Identidades cancerígenas | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Abril de 2021

No pasaron más de cinco siglos para que el gran invento político de la modernidad, el Estado Nacional, empezara a desquebrajarse y a mostrar sus debilidades. La idea española, quizás proveniente de los Reyes católicos, era poder identificar adecuadamente un conglomerado social, la Nación, con un territorio, el País.

De ese modo elementos objetivos como la lengua, la raza, las costumbres y la historia común se convertían en criterios que identificaban la Nación, ese elemento humano esencial para el Estado. A su turno, el territorio era, en suma, el espacio vital, el que se necesitaba, o se quería, para el desarrollo del pueblo y sobre el cual se asentaban.

Como era de esperarse, todos los criterios y los elementos esenciales del Estado (Nación y tierra) eran subjetivos, ambivalentes y peligrosos. La tierra pasó prontamente a convertirse en “territorio vital”, como en los antiguos imperios, a través de los cuales se justificaban guerras e invasiones. Y la Nación se terminó convirtiendo en una camisa de fuerza asfixiante que homogenizaba injusta e inadecuadamente a las personas. Los conflictos empezaron a aflorar, sencillamente, porque se había refundido la idea o el ideal de “ciudadano universal”.

La gente dejó de colgarse orgullosamente en el pecho la banda de ciudadano del mundo, la del Homo Sapiens, para buscar afanosamente pertenecer a una nación; los intelectuales dejaron de ser humanistas para ser apologistas de Estado Nacionales inventados y ficticios, y los políticos no velaban por el bienestar de la especie sino por liderar reconocibles rebaños de poder.

Pero la cosa se agravó aún más: los “identitarios” decidieron quebrar el concepto de Estado Nacional colgándose en el pecho, a su vez, unas identidades aún más antipáticas, sectarias y no menos violentas.

Ahora, entonces, la moda parece estar en la del “ser identitario”; ese que cifra su existencia lejos de la aldea universal, lejos del sapiens, inclusive, lejos de su propio espíritu, para colocarse muy cerca de escalofriantes excusas para el resentimiento, la división comunitaria y el odio. Y digo más: incluso, para legitimar actos criminales, robar, matar, secuestrar etc… de una manera más o menos justificada.

Ya no se es ciudadano del mundo, se es indígena, mujer, LGTBI, afro, miembro del club de los millonarios, sindicalista y un infinito etc… Ahora antes de colgarnos la honrosa banda de ciudadano nos colgamos la de una o varias identidades que antes que unirnos en auténtica Paz, pareciera carcomernos en disputas.

Aduciendo que soy marchante, decido destrozar el mobiliario público; afirmando que soy sindicalista, me doy licencia para acabar los activos de la empresa; bajo el nombre de “indígena”, invado propiedades y acudo a las vías de hecho; acudiendo a identidades del LGTBI decido no aplicar la ley, por tan solo nombrar algunos ejemplos.

Urge una revisión del sendero de las identidades. Urge recuperar el ideal del ciudadano universal. Es menester rescatar a los humanistas.