Amores de Bolívar | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Abril de 2020

Todo ha sido revelado en la vida de Napoleón. Fueron desmenuzados sus pecados y debilidades. Con insaciable curiosidad se buceó en su vida privada. ¿Pero es que tienen “vida privada” los grandes hombres públicos? No lo creemos.

De Bolívar solo conocemos el férreo perfil del guerrero o la adusta silueta del pensador y del mártir. A acercarlos a nosotros por lo más humano que existe sobe la tierra, las pasiones, tiende tienden las letras de este ensayo.

“Sepamos, pues, que aquel Libertador y fundador de naciones fue también hombre de hogar y amante voluptuoso; que amó los campamentos, las sangrientas batallas, los deslumbrantes salones, y las tibias alcobas; que durmió envuelto en su capa, sobre el duro suelo, a la intemperie, y n los blandos brazos de la mujer amada; que oyó el feroz escarnio y las delirantes aclamaciones; que ciñeron sus sienes, a la par, la corona de espinas de todos los redentores, y el laurel del triunfo y los rojos mirtos de los amores; que la mujer llamada por la Escritura más fuerte que la muerte, que hizo llorar a Antonio, enervo a Aníbal, y jamás penetró en el férreo corazón de Carlos XII, fue, con la guerra, el ensueño, la alegría de Bolívar”. Así dibujada en lo amoroso al Padre de la Patria, Cornelio Hispano.

Bolívar reunió a un mismo tiempo ternura y fuerza. Sus manos eran igualmente sabias en la caricia de perfumadas cabelleras y en el manejo del escudo en el estadio, hasta abatir al enemigo sobre la arena dejándolo con las arterias rotas. Su vida fue noble y excelsa. Al escudriñar sus más íntimas y humanas actitudes, observamos que tuvo siempre ante sus ojos la norma de los antiguos, aun en la caída, caer con elegancia.

Estudiar a este grande hombre, en las más secretas aventuras de su vida, es sentir las más recónditas palpaciones de su gran corazón, sorprender sus sueños y delirios, acercarse a la perfecta comprensión de su genio.

Gibbon expresó en sus Memorias: “El público es siempre avaro de detalles y particularidades; quiere conocer bien, en la intimidad, a los hombres que dejaron imágenes de su alma. Los pormenores más minuciosos, concernientes a ellos, se recogen con cuidado y se leen con placer y gran deseo”.

¿Es morbosidad? Seguramente. Pero no podría negarse válidamente la avidez general por saber y penetrar en lo secreto.

Desafortunadamente para satisfacer esta predilección se tropieza con un insalvable escollo. El panfleto. A cierta distancia de los ejércitos vencedores se observa turbas desvergonzadas y harapientas. Igual ocurre con los grandes hombres. No faltan los detractores y calumniadores. “Alejandro -anota Hispano- lo fue por Apolodoro; César por sus predilectos amigos; Napoleón hasta por sus camareros; Bolívar, solo por sus enemigos; Riva Agüero, el traidor; Vidaurre, el servil; Mitre y muchos más, cuyos nombres no lograron escapar al olvido. Y obsérvese que los retratos de los héroes que nos dejaron sus detractores son más o menos iguales.

El que escribió Apolodoro de Alejandro, por ejemplo, es idéntico al que trazó Pruvonena de Bolívar.