS a la comunidad internacional? Acaso le da vergüenza su falta de previsión. Lo hará cuando ya sea muy tarde. Cuando veamos a los venezolanos durmiendo en las calles, en las estaciones de bus, como ya está sucediendo en Cúcuta y Bogotá. Esto amenaza con convertirse en una crisis humanitaria. ¿Qué espera Santos para exigir ayuda internacional? O es que solo lo puede hacer a favor de las Farc.