Hecatombe en USA | El Nuevo Siglo
Martes, 3 de Octubre de 2017
  • La matanza de Las Vegas
  • Incógnitas sobre los móviles

La masacre en Las Vegas, donde murieron alrededor de 60 personas y hubo más de 500 heridos, no tiene parangón en la historia de los Estados Unidos. El ‘Estado islámico’ reivindicó inicialmente el hecho, pero el FBI horas más tarde aclaró que no había, todavía, pruebas fehacientes de un móvil yihadista. Ahora, de comprobarse este último quedaría claro que se sigue atacando aquellos valores occidentales de la libertad, como el hecho natural de congregarse en torno a un concierto y disfrutar del esparcimiento ciudadano.

Ya había ocurrido lo mismo en los atentados de París, en el club Bataclan, así como en la discoteca de Orlando (Florida), e igualmente en el aún reciente atentado en la ciudad de Manchester, en donde murieron varios adolescentes.

Es claro, entonces, que esta clase de ataques va dirigido a aquellas circunstancias en donde las multitudes, cualquiera que sea la nacionalidad de quienes las componen, departen tranquilamente. Lo mismo, inclusive, ocurrió en Niza (Francia), en donde un yihadista embistió con un camión a un nutrido gripo de turistas y pobladores que se congregaban en torno a la música y el ambiente festivo en una de las playas de la localidad.

Aun así, el caso de Las Vegas tiene sus propias particularidades, no sólo porque ayer no estaba clara su motivación, sino por los métodos utilizados por el atacante. En efecto, un hombre de alrededor de 65 años se apostó en una de las habitaciones más altas de uno de los más conocidos hoteles de la zona y desde allí comenzó a disparar indiscriminadamente al público asistente a un concierto de música country, suicidándose después de la matanza. La multitud, en su huida, no reparó en que las balas hicieron mayor daño por cuanto, al tirarse al suelo creyendo que los atacantes estaban a pie en la misma plaza, fueron lamentablemente un blanco más fácil para el tirador desde arriba.

Más allá de esa circunstancia, es evidente que tras lo ocurrido quedó, una vez más, en entredicho la seguridad, no solo de Las Vegas, sino de los Estados Unidos. Supóngase –la segunda hipótesis que ayer se manejaba- que el autor no hubiera sido un radicalizado afín al ‘Estado islámico’, sino uno de aquellos dementes que suelen propiciar tiroteos en escuelas, colegios, supermercados y centros comerciales. De ser así, que el peor tiroteo en los Estados Unidos hubiera sido por causa de la demencia y la sociedad enfermiza, el país norteamericano estaría abocado a que semejantes acontecimientos sigan creciendo de una manera superlativa hasta lograr inverosímilmente un mayor número de víctimas. Con el agravante de que sirven de macabro ejemplo para aquellos que quieren imitar esos procederes delirantes como venganza por  alguna situación personal o como producto de un desequilibrio mental irredimible.

De otra parte, no obstante, son ya muchos los indicios que demuestran que el ‘Estado islámico’ ha venido actuando consistentemente en los Estados Unidos, pese a que las autoridades han intentado aminorar o esconder el impacto de los ataques. Está claro que la matanza de San Bernardino fue perpetrada por un matrimonio radicalizado, lo mismo que hay demasiadas pruebas del móvil del ataque en la discoteca de Orlando, al saberse que el autor efectivamente provenía del yihadismo.

Lo que más importa, en los Estados Unidos, es la libertad de expresión y la posibilidad de que el pueblo norteamericano, y el mundo, sea informado veraz y puntualmente. No es buena la sensación intermedia dejada cuando se dice que los autores de tal o cual matanza lo decidieron en solitario, sin la terrible motivación de ser partícipes de un daño a gran escala y continuado en la nación de las libertades.

Lo que está en juego es, ciertamente, la democracia. Y en ese sentido es comprensible que, por lo general, se quiera actuar con la mayor cautela del caso. Ahora vendrá, por supuesto, el debate de siempre en los Estados Unidos sobre la libertad para conseguir armamento de todo tipo por parte de cualquier civil, mientras que, de otro lado, se afianzará la polémica sobre la restricción a los inmigrantes. Fuere lo que sea, lo que se ha demostrado a todas luces es un estruendoso fracaso de los organismos de inteligencia estadounidenses, bien sea ello por una torpeza para salvaguardar la seguridad ciudadana de amenazas internas, o bien porque el peligro provenga del terror internacional.

Desde luego, cualquiera sea la circunstancia, el mundo está de luto por semejante acontecimiento. Es claro que la seguridad debe prevalecer como norte principal del Estado y que la erosión de ella es un resultado calamitoso, porque rompe la confianza ciudadana en la autoridad y el orden. El presidente Donald Trump fue elegido, en cierta medida, para garantizar esa seguridad. De lo que pueda actuarse, en procura de recuperarla, dependerá en mucho la estabilidad de su mandato.

 

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