La cruzada de Álvaro Gómez contra el Régimen | El Nuevo Siglo
ALVARO GOMEZ HURTADO
Foto archivo El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Noviembre de 2020
Redacción Política

La claridad y fortaleza de los argumentos del periodista, líder político y dirigente conservador queda evidenciada en estas dos opiniones institucionales en las que dejó claro que el problema del país era la urgencia de acabar de una vez con ese enquistado  sistema de complicidades y corruptelas que se había tomado el Estado. Por considerarlo de interés para nuestros lectores reproducimos dichos escritos:

La responsabilidad es del Régimen

  • Por qué el Presidente no se cae
  • Habría una salida si hubiera grandeza

Los colombianos pensamos que al Presidente Samper le fue bastante bien en los dos encuentros internacionales en que participó nuestro país: Bariloche y los Noal. En primer lugar, porque pudo asistir sin peligro de caerse. Y porque ambos fueron de tal inocuidad que se pudo disimular la falta de protagonismo de nuestro mandatario, ya que no hubo en esas reuniones ninguna iniciativa de importancia.



Quedó confirmado que el Presidente no se cae, como lo hemos señalado tantas veces. Nadie lo está tumbando. No hay resistencia frente a sus actos, aunque casi todos ellos merezcan críticas muy agudas; no hay protesta callejera porque los sindicatos, los maestros, los propios trabajadores privados están desmoralizados y no sabe cuál se sus múltiples reivindicaciones pueden poner por delante para convocar un movimiento popular; no hay el bullicio estudiantil que suele ser el primer brote en los periodos de altísima corrupción como el que está padeciendo el país. Es que la opinión pública se ha dado cuenta de que el responsable de los muchos males que en distintos frentes agobian a los colombianos, no es el Presidente.

Él es un simple prisionero del Régimen. No tiene autonomía para dominar el Congreso, ni apoyo político para disciplinar a su propio partido, ni prestigio suficiente para que la prensa áulica le preste un apoyo eficaz.

Como el gobierno ha caído en una irremediable posición defensiva, no se atreve a tener iniciativas. No se ha propuesto un propósito nacional. En cada oportunidad que el Primer Mandatario toma un micrófono promete entregar centenares y, casi siempre, millares de millones de pesos, sin propósitos concretos, sin señalar de dónde puede salir tanta riqueza pública. El sistema de enunciar “planes sociales” está agotado. Aunque se sigan ofreciendo, ya nadie los toma en cuenta, sino aquellos burócratas que están pendientes de nuevas oportunidades para lucrarse con los contratos iniciales y las prebendas que originan esos ofrecimientos. 


La claridad y fortaleza de los argumentos del periodista, líder político y dirigente conservador queda evidenciada en estas dos opiniones institucionales en las que dejó claro que el problema del país era la urgencia de acabar de una vez con ese enquistado  sistema de complicidades y corruptelas que se había tomado el Estado.


Al Presidente no lo están tumbando ni los políticos, ni los periódicos, ni los gremios, porque nada se sacaría con reemplazarlo por otro personaje del mismo Régimen, que quizás no tendría tantas cosas que respetar como el señor Samper.

El proceso de decadencia que sufrimos no se acaba con un cambio de nombres. Pero al mismo tiempo resulta evidente, por todo lo anterior, que el Presidente no se puede quedar. Un país que no marcha, que todos los días muestra síntomas de disolución, finalmente encuentra una salida. Nosotros la hemos señalado muchas veces: hay que tumbar al Régimen.

Esto parece una invitación a que se empleen las vías de hecho. No es ese nuestro propósito. La caída del Régimen puede no ser súbita sino por un progresivo debilitamiento. Hay que crear una solidaridad nacional en torno del anhelo de realizar un cambio global, en el cual la voluntad de salvación sea el móvil colectivo predominante.

La erosión del Régimen como la única salida puede resultar extremadamente costosa, porque requeriría muchos meses y conduciría a un mayor debilitamiento de las instituciones.

