UNA NIÑA campesina que quería ser modelo y desfilar por las principales pasarelas para presentar la última colección de ropa de los más importantes diseñadores a nivel nacional e internacional, vio frustrados sus sueños debido a que le gustaba comer en exceso y no pudo controlar el aumento de su peso.
Se trata de Naidu Benítez Vargas, cabo segundo del Ejército Nacional, quien se convirtió en la primera mujer en liderar operaciones de desminado humanitario en el departamento del Caquetá.
En diálogo con EL NUEVO SIGLO narra que desde muy pequeña soñaba con ser modelo y desfilar por las pasarelas, “pero también me gustaba la vida militar, aunque a mi mamá no, por los riesgos que se corren durante toda la carrera”.
“Cuando tenía 15 años, mi padre Celio, un campesino huilense, partió en su viaje a la eternidad y sé que desde el cielo vela por mi seguridad y me guía en mi trabajo, a pesar de que nunca supo que había ingresado al Ejército Nacional para cumplir con mi segundo sueño”, dijo.
Precisa que “a mi mamá María le gustaba la idea que tenía de modelo y no quería por nada del mundo que ingresara a la carrera de suboficial del Ejército. Ella decía que en todo momento los militares que velan por la vida de los colombianos ponen en riesgo la suya y ese riesgo no le gusta y le preocupa”.
La joven cuenta que pasó de vivir bueno, de comer bien y trabajar con su mamá en las faenas del campo, a la exigente vida militar. “Una vez terminé mi bachillerato, ingresé a la Escuela Militar de Suboficiales Sargento Inocencio Chincá, en el fuerte militar de Tolemaida”.
Naidu precisa que “como nosotros los campesinos necesitamos trabajar la tierra, decidí la especialización del desminado humanitario, a pesar de que siempre me decían mis compañeros que 'el primer error puede ser el último', pero quería ayudar y poner mi granito de arena en permitir que los niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres puedan caminar tranquilos y sin la zozobra de ser víctimas de un artefacto explosivo improvisado”.
“Me gusta lo que hago, me encanta trabajar por mi pueblo, en este caso el Caquetá, donde nací, crecí y tuve sueños para un mañana en paz y sin la angustia de las minas, que truncan muchos sueños de los niños y, por supuesto, de los campesinos. Nosotros los militares y policías también caemos en estos campos minados”, acotó.
El orgullo
Expresa que “hoy tengo sueños, metas, soy emprendedora como campesina caqueteña y mi deseo es continuar con mi carrera y quiero ampliar mis conocimientos sobre los campos minados, porque todo evoluciona y es necesario estar al día con los artefactos explosivos improvisados que se activan por la presencia, la proximidad, por alivio de presión o el contacto de una persona, y que hieren o matan a una o varias personas”.
Insiste en que “hoy a mi mamá no le quedó otro remedio que apoyarme con este segundo sueño que hice realidad y también gracias a mi hermano mayor, que se convirtió en un soldado profesional. Es un lujo vestir el camuflado y, en mi caso, ser una de las primeras mujeres de Arma del Ejército Nacional. Mamá ahora se siente orgullosa por el trabajo que hago”.
Benítez Vargas dijo que “todos los días hablo con los 12 soldados profesionales que integran mi equipo de trabajo, porque no nos podemos decir mentiras: en un desminador siempre existe el miedo. Hablamos, nos damos fortaleza, recordamos cada paso que se debe ejecutar para neutralizar un artefacto explosivo improvisado o del hallazgo de municiones abandonadas, pero siempre de