El Alfa y Omega barrocos | El Nuevo Siglo
LA intensa programación giró alrededor del legado de Antonio Vivaldi, Georg Friedrich Händel y Johann Sebastian Bach, tres de las grandes cumbres del barroco y de la historia de la música
Foto cortesía Teatro Mayor - Juan Diego Castillo.
Domingo, 21 de Noviembre de 2021
Emilio Sanmiguel

Alfa y Omega. Porque sólo me voy a referir a los conciertos, de inauguración, Alfa, y clausura, Omega. Ambos en el escenario del Teatro Mayor, epicentro del festival.

Con una salvedad, desde luego: que la realización del evento, no literalmente, sino realmente, fue un milagro en la apenas renaciente vida musical, de Bogotá y del país.

Que el equipo del Mayor, encabezado por Ramiro Osorio, su director, se haya propuesto -por encima de todas las dificultades habidas y por haber que no es necesario enumerar porque son de público conocimiento en Bogotá y en el planeta- la realización de Bogotá es barroco, que debió ocurrir entre fin de marzo y principio de abril de este año, es, para decirlo de alguna manera, admirable.

No hay que ser un genio para suponer que la selección original debió ser sometida a cambios, algunos de ellos, seguramente trascendentales.

Por lo mismo, entrar a glosar la programación, que se desarrolló entre la noche del viernes 12 y la del lunes 15, no es cosa fácil. Me refiero, desde luego, a echar de menos en ella obras de amplio aliento de Vivaldi, como sus obras religiosas, o esa maravilla que es Juditha triumphans. Con Händel cabría preguntarse porqué, en lugar del Mesías, no otro de sus grandes oratorios, como Saúl o Israel en Egipto. Tal vez con Bach cabrían menos preguntas… capciosas.

Si bien es cierto, uno de los grandes aportes del barroco a la posteridad fue la invención de la ópera, no haberla incluido en la programación fue algo atinado, porque se carece de tradición, para producirla y para disfrutarla: tiempo al tiempo.

Lo cierto es que resultan fáciles estas preguntas. Menos fácil imaginar lo difícil que debió ser hacer del proyectado V Festival una realidad en noviembre.

 

Entre la Misa y el Mesías.

La inauguración ocurrió la noche del viernes 12, con el que fue el mayor reto musical de todo lo programado: la Misa en Si menor BWV 232 de Johann Sebastian Bach. El cierre corrió por cuenta del Mesías de Händel. Es decir, se flanqueó el evento entre dos monumentos. No hay que llamarse a engaños, más popular y familiar para el público el oratorio de Händel que la Misa de Bach. No porque el Mesías sea una obra fácil sino porque la Misa de Bach es más compleja, difícil y exigente, para los intérpretes y para el público.

Los resultados fueron muchísimo más satisfactorios con el Händel que con el Bach. Aparentemente para la Misa no se midieron sensatamente las fuerzas de los medios disponibles, aunque, no por casualidad, los solistas fueron prácticamente los mismos en las dos obras.

Con la Misa cabía suponer que la presencia en el podio del alemán Jürgen Wolf, por haber sido Kantor en Santo Tomás en Leipzig, es decir, una especie de heredero en línea directa del compositor sería garantía para llevar la obra a buen puerto. Pero eso no ocurrió. No hay que llevar las cosas más allá de la realidad: no fue una buena interpretación, hay que reconocerlo, pero tampoco un desastre. Dejó el inefable sabor de estar en el proceso del montaje y no en el de los detalles, cuando está lista para salir al escenario. Sí flotaba en la atmósfera la sensación de que se trataba de una partitura monumental, pero no pasaba de eso, una sensación. No creo que atribuible a la ya manida discusión de hacer, o no, el barroco con orquesta moderna, en este caso la Filarmónica de Bogotá, sino a que la intrincada polifonía no logró la deseable claridad, ni en la orquesta ni en el coro. Con los solistas, el asunto fue desigual, con un lunar, este sí imputable a quien se encargó de la selección de los cantantes: el barítono Stephan Heinemann que enfrentó las partes del bajo, tanto en la Misa como en el Mesías, un barítono intentando resolver las partes del bajo, francamente lindó en el desastre. Un tanto innecesaria la presencia de la mezzosoprano Andrea Niño, cuando se contaba con la del magnífico contratenor Eric Jurenas, tan excelente como la soprano Cornelia Horak, que sin la menor duda elevaban el nivel estilístico y musical cada vez que intervenían: evidente su nivel musical y su solvencia en el lirismo barroco. Buena selección la del tenor Benedik Kristjáson, impecable en realidad. Con lo coros, el Filarmónico de Bogotá y el de la Facultad de Artes de la Javeriana, lo mismo: poca claridad y un sonido poco lustroso y esmaltado, seguramente por haber enfrentado semejante responsabilidad ¡con tapabocas!... pero, bueno, entendible, el deber antes que vida no aplicaba para la noche inaugural.

Las cosas fueron de otro talante con el Mesías. Es cierto, insisto, que se trata de una obra muchísimo más familiar para el público y menos exigente que la Misa. Pero también es verdad que el trabajo de Michael Baum, al frente del cuarteto de solistas-excepto el barítono Heinemann- fue muchísimo más logrado y mejor recibido por el público. La interpretación con instrumentos de época de la Lautten compagney Berlin fue impecable, como impecable la actuación de la Coral Santa Cecilia de Bogotá. De tal manera que, salvo la baritonal equivocación del cuarteto vocal, el V Festival de música clásica de Bogotá, Bogotá fue barroco, llegó a feliz término con el Mesías.

 

VI Festival: La belle epoque 

El VI Festival, semana santa de 2023, será para la Belle Epoque. Como quien dice, la música francesa escrita entre 1771, final de la Guerra franco-prusiana y 1914, inicio de la I mundial. Que Santa Cecilia los ilumine y se atrevan con Pelléas et Mélisande, pero con un director de escena que no se crea, ni mejor que Debussy ni mejor que Maerterlink… Será para Debussy, Ravel, Fauré, Chausson, D’Indy, Satie… et les autres.