El lunes, en su primera alocución en horario prime time, el Presidente volvió hacer referencia a este concepto. Se trata, según lo poco que ha dicho, de una mezcla entre pragmatismo geopolítico y una base común de principios. Afganistán será su primer experimento: enviará tropas, pero espera negociar con los talibanes
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Siete meses después de haber llegado a Casa Blanca, Donald Trump, criticado por su vaguedad conceptual, ha dado a conocer su doctrina política. Tras varios meses de polémicas, el Presidente dejó claro que gobernará de acuerdo a un “realismo de principios”, un término que ya había usado cuando viajó a Arabia Saudita y decidió congelar el acuerdo bilateral con Cuba.
En un discurso que duró 27 minutos, el lunes en la noche, mostró una especie de ponderación política, algo poco habitual en él. Al frente de millones de norteamericanos, planteó una nueva política en Afganistán, dijo que los norteamericanos están divididos por sus diferencias de raza o religión y llamó a tomar decisiones geopolíticas sin apresurarse, en una dura critica a Barack Obama y el retiro de tropas norteamericana de Irak.
Realismo de principios
En Estados Unidos, todo el que llega a la Casa Blanca impone su doctrina. Henry Truman, el creador de “la doctrina Truman”, apoyó a los gobiernos que luchaban contra minorías armadas, especialmente en Latinoamérica. Años después, Ronald Reagan, uno de los presidentes más queridos de ese país, hizo lo imposible para parar la influencia soviética en gobiernos y guerrillas del mundo.
Trump no ha sido la excepción. Pero, ¿qué significa el realismo de “principios”? Por lo poco que ha dicho, no es fácil definirlo. La génesis de este presidente es tan variopinta, que su base doctrinal puede variar de un día para otro. No obstante, en una serie de apariciones públicas, ha dicho que es un “nuevo enfoque informado por la experiencia y un juicio que “descarte estrategias que no han funcionado”.
El 16 de junio, cuando fijó una aproximación distinta entre la Habana y Washington, Trump dijo que: “Estados Unidos está adoptando un realismo de principios, arraigado en nuestros valores, intereses compartidos y sentido común. Ya no permaneceremos callados ante la opresión comunista. Estados Unidos expondrá los crímenes del régimen castrista y se pondrá en pie con el pueblo cubano en su lucha por la libertad”.
Esta declaración hace énfasis en los valores democráticos, pero indica, de cierta forma, que puede haber lugar a nuevas negociaciones, bajo criterios distintos a los definidos por Barack Obama.
Meses antes de su decisión sobre Cuba, Trump visitó Arabia Saudita y cuidadosamente dijo que existían principios comunes entre ambas naciones, que sirven de base para llegar acuerdos dentro de la doctrina del “realismo de principios”, aunque son más las diferencias, por el modelo teocrático que prepondera en el Golfo Pérsico.
Nuevo enfoque
En un cambio repentino de tono, que se dio en parte por la salida de la Casa Blanca de su exasesor, Steve Bannon, Trump dejó la puerta abierta al envío de más tropas a Afganistán, para acorralar a los talibanes y lograr una eventual negociación con este grupo terrorista.
El Presidente explicó que “casi 16 años después de los ataques del 11 de septiembre, después del extraordinario sacrificio de sangre y tesoro, el pueblo estadounidense está cansado de la guerra sin victoria. En ninguna parte esto es más evidente que con la guerra en Afganistán, la guerra más larga de la historia de Estados Unidos - ¡17 años!”.
Ayer, luego de alocución presidencial, funcionarios del congreso aseguraron que serían enviados cerca de 4.000 efectivos “que se unirían a los 8.500 miembros del servicio estadounidense actualmente en la región”, según David Nakamura y Abby Phillip.
“En una serie de apariciones públicas, -Trump- ha dicho que es un “nuevo enfoque informado por la experiencia y un juicio que “descarte estrategias que no han funcionado”.
Trump justificó su decisión por tres razones. Dijo, por un lado, que las decisiones sobre Afganistán deben asegurar un “resultados honorable y duradero”, reconociendo que ese conflicto ha dejado más de 2.400 muertos. También, aclaró que “las consecuencia de una salida rápida son predecibles e inaceptables”, y añadió “un retiro precipitado crearía un vacío que los terroristas, incluyendo Estado Islámico y al-Qaeda, llenarían instantáneamente, tal como ocurrió antes del 11 de septiembre”.
Al referirse al tema de Iraq, criticó la gestión de Barack Obama. “Se retiró apresuradamente y equivocadamente”, dando a entender que, pese a los malos resultados en Afganistán, es mejor quedarse y lograr una salida efectiva, antes que evacuar las tropas y dejar a un país con una incipiente institucionalidad.
Trump, sin embargo, insistió en la diferencia entre construir un país y “matar terroristas”, para que esa eventual reconstrucción sea hecha por los mismos dirigentes del país. “No dictaremos al pueblo afgano cómo vivir o cómo gobernar su propia sociedad compleja. No estamos reconstruyendo la nación. Estamos matando a terroristas”, aclaró.
Esto representa un giro radical en la política exterior norteamericana. Las anteriores administraciones, incluyendo la de Obama, planteaban que su intervención tenía como propósito ayudar a construir estados democráticos. Ahora, como parte de su doctrina realista, Trump ha dicho que “esos días ya han terminado”, asegurando que su interés es ganar la guerra contra los terroristas. El resto, es problema de cada país.
Charlottesville
Desde que Trump llegó a la presidencia, Estados Unidos ha estado divido en dos. Con el tiempo, esta división se ha profundizado, con nuevos escenarios como los enfrentamientos raciales entre supremacistas blancos y grupos antirracistas, en Charlottesville, Virginia.
“Los hombres y mujeres jóvenes que enviamos para luchar nuestras guerras en el extranjero merecen regresar a un país que no está en guerra consigo mismo en casa. No podemos permanecer una fuerza para la paz en el mundo si no estamos en paz unos con otros”, dijo, refiriéndose a Afganistán y los conflictos raciales y religiosos a nivel local.
Por ahora, sus decisiones no generan unidad, sino lo contrario. El 56% de los norteamericanos rechazaron las palabras de Trump tras los enfrentamientos en Charlottesville. Aunque el 62% de los republicanos -sus electores- apoyaron cada una de sus palabras. Un país dividido.
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