Aunque las negociaciones ya habían consumido un tiempo significativo, fue hasta el pasado miércoles 14 de septiembre en que, de manera oficial, la empresa Monsanto reconoció que había aceptado la oferta de compra que parte de la transnacional Bayer. El monto, habría sido de 66,000 millones de dólares para la fusión de los dos gigantes.
De conformidad con datos de la agencia AFP, con esta adquisición, Bayer controlaría un nada desdeñable 30 por ciento del mercado de las semillas transgénicas y un 24 por ciento del mercado global de pesticidas. Una posición significativamente hegemónica que le permitiría, no sólo estabilizarse a partir de gran cantidad de activos fijos, y de cobertura en el ámbito planetario, sino también –y lo que es a todas luces más estratégico- tener la capacidad de fijar precios.
Sería el gran “price maker”. Con ello se confirma, una vez más que en la actual globalización se impone el capital financiarista, la tecnología de punta, insumos industriales, mercado de materias primas y procesos continuados de privatización en los países. Se va dejando de lado –aunque ello se publicite menos, obviamente- la libre competitividad, en la cual la tecnología, los procesos innovadores de la administración y beneficios al consumidor se hacen presentes. Esta libre competitividad va languideciendo en muchos de los grandes mercados globales.
Además es de tomar en cuenta que Bayer con esta adquisición controlaría significativamente -además de los transgénicos y de semillas- un mercado tradicional para esta firma: los medicamentos.
La tendencia general es que las fusiones están llevando a que los mercados relacionados con la producción agrícola mundial se consoliden, más que cómo oligopolios, como circuitos de notable influencia monopólica en todo el planeta. Esto abarca el mercado de fertilizantes, agroquímicos en general, control de tecnologías y de procesos digitales, además de bancos de datos en este sector.
Además de la posición predominante de varios actores en el sentido de acceder y consolidar su poder monopólico, existen problemas estructurales que se están haciendo presentes. Uno de los sectores que se está viendo acechado por las dificultades es precisamente el mercado de transgénicos.
Producto de una publicación, en un medio para nada sospechoso de faltar a sus credenciales conservadoras, como lo es el Wall Street Journal, se informa (precisamente el día 14 de septiembre de este año) que los agricultores, en particular estadounidenses, están mostrando seria dudas respecto a los beneficios de los transgénicos.
Luego de un poco más de 20 años de uso de semillas transgénicas, ahora es posible observar lo que la investigadora Silvia Ribeiro, desde México, reporta como “supermalezas”. Es decir plantas indeseables que manifiestan un significativo grado de resistencia a los agroquímicos. Además, los transgénicos no están mostrando los niveles de rendimiento que permitan justificar el gran costo de las semillas.
Por otra parte tampoco es de ignorar que en todo este escenario, juega un papel importante el desplome que los precios de los productos agrícolas han tenido en los mercados mundiales. Con todo, muchos agricultores están tratando de volver a buscar semillas criollas o mejoradas según métodos tradicionales que actualmente tendrían un rendimiento similar o mejor que los transgénicos.
Como se indicaba, los procesos de fusiones y de adquisiciones están formando empresas transnacionales de gran poder en el gran sector agrícola mundial. Como ejemplo de esto se tiene el caso de la fusión entre Syngenta-Chem China y DuPont-Dow. Con estos actores es posible prever que Basf, Bayer, Dos, DuPont, Monsanto y Syntenta, controlarían el 100 por ciento del mercado de transgénicos. Luego de las fusiones sólo quedan tres grandes empresas multinacionales con ese poder multimillonario.
Por lo general en países latinoamericanos, de África y muchos de Asia, estas mega-empresas tienen gran poder y pueden actuar más a su antojo. Véase por ejemplo la influencia que está teniendo con el auténtico rosario de privatizaciones que se han anunciado, con el recién inaugurado período presidencial de Michel Temer (1940 -) en Brasil. Toda una recomposición de actores que surgidos de procesos “legalísimamente legales” desemboca en un mayor poder a los grandes monopolios en el país que es la sexta economía del mundo.
No obstante esa situación, en Europa y en Estados Unidos, varias agencias anti-monopolios realizan estudios sobre las fusiones. Se teme que el gran poder de las empresas como resultados de las fusiones y adquisiciones, eleve los precios de insumos, maquinaria y en general de productos agrícolas. Eso impacta en los países más desarrollados, pero a raíz de las medidas proteccionistas que los mismos tienen en el sector agrario, el impacto más negativo se espera para los desprotegidos sistemas campesinos de los países del Tercer Mundo.
Que solamente tres grandes empresas transnacionales controlen la totalidad del mercado de transgénicos no es algo que favorezca la plena existencia de los elegantes modelos de libre competitividad en los cuales todas las empresas son tomadoras de precio (“price takers”). Rasgo este último que es presentado recurrentemente por la corriente neoliberal en economía, basada en aportes de la economía neo-clásica especialmente de autores como Alfred Marshal (1842-1924), León Walras (1834-1910), Arthur Pigou (1877-1959) y Wilfredo Pareto (1848-1923).
Se hace evidente que estos procesos de fusiones y adquisiciones que redundan en un mayor grado de concentración de poder de mercado en cada vez más reducidos actores, atenta contra el libre juego de oferta y demanda, la promoción de competitividad y procesos de economía de bienestar para los consumidores. Y desde luego que tiende a restringir el margen de acción en la toma de decisiones de gobiernos nacionales, actúa contra la soberanía, especialmente en países que presentan pequeños mercados relativos.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.