Cuando a la medianoche del pasado 31 de diciembre tañeron las campañas y el cielo se iluminó con los juegos pirotécnicos con los que habitualmente se da la bienvenida al nuevo año, nadie presagiaba que esta sería una época distinta para el planeta. Se brindó de nuevo por paz, prosperidad y salud sin tener ni la más mínima idea de que estos dos últimos augurios se convertirían, desde los primeros días de 2020, en una impensable crisis global por cuenta de una virulenta enfermedad.
Tan solo horas antes las autoridades chinas habían informado a la Organización Mundial de la Salud OMS) sobre 27 pacientes que presentaban un síndrome respiratorio agudo, que era tan atípico que además de no responder a los tratamientos médicos tradicionales era tan contagioso como veloz en su propagación, lo que forzó al aislamiento de los afectados.
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Wuhan, capital de la provincia china de Hubaei, albergaba esos 27 casos de la “rara enfermedad” que fue comunicada a la OMS el 30 de diciembre de 2019 y que en cuestión de horas había multiplicado sus contagios (superaban el centenar). Solo una semana después sus científicos lo tipificaron como el virus SARS-CoV-2, rebautizado posteriormente como Covid-19.
Ese fue el génesis de la pandemia y de la crisis sanitaria más grave, hasta ahora, del siglo XXI. Su virulencia y rápida propagación impactaron en el mundo (excepto en la Antártida), en menos de tres meses y se mantiene en medio de una frenética carrera por descubrir una vacuna que inmunice a la humanidad y un fármaco que salve la vida a los contagiados.
La trazabilidad del Covid-19
La movilidad global fue el “vehículo” transmisor del invisible, pero poderoso virus. El 13 de enero pasado, este nacido en Wuhan hizo presencia en Tailandia y Japón. Y ahí fue solo cuestión de días para que se reportaran los primeros casos en Estados Unidos, Italia, Francia y otras ocho naciones europeas, así como los primeros fallecimientos en China. En ese momento la OMS alertó sobre la posibilidad de que el brote del virus fuera más amplio, declaró la emergencia de salud pública (alerta temprana para que los sistemas sanitarios estuvieran preparados) y confirmó (22 de ese mes) que se transmitía entre humanos.
Exactamente al cierre del primer mes de la aparición del virus (30 de enero) se registraban 7.818 contagios, el 98,8 % en China y el restante 1,2 % en 18 países. Hasta ahí la rectora mundial de la salud la consideraba un brote epidemiológico, a saber, la aparición repentina de una enfermedad debida a una infección en un lugar específico y momento determinado.
Corrió febrero y con ella la expansión del coronavirus especialmente por Europa y en algunos otros países de Asia, mientras comenzaba a viajar desde la punta más al norte del continente americano (la costa septentrional de Alaska) hasta su antípoda austral (Cabo de Hornos, sur de Chile).
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Ese fue el mes que con inusitada fuerza el virus golpeó primero a Italia, luego a Francia y, en corto tiempo, a Alemania y España, para después propagarse por el Viejo Continente. Las regiones italianas de Lombardía (el motor económico del país) y Véneto se convirtieron rápidamente en “zonas rojas” y de un asilamiento estricto, pero focalizado, se pasó a uno general. En ese momento la tasa de positivos en la primera de ellas era de 90 por cada 100 mil habitantes, mientras que en la segunda era de 36, registrando más de 14 mil y 2 mil afectados, respectivamente.
En un mundo atónito, dando palos de ciego ante un enemigo tan poderoso como desconocido y a la espera de políticas claras de la OMS, que a esas alturas consideró que el Covid-19 ya no era un brote, sino una epidemia (a saber, cuando una enfermedad se propaga activamente debido a que el brote se descontrola y se mantiene en el tiempo), arrancó marzo, develando desde sus primeros días que se convertiría rápidamente en el foco del virus. La primera semana de ese mes, cuando el mundo registraba ya más de 86 mil afectados y los fallecimientos superaban los 3 mil (casi todos en China), Italia descubría lo grave que era -y sería- el impacto del coronavirus. En ese momento se acercaba a los 20 mil positivos y los 30 decesos.