Creemos que hay que acortar ese camino. Que aún es tiempo de que se puedan presentar soluciones por las vías previstas en la Constitución, y que le evitarían, no solo al país, sino a los propios personajes que constituyen el Régimen el tremendo desgaste al que están sometidos. Aferrarse al mantenimiento de lo que hay carece de grandeza. Si, por el contrario, se decide empezar una nueva vida, la opinión pública entendería que se ha iniciado un periodo de emocionante dimensión histórica. Y se conseguiría el ímpetu para una restauración nacional.

(Octubre 23 de 1995)

No se cae y no puede quedarse

  • Una inmanejable situación de desgaste
  •  No esperar a que haya una conspiración

La política colombiana está encerrada entre dos proposiciones contradictorias e igualmente válidas. La primera, que el Presidente Samper no se cae. No hay nadie conspirando para derrocarlo: ni los militares, ni los sindicatos, ni la oposición partidista –que no existe-, ni los gremios (todavía). Tampoco la Iglesia o las universidades, que han perdido su voluntad de presencia en el escenario de la vida pública.



La segunda proposición, igualmente cierta, es que el Presidente no se puede quedar. Esto no marcha. No hay mando. No se espera ningún acto de Gobierno, así sea en el campo puramente administrativo. Lo que se registra a diario es un fenómeno persistente y general de decadencia. Esa contradicción flagrante de que esto sigue y de que no hay nada que hacer, y al mismo tiempo la convicción universal de que esto no puede seguir y de que hay un deber moral de hacer algo, está conduciendo a la desesperanza.

Dice el diccionario que “desesperación” es la alteración extrema del ánimo causada por cólera, despecho o enojo y que ello se debe a la pérdida total de la esperanza. Ahí es donde están los colombianos. No es una actitud voluntaria, sino impuesta por las circunstancias, es algo que no se apetece, sino que se sufre. Por eso todavía no se conspira, aunque son crecientes las manifestaciones de ira.

El Presidente Samper ha tenido que enfrentar circunstancias difíciles de manejar, y en ello no ha conseguido buen éxito. Su defensa ha tenido, todo el tiempo, un aspecto angustioso, de gran sobresalto, porque se ignoran los elementos acusatorios que están en manos de sus adversarios, se sus antiguos socios o amigos y de organismos extranjeros. Esa ignorancia impide estructurar una estrategia defensiva, sobre todo si el ataque se mantiene en el campo del sistema probatorio estrictamente penal.

El Presidente está sometido a que cualquier persona amenace con revelar un documento, un cheque, una grabación o una simple fotografía. Está expuesto, por lo tanto, a una infinidad de chantajes. Aquí apelamos nuevamente al diccionario. “Chantaje” es la presión que, mediante amenazas, se ejerce sobre alguien para obligarle a obrar en determinado sentido. La multitud de posibilidades de que cualquiera pueda ejercer esa presión ha destruido la capacidad de mando del Presidente Samper. Ha sido colocado en una debilísima posición de expectativa, que esteriliza su acción de gobernante y que ha determinado que su defensa sea desarticulado, y, en ciertos casos, no solo ineficaz sino contraevidente.



Se presenta así la diabólica circunstancia de que, a la desventurada situación creada por los dineros ilícitos, se agregue el creciente desgreño de la administración pública. Todo lo malo que ahora ocurre, corre por cuenta del Presidente Samper. El desgaste de esta malhadada condición hace que sea impensable que el Presidente se quede. El país sufriría un grave deterioro de sus valores primordiales; y la prolongación de esta situación sin salida, destruye ya la personalidad de quien ha tenido que sufrirla.

El país quiere que el Presidente pueda salir de la encrucijada, no sería explicable que él aguardara a que se produzca en su contra una ruptura de este planteamiento contradictorio. Él debe tomar la iniciativa y resolver la crisis en el terreno político y no esperar, indefenso, a que el cúmulo de circunstancias adversas lo agobie y termine imponiéndole una solución contraria a su voluntad.

(Octubre 9 de 1995)