Deshumanillennials | El Nuevo Siglo
Martes, 1 de Octubre de 2019

Una noticia perdida en la prensa internacional de la semana que acaba de pasar daba cuenta de que Amtrak, la emblemática empresa de trenes de Los Estados Unidos de América, terminará el servicio de vagones-restaurantes en los que sirven comida caliente en mesas con servicio de mantelería y cubiertos de verdad.  Lo sorprendente de la noticia no es el cierre del servicio sino la razón de la clausura. Según lo ha informado Peter Wilander, funcionario de la Compañía, los nuevos usuarios, los millennials, se sienten amenazados en su privacidad pues no se sienten cómodos usando un servicio en el que eventualmente deben compartir la mesa con otros comensales.

Nada extraño para esa generación, pero sí es muy raro para quienes somos de esas otras épocas en las que el contacto con otros seres humanos no se rehuía y uno valoraba la experiencia de hablar con desconocidos, de conocer gente nueva y diferente a la del círculo de cada quien. Encontrar un nuevo y buen interlocutor siempre se agradecía.

El desarrollo tecnológico bajo el cual se ha desarrollado esta nueva generación ha creado seres extraños. Es gente a la que le gusta hablar, pero por escrito. O enterarse de lo que les interesa a través de videos, de imágenes o de informaciones rápidas que en lo posible deben tener muchas imágenes y poco texto. El contacto humano los tiene sin cuidado, tanto que según las estadísticas esta generación tiene menos contactos sexuales que todas las anteriores. Las razones que aventuran los sicólogos y sociólogos van desde la física pereza por desnudarse, hasta la extrema digitalización de sus vidas que gira más alrededor de sus celulares, tabletas y computadores que de otros humanos. Según un estudio, el problema no es encontrar pareja, de hecho Tinder les facilita la vida, sino dedicarle tiempo que necesariamente tendrían que restarle a sus horas de pantalla o a su serie favorita.

En defensa de los millennials hay que decir que tampoco es que el planeta les esté ayudando mucho a esos pobres muchachos. De la permisividad de los locos años sesenta, el mundo saltó a un estado de paranoia universal en el que todo se valora perversamente.  Cualquier mirada o comentario puede ser estimado como acoso, como expresión machista heteropatriarcal o simplemente como políticamente incorrecta. Ya no se diga de un roce o del más leve contacto físico.

Javier Marías, el gran escritor español, contaba en una reciente columna suya (La Mirada Sucia) como el fenómeno ha conducido a la aparición de negocios que en otras épocas serían francamente ridículos. Se organizan, y por supuesto se cobra por ello, “fiestas de abrazos” o, “encuentros para charlar” e incluso hay varias paginas para “arrendar amigos” en las que, obvio, se cobra el servicio.

Es la gran paradoja de una generación que le rinde culto al individualismo y a la soledad como decisión consciente y deliberada pero que al final se da cuenta de que no puede huir de lo que son como especie. Simples mamíferos gregarios que necesitan del contacto físico de sus pares.

  

@Quinternatte