COMO suele ocurrir, muchas veces los apasionamientos sustituyen el pensamiento, se deslizan en el sello de adjetivos, tan generales como poco estimuladores del cuestionamiento. A ellos recurrimos muchas veces, en lugar de analizar factores que inciden en los procesos sociales. El Brasil de ahora, a fines de 2018 es un caso al respecto. Sí, la evidencia señala tercamente que Jair Bolsonaro puede derivar en amenaza a la democracia, y que su presidencia no dejará de ser una prueba para la consistencia de las instituciones.
No obstante, es importante identificar procesos e incidencias que hicieron posible el escenario Bolsonaro, quien llegará al poder político el próximo enero, conduciendo a partir de entonces, la estructura de Planalto en Brasilia. En general puede señalarse que el país puede ir presentando -tal y como lo ha documentado Karl Polanyi- condiciones análogas al quiebre relativo del sistema liberal de fines de los años treinta.
Tal y como ocurrió en ese entonces, se desvanecían las esperanzas que se habían prendido con la “utopía liberal”: despertamos del sueño, del deseo que teníamos, en función de que los mercados se auto-regulaban, que las mejoras de vida de unos pocos, se derramaban a los más vulnerables, que las relaciones entre personas no podían quedarse nada más en las motivaciones de las ganancias, del enfoque exclusivo del economismo. Parecía que el desmoronamiento del mercado pasaba factura.
No obstante, el Brasil que ahora observamos es consecuencia -entre otros componentes- de un deterioro drástico en las condiciones económicas desde 2013, afectando a sectores mayoritarios. El desempleo, por ejemplo, pasó, desde 2014 a 2018, ascendiendo a más del 13 por ciento. La población que sobrevive en el “rebusque” de la informalidad supera al 40 por ciento de la población económicamente activa.
Sin embargo, y como ocurre con cierta normalidad en similares condiciones sociales, el deterioro económico corrió paralelo a la erosión funcional, orgánica y de credibilidad de las instituciones. Ya se tenía presente, de manera generalizada, que el Estado de Derecho no dejaba de ser un amasijo de formalidades. Pero las cosas corrieron a peor.
El menoscabo general se afianzó. Allí está el rasgo mediante el cual la influencia del narcotráfico y del paramilitarismo pareció hundir sus raíces en los estamentos funcionales de la sociedad, en particular en el Brasil que no se integra a los circuitos formales, urbanos, de economías legales y más dinámicas. Es en la marginalidad donde el crimen puede prevalecer con mayores desenvolturas.
Como era de esperarse, en todo esto hay temas específicos. Ellos son los que se sienten en el día a día, en el trajín cotidiano de la vida. Quizá sea este uno de los epicentros causales, por los cuales ganó Bolsonaro: el tema de la seguridad. Un dato conmovedor: durante 2017 se registró una tasa de 31 asesinatos por cada 100 mil habitantes en Brasil. Se estima que esto desembocó en cerca de 64 mil homicidios durante el año.
Se trata de evidencia que con todo el drama que implica, no deja de ser una consecuencia terrible, pero consecuencia al final. Detrás está la débil institucionalidad. Amplios “bolsones” generalizados de la geografía donde se carece de la presencia del Estado. Curiosamente allí también es donde las iglesias cristianas neo-pentecostales se expanden con mayor soltura. Es allí donde ocurre la socialización en un escenario donde lo normal es carecer de servicios públicos. Allí campea el abandono.
No se trata sólo de descalificar ni desdeñar el trabajo de esos grupos religiosos. Ellos, como mínima institución vigente en muchos lugares, contribuyen a establecer ciertos niveles de disciplina, de disminución al menos, de los problemas intrafamiliares, de convocar cierta auto-regulación en tierra de nadie. Esos grupos pueden forjar redes sociales, de apoyo mutuo, constituyen medios para la lucha desesperada por ganarse la vida, por la búsqueda de actividades productivas. En esos grupos puede encontrarse también el “rebusque” como forma específica del emprendedor y de las innovaciones que se van imponiendo.
No es de extrañar entonces, a la vista de estas condicionantes, que sea en estos medios donde se tiene mucho apoyo a las posiciones extremas, a la derecha en concreto. Se tiende a creer fácilmente, a forjar la esperanza por todos los medios, con el uso recurrente de la palabra y la actitud, las formas psicológicas de pensar con el deseo y de colocar las aspiraciones en manos de un poder “de más arriba”. Son las jerarquías asegurando las estructuras. Lo sintetiza bien la consigna de Bolsonaro: “Brasil arriba de todos y Dios arriba de todo”.
Teniendo estas percepciones un talante generalizador, pueden justificar casi todo, en nombre de la fe que se tiene. La finalidad inmediata es no sucumbir al desespero. Es la necesidad de creer en alguien, algo que da para todo. Puede ser el derecho a la enseñanza, o el respeto por ciertos derechos humanos, o puede ser también la apología de la violencia. “Un policía debe matar a los malos, disparar sin temblores de mano”. De aquí a una recurrente práctica fascista sin ataduras de escrúpulos, sin mayores remilgos ni distancias.
En estos escenarios los peligros acechan. Lo individualista, la “solución” del “sálvese quien pueda”. La lógica según la cual sólo merecen subsistir los más adaptados, brinda base para una versión del Siglo XXI, de aquella teoría de darwinismo social que el humanismo contemporáneo parecía haber sepultado. Pero no. Puede volver de la mano de los desempolvados teóricos de estas “éticas” y pensares, tal el caso de Gustav Ratzenhofer (1842-1904).
Para éste último, lo que identificó como la evolución social y una razonable ruta de mejora de la humanidad sigue la tendencia de necesidades e instintos. Mayores sustentaciones se tienen en su obra “Naturaleza y Fin de la Política” publicado en 1893. Esperaríamos que esos textos no sean estrictamente, de manera trasplantada, los fundamentos de la partitura que interpretará Bolsonaro.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.