Alemania, Francia y España, ya en alerta amarilla por lo que ocurría en la vecindad y adoptando las cuarentenas estrictas, con cierre de fronteras terrestres y aéreas como lo hicieron sus pares regionales, acumulaban a esa misma fecha: 795, 100 y 76 contagios, respectivamente, mientras que los fallecidos no llegaban a la docena. Incluso, en la “madre patria” no se había presentado ninguno.
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Pese al acelerado crecimiento y la expansión del coronavirus, fue solo hasta el 11 de marzo (cuando ya estaba presente en 118 países, incluido el continente americano), cuando el mundo registraba más de 125 mil contagios y miles de fallecidos, que la OMS declaró la pandemia, al cumplirse -y de lejos- los dos criterios para hacerlo: el virus afectaba a más de un continente y los casos de cada país ya no eran importados, sino provocados por transmisión comunitaria.
“Estamos preocupados tanto por los niveles alarmantes de propagación y gravedad (de la enfermedad), como por los niveles alarmantes de inacción”, dijo en su momento el director de dicha organización, Tedros Adhanom, quien a finales de mes se convertiría en el blanco de críticas de varios países, entre ellos Estados Unidos, no solo por lo que consideraron una orientación tardía e inadecuada al mundo frente al coronavirus, sino por haberse “dejado presionar” de China para comunicar dicha información, así como sobre el verdadero origen del virus. Ello llevó a que hace unos meses la comunidad internacional exigiera una investigación internacional, la que de momento no se sabe cómo ni cuándo se dará.
A finales de marzo no había territorio libre de Covid-19 en el mundo -salvo la Antártida y una que otra alejada isla- con unas proyecciones escalofriantes. Para tener una idea, solo en Estados Unidos, que ha liderado todas las mediciones que determinan los países con mayor afectación por la pandemia, en ese momento se vaticinaba que entre 160 y 20 millones de sus habitantes podrían contagiarse y que fallecerían por el virus entre 200 mil y 1,7 millones.
Afortunadamente esos cálculos han sido erróneos y lejanos a la realidad, ya que el coloso del norte registra, según las mediciones del Instituto John Hopkins, 4’271.095 de contagios, acumulando el 26 % del total global, con un índice de recuperados del 30 % (casi 1 millón 300 mil). Mientras, los fallecidos son 147.253, el 22 % de los registrados hasta este lunes en el mundo.
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Otro ejemplo de que el impacto del Covid-19 no ha sido de las dimensiones inicialmente consideradas es Colombia, ya que cuando el pasado 17 de marzo se decretó el estado de emergencia social y económica por la pandemia, en la argumentación del mismo se calculaba, con base en una tasa de reproducción Ro de 2,68, que 3’989.853 personas se podían contagiar y los fallecidos podrían llegar a 400 mil. Actualmente, cuatro meses y medio después de la aparición del coronavirus, registra 257.101 positivos, de los cuales más de la mitad se han recuperado, mientras que los decesos son 8.777.
Y así como en Estados Unidos y Colombia se puede ver a lo largo y ancho del mundo que tanto la tasa de contagio como de letalidad ha sido, repetimos, afortunadamente mucho más baja de la prevista inicialmente. Sin embargo, preocupa que pese a la acelerada carrera de la comunidad científica aún no se haya encontrado una vacuna que inmunice a la humanidad y que las secuelas del coronavirus que se están viendo en algunos países de Europa y hasta en China misma -que bajó durante varios días del mes pasado a cero sus positivos- si no se cumplen las medidas sanitarias adoptadas, estas cobren fuerza.
Las políticas sanitarias
Desde el mismo momento en que China descubrió el alto poder de contagio del nuevo virus optó por una cuarentena total de Wuhan. Y a medida que el coronavirus comenzó a traspasar las fronteras, esa fue la línea que implementó la mayoría de los países, a sabiendas del grave impacto que tendría lo que los expertos llaman “apagar la economía”.
Así, entre una lucha diaria y tenaz por la vida, y la inevitable debacle económica, el mundo vivió casi dos meses en un nuevo modo: confinado. Con la movilidad restringida a su mínima expresión (salvo para el servicio de salud), un silencio que al principio invocaba miedo, pero después mutó a tranquilizador, permitió que los 7.700 millones de habitantes del mundo se reencontraran con lo básico: consigo mismo y su entorno familiar más íntimo.
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Cambiaron las costumbres, se impusieron el autocuidado, la bioseguridad, el teletrabajo, la educación a distancia, entre otros, al tiempo que el planeta se dio un respiro. Fue así como entre la información sobrecargada del coronavirus se destacaban las imágenes de cientos de especies que salieron de sus forzados hábitats y los días se volvieron más claros, con mejor aire y las noches más nítidas.
Por igual, otras imágenes fueron sobrecogedoras, como la de la Plaza de San Pedro sin un alma cuando el papa Francisco impartió las dos bendiciones Urbi et Orbi para implorar por el éxito en la lucha contra el Covid-19, o los templos cerrados en la tradicional celebración católica de la Semana Santa, al igual que los cientos de aviones parqueados en las gigantescas terminales aéreas del mundo entero y hasta los rostros reflejando el cansancio de millares de médicos y trabajadores de la salud en el mundo dedicados a plantarles cara a la pandemia.
Impacto económico
En ese asilamiento preventivo forzado transcurrieron marzo, abril y algunos días de mayo en casi todo el mundo. Y en ese momento, como nunca en la historia reciente, casi todos los gobiernos adoptaron ayudas sociales para atender otro inmediato frente de batalla: evitar el hambre, especialmente de los que viven del rebusque diario.
Francia y Alemania en Europa, así como Estados Unidos y varios países latinoamericanos, destinaron grandes rubros a esa ayuda. El gobierno Trump registró montos inéditos en subsidio al desempleo y, por primera vez durante su mandato, logró sin trabas a finales de abril un acuerdo bipartidista por US$483 mil millones en un plan de ayudas para reactivar la economía. Más recientemente la Unión Europea, con el impulso de la dupla Macron-Merkel, avaló un plan de recuperación por 750 mil millones de euros.
Y cuando ya se tuvo evidencia de que las políticas sanitarias adoptadas habían logrado frenar la velocidad de contagios y que con estrictos protocolos de bioseguridad podría empezarse a dar el desconfinamiento, se retomó la actividad productiva, principalmente en Europa (que había pasado el pico de la pandemia) y Estados Unidos. Días después se hizo lo propio en América Latina y el Caribe, actualmente foco de la pandemia.
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Ninguna nación podía dar mayor espera al reinicio económico, ya que los dos meses forzados de cierre generaron un boquete en las finanzas personales y nacionales. El impacto generalizado y súbito de esta pandemia en las cuentas nacionales y el crecimiento económico global son de tal magnitud, que los expertos han señalado que será la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial.
Las previsiones del Banco Mundial indican que para este año habrá una contracción económica global del 5,2 %, con una mayor afectación en los considerados mercados emergentes y las economías en desarrollo. Y, además, indican que será la primera vez, desde 1870, que la mayoría de los países registrarán una disminución del ingreso per cápita, lo que llevará a millones de personas a la pobreza extrema, principalmente en el continente latinoamericano.
En Colombia, el escenario no es alentador. Antes de la pandemia se proyectaba un crecimiento económico rondando el 3,5 %, estando en 1,95 % en marzo. Sin embargo, desde ese momento se ha registrado un decrecimiento y, en el mejor de los casos, cerraríamos el año con un -5,5 %, según el Gobierno. Paralelo a ello se prevé un aumento de la deuda externa de más del 50 % del PIB y el hueco fiscal podría llegar al 10 % del mismo.
Este es el escenario local y global en la antesala de cumplirse seis meses del Covid-19 en el mundo. Mientras avanzan los proyectos para desarrollar una vacuna, tres de los cuales se encuentran en fase 3 (final), mostrando resultados esperanzadores (U. de Oxford, un instituto chino y el laboratorio Moderna de EE. UU.), los países recobran gradualmente sus actividades comerciales y productivas, pero mantienen -en la mayoría de los casos- reservas a las sociales.
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Superado el falso dilema de salud o economía, y con las mascarillas puestas, las “barricadas” fronterizas terrestres comienzan a levantarse, al igual que muchas de las aéreas, y se reabren los comercios. En este tiempo también pasado del “modo covid” al “modo re” (reiniciar, reinventar, reconstruir, repensar, etc). Y bajo esa óptica no es que el mundo esté ante una “nueva normalidad”, es la misma pero con mayor responsabilidad.
Es por ello que lucha contra el coronavirus, que se vaticina larga, pero a la que se está dando exitosa batalla, debe convertirse en máxima personal un lema sencillo y esencial para la vida: “si me cuido, te cuido”.