33 razones por las que escribo (I) | El Nuevo Siglo
Martes, 7 de Septiembre de 2021

De cuando en cuando, es necesario detenerse a recapacitar un poco acerca del oficio de escritor.
Al reflexionar sobre la tarea, podemos encontrarnos con incontables e insospechadas sorpresas que la reivindican, cuestionan o propulsan.
Esta es la primera de dos entregas sobre este ejercicio en el que un farol autocrítico nos ayuda a entender mejor lo que hacemos a diario.
1- Escribo para liberar de ataduras el alma, el pensamiento.
2- Refundar la realidad, crear un mundo nuevo, a mi medida.
3- Repasar mis convicciones, confirmarme en lo que creo y desechar aquello en lo que antes me afincaba.
4- Regodearme en mis delirios y cobrar conciencia de mis traumas.
5- Compartir vanidades, evadir las desgracias, sopesar las derrotas, letra a letra.
6- Transmitir claves e indicios para tratar de transitar con otros -con muy pocos- los insondables laberintos que solo yo conozco.
7- Depurar mi conciencia, cuando pienso que estoy a punto de no soportar más la carga que producen los remordimientos, las mordazas.
8- Plantear y aceptar duelos sin tener que escoger otra arma que la pluma, fuente de los más refinados y remotos desafíos.
9- Desmadejar mis pasiones lentamente, fluidamente, como deben desmadejarse todas las pasiones, aun las que más ocultas permanecen.
10- Jugar, juguetear, retozar con las palabras como en aquel teatro de marionetas que montabas en la infancia : decirlo todo sin mirar siempre a los ojos ; decirlo de a poco, como si fuese otro el que estuviera hablando.
11- Estrellarse frontalmente con el mundo entero sin otro manto protector que el de los deseos y la fe.
12- Crear misterios donde otros solo ven verdades, reflejando a sorbos la identidad en que resides, la que en cada texto debes someter a juicio sumarísimo.
13- Solazarme a solas, en un ritual tan íntimo y secreto que cualquier carnaval o tremolina resulte poca cosa.
14- Sufrir.  Sufrir mucho, recordando el episodio cruel, el tremedal, el verdadero rostro del mal.
15- Evocar ese instante que creías perdido y que, de súbito, aparece para enturbiarlo o aclararlo todo.
16- Ser recordado, tal como quisieras serlo; pero también para alimentar los apetitos del traidor que se decía tu amigo.
17- Provocar, encender las llamas de la conspiración, la convulsión, la agitación moral, sobre todo cuando se trata de escribir un poemario.
18- Interceder, para que quienes sufren y no duermen, vean otro paraje de sinsabores, a veces más dolorosos y sinuosos que los suyos.
19- Implorar, a quien corresponda, para que se retracte y comprenda que sus estropicios solo pueden convertirlo en lloraduelos.
20- Ilusionar, sobre todo, a quienes alguna vez se exaltaron con tus arengas; las mismas que ya dabas por perdidas.
vicentetorrijos.com