Por Pedro Miguel Montero*
Es un lugar común aquella afirmación en torno a que crisis en chino significa oportunidad, pero más allá de la aseveración el año que termina parece confirmarla para los seres humanos, las empresas y los países. El 2020, en otras palabras, ha significado un reto sin precedentes para todo el mundo.
Para los países de renta media como los latinoamericanos, este año puede llegar a ser la ventana al retroceso o la puerta que conduce al fortalecimiento de la economía de cara a un mundo irreversiblemente globalizado, donde los males se expanden con vertiginosa rapidez, pero así mismo, las oportunidades para mejorar el bienestar de los ciudadanos se presentan como nunca lo habían hecho.
La región se está catapultando como un actor protagónico del sistema internacional y puede llegar a convertirse en una interesante plataforma de desarrollo y atracción de inversión, o puede quedarse dormida sobre los laureles viendo que otros sacan provecho en sectores donde tenía serias opciones de inserción.
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Si se decide optar por la primera opción, un punto que debería estar en la agenda de política exterior de América Latina es una nueva y revitalizada mirada a Asia. La pandemia puede ser una nueva oportunidad para ampliar los horizontes y entender que si bien es cierto que Estados Unidos (EU) es un socio de vital importancia en los ámbitos político y económico, no es el único y más de un advenedizo se sorprenderá al ver cómo Washington no castigará a la región si los países de esta parte del continente ven hacia otras latitudes, pues es claro que tener mayor interés en Asia no implica dejar de ver con buenos ojos al país del Tío Sam ni a Europa.
Es notorio que, la vinculación con la Cuenca del Pacifico es diferente dependiendo de la nación observada, y no es el momento de caer en el estéril delirio de buscar culpables, tampoco se trata de ver el vaso medio lleno, como lo ven los oficialistas; o medio vacío, como lo observa la oposición, simplemente es el momento de ir por más agua y ocupar un nuevo espacio.
Resulta indispensable vincular, como muchos países de la región ya lo han hecho, a otros actores en la formulación de la política exterior; la academia debe jugar un rol de trascendental importancia en la formulación o complementación de los análisis sobre la forma en que este involucramiento debe hacerse y los empresarios deben advertir qué sectores pueden sacar provecho de estas relaciones.
La triple alianza gobierno, academia y sector empresarial, hubiese permitido advertir que un EU libre de las ataduras de la Guerra Fría empezaba a ejercer mayores presiones para imponer sus convicciones en naciones que antes eran de la esfera de influencia de la entonces Unión Soviética (URSS).
La ausencia de la alianza no permitió dimensionar que el 11 de septiembre (2001), justificó la incursión en Afganistán y con ello en Asia Central, afectando seriamente los intereses de Rusia y China, quienes, aunque al principio compartían el interés por derrocar al régimen talibán, posteriormente terminaron fundando una alianza que nunca se había dado y que resultaba contradictoria para el propio EU quien por primera vez incursionaba en estos territorios motivado por el interés en compartir el manejo de los recursos minero energéticos.
Una observación juiciosa, de los académicos, también hubiese permitido evidenciar que los acuerdos militares estadounidenses con Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán se acompañaron de proyectos petroleros y gasíferos que le quitaron a China la posibilidad de abastecerse desde esa zona, obligándola a encontrar nuevas posibilidades en América Latina.
No se puede contradecir la postura señalada anteriormente, de solo acotar los errores sin dar alternativas y soluciones en medio de la crisis. Ahora, si lo que se quiere es ir por más agua, los países de esta parte del continente deben sentarse a pensar que el gigante asiático se ha visto obligado a ratificarse como potencia regional en su área de influencia y que en esa esfera, la integración económica se visualiza, como lo señala el profesor Pio García, con una intensificación del comercio que es acompañada por un intercambio intraindustrial; por una facilitación de inversiones y de transferencia tecnológica; por una racionalización productiva con especialización nacional y subregional; y, por una coordinación monetaria dirigida al establecimiento de una moneda regional en el mediano plazo.
Entonces, si la idea es acceder al mercado chino y con ello a mil trescientos millones de consumidores, Latinoamérica debe empezar por entender con claridad meridiana cómo funciona el gran dragón en su esfera de influencia, tarea que seguramente puede ser soportada por la academia.
Así las cosas, la invitación es a evidenciar lo que hoy ya son hechos consumados, entenderlos y saber cómo la región se puede insertar de mejor manera, porque el único camino que no es posible, y el covid–19 así lo demostró, es el aislamiento, pues la globalización permite que Latinoamérica siga cobrando un mayor protagonismo en todos los ámbitos.
Se trata de entender que los gobiernos no les pueden hacer la tarea a todos los actores interesados y estos a su vez deben entender que el ejecutivo requiere el trabajo mancomunado de aquello que se llama nación y que esta se extiende más allá de los períodos constitucionales de un mandato presidencial.
Insertarse es tener que nadar contracorriente ya que el multilateralismo está en profunda crisis, pero para la región, meterse al ruedo de manera unilateral es jugar a perder o fracasar; entonces el camino es insistir en el multilateralismo, tarea sin duda más difícil, pero es la única donde encontrará resultados positivos. La buena noticia, es que ya cuenta con una plataforma regional para buscar ese multilateralismo, ya que América Latina ha sido fecunda en encontrar alternativas de integración regional, el reto ahora es activarlas porque todas atraviesan por profundas crisis.
Nuevamente la alianza gobierno, academia y empresarios pareciera ser la salida dado que ella permitirá canalizar de manera adecuada los intereses en cada plataforma: unos son los objetivos de la Comunidad Andina, otros los de PROSUR, distintos los de la CELAC y más diferentes los de la Alianza del Pacifico.
Además, se debe tener especial cuidado en caer en los discursos situados en los extremos, equivocados están aquellos que ven en la Comunidad Andina los mismos intereses de una comunidad internacional y una América Latina de los años sesenta, donde imperaba el sueño bolivariano. Esa valiosa oportunidad se perdió en el mismo Congreso Anfictiónico de Panamá hace dos siglos; pero también se equivocan los que ven la integración regional como una camisa de fuerza que impide tener libertad para suscribir acuerdos comerciales a diestra y siniestra a espaldas de la región y por cuenta propia.
Los ejemplos de Emiratos Árabes, Chile o Singapur demuestran que la integración regional no es un fin en sí mismo, pero es indispensable para que se convierta en una plataforma exitosa de inserción. Así que la llegada a Asia dependerá en buena medida de lo que logre liderar en la región. Hoy, el escenario no parece ser el mejor y parecen haber más sombras que luces, pero se está a tiempo de corregir el rumbo.
*Profesor del programa de Relaciones Internacionales
Universidad de San Buenaventura, sede Bogotá
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