Estamos en el gobierno de “el que diga Uribe” y sufrimos la consecuencia de esa dimisión, de esa obsecuencia anímica. Solo que, en la última elección de este año, Uribe fue derrotado, está procesado, y por el semblante se diría que enfermo, ¡habla de paz!
El país se situó en el centro, está en modo ni-ni. Ni Farc, ni Uribe. El actual gobernante por delegación no sabe qué hacer. El índice gini de concentración de la riqueza es superior al de Chile que es un espejo de lo que puede pasar. El desempleo se acerca al 11%, la moneda se deprecia. Y el paro se mantiene de una forma pacífica pero pertinaz, sin que puedan enlodarlo los actos vandálicos o las falsas noticias que sembraron el miedo. Es un malestar de fondo, que los gobiernistas no se engañen. Que no sigan repitiendo los artículos lunáticos de quienes afirman que en realidad ganaron la última elección. O esa carreta de que el país fue pacificado en el gobierno Valencia (1962- 1966) justo cuando surgieron las tres grandes guerrillas, de las que aún quedan remanentes, sin ideología, apoyados en el consumo de drogas, es decir por Estados Unidos.
La época guerrilla-represión, ha dado paso a la ruptura de esa bipolaridad, acéptenlo o no, desde el desmonte masivo de las Farc. Exige una óptica distinta del facilismo de izquierda-derecha, de buenos o malos. La nueva realidad es más compleja. Pasa por los medios, la internet que es el medio natural de los “Milenios”. Ante el cual los escaques mentales maniqueos patinan por anacrónicos.
Lo que se ha impuesto en el mundo desde el colapso del sovietismo es el capitalismo con seguros sociales. Bajo ese esquema está Rusia y luego China desde 1999, aunque ambos tienen una tradición de autocracia.
En América Latina los países dentro del esquema capitalista optan por dar mayor o menor protección estatal (o no) a la salud, la educación. Y los que se llaman gobiernos socialistas como los ocasionales de Chile y Uruguay, respetan la propiedad privada, la alternación democrática, y la inversión extranjera. En el caso de la dictadura venezolana (expulsada de la internacional socialista) se apropia del nombre de Bolívar o del socialismo. Pero es obvio que no puede haber socialismo en donde antes se ha destruido la industria en aras del “progreso”. O el anómalo caso de la riquísima argentina que pasó de ser potencia mundial en el siglo XX, pero cayó en el síndrome del populismo y el militarismo, hasta devenir en lo que es hoy.
Colombia no ha tenido esas oscilaciones en el apego al capitalismo, pero sí en el énfasis entre la apertura y el encerramiento que se perpetúa con este gobierno.
Y los actuales huelguistas temen que se repitan los decretos de horas extras no remuneradas, de pérdida de una de las primas del sistema pensional que instauró el gobierno Uribe. O que por su influencia se revivan los homicidios masivos que llamaron con eufemismo “falsos positivos”.