Ortega y Bukele | El Nuevo Siglo
Martes, 8 de Junio de 2021

Por lo menos en dos países centroamericanos se percibe claramente  la ola autoritaria que se apodera del mundo, facilitada por la crisis del covid-19. Desde orillas ideológicas muy diferentes Daniel Ortega y Nayib Bukele encaminan a Nicaragua y El Salvador por la escarpada senda de la dictadura. Con diferencias de grado, de ritmo y de permanencia, pero con los mismos instrumentos: amedrentamiento de la prensa libre, desconocimiento de la separación de poderes, instrumentalización de los controles, utilización descarada de la conocida fórmula: “para mis amigos el  Estado y sus privilegios, contra mis enemigos toda la fuerza de la ley”.

El mínimo de formas se abandonó hace tiempo en el caso de Ortega, a quien ya ni parece molestarle que lo llamen tirano y se evidencien los crímenes cometidos durante su gobierno. Por estos días encarcelar posibles candidatos con opción, bajo las más fútiles excusas vestidas de delitos, se convierte en la notificación a nacionales y extranjeros de su decisión de impedir que se efectúen elecciones libres.

Ya no se trata solamente de utilizar las herramientas estatales para intimidar a los opositores, sino de evitar pura y simplemente que  haya cualquier competencia. Muestra de debilidad extrema por la  incapacidad de someter su nombre a consideración del pueblo en condiciones normales.

Bukele, por el contrario, fundamenta su actuación arbitraria en la popularidad que siente que lo acompaña, nacida del hábil manejo de  las redes y de las emociones que en ellas se mueven, pero sobre todo del hastío de la población con la corrupción. Cree que ello lo legitima para hacer que sus mayorías en el Congreso destituyan sin fórmula de juicio a los jueces constitucionales y al fiscal general que se han opuesto a sus dictados. La última medida ha sido suprimir la Comisión Internacional contra la Impunidad en El Salvador (Cicies), creada precisamente para apoyar la lucha contra la corrupción, objetivo este en el que paradójicamente apoya su gestión.

En realidad es a la comunidad internacional a la que va dirigido el mensaje: que nadie se entrometa, aquí hay una autocracia trabajando. En su reciente discurso en el Parlamento ya se ha anunciado lo que sigue: "Nunca más vamos a regresar al sistema que por dos siglos nos hundió en la delincuencia, en la corrupción, en la desigualdad y en la pobreza, nunca más. No se hagan ilusiones, mientras Dios me dé fuerzas, no lo voy a permitir". Al tiempo que aseguró que El Salvador ha entrado en una "nueva etapa" y que debe vencer al "aparato ideológico" de antiguos gobiernos.

Seguramente de ese aparato ideológico que tanto le molesta hacen parte los principios del Estado de Derecho que su homólogo nicaragüense lleva desconociendo desde hace muchos años. Lo que muestra que en estos asuntos poco importa la ideología en nombre de la cual se aniquile la autonomía de la justicia, se neutralicen los demás instrumentos de control del poder, se amordace a la prensa o se supriman o limiten arbitrariamente los derechos y libertades.

En cualquier circunstancia, se trata de la misma manipulación de los instrumentos de la democracia y de la negación de sus presupuestos. En uno y otro caso actúa el mismo sátrapa que utiliza las herramientas y cámaras secretas del poder que sean necesarias para mantenerse en él y usufructuarlo, como ya se describía en 1678 en el texto satírico Idolum Principum.  

@wzcsg