No hace mucho en la DW (canal oficial de T.V. alemana), hablando sobre la economía mundial, comentaron sobre los países con posibilidad de ser protagonistas del futuro del mundo, también mencionaron a Colombia, Ecuador y algún otro, de Suramérica, como países que “no tienen nada que aportar, son insignificantes. Poco después, reconocí que la DW tiene la razón: nuestra “Colombia Querida” -que cuenta con enormes posibilidades de estar jugando un papel sobresaliente a nivel mundial: en inteligencia, creatividad, riquezas naturales, acceso a dos océanos: pero estamos en manos de políticos imprudentes, egocéntricos. Mientras tanto los programas académicos no dejan espacio para que el personalismo sea parte de los contenidos. Y las universidades se casaron con una acreditación insulsa, perdiendo su razón de ser: de esta forma la conciencia, rectora del personalismo, desapareció en buhardillas abandonadas.
Y los colombianos nos preguntamos ¿cuál puede ser la salida de este doloroso cuadro? y la respuesta es elemental: llenar el vacío de una educación estéril moralmente, formando ciudadanos que entiendan el sentido de la conciencia, como fundamento en la educación. Ya hace mucho que los políticos, los rectores, las autoridades de educación, se engolosinaron con las leyes de las ciencias: la física, la biología, la conducta animal, sin darse cuenta que la utilidad de estas disciplinas dependen de la creatividad humana, de ideas, de fines y, principalmente, de la libertad liberadora a partir de la verdad y el amor.
Así, el personalismo (el humanismo integral) que es una la entrega sincera, que privilegia la cultura conciliar, fue borrado del mapa con discursos de líderes inconscientes y el individualismo terminó dirigiendo una realidad que parece evidente. Es egocéntrico y egoísta, amenazando la civilización del amor y que en nombre de la libertad: “establece” su “verdad”: lo que atrae o le es útil, es el hedonismo que absolutiza los placeres: querer tener en esta vida la mayor cantidad y calidad de placer posible.
“No ven que la sabiduría -que ordena la vida y es la razón de la educación- no consiste en el saber, sino en el gustar de las cosas internamente, y desde ese gusto juzgar amorosa y prudentemente del mundo y de la historia, de las cosas, las personas y los acontecimientos. Ésta, con un sano realismo, precede de manera equilibrada y serena, partiendo de reconocer el ser de la persona: su interioridad; la sabiduría (no el saber) el gusta de las cosas internamente, y desde ese gusto interior, juzgar amorosa y prudentemente del mundo y de la historia, de las cosas, las personas y los acometimientos; la comunicación como el vehículo del espíritu, de la vida interior que se traspasa del uno al otro; el diálogo, vital de la convivencia, entre el discípulo y el maestro; los valores como una capacidad “estimativa” que es propia de la sensibilidad interior, la cual se va formando en el diálogo vital de la convivencia; la auténtica libertad como la capacidad de realizar el bien” (Cfr. Remolina S.J.). De aquí el título de estos, últimos, artículos: ¡Ojo! Peligro: quíteles a los colombianos su dimensión personalista y Colombia terminará compitiendo con Nicaragua o Venezuela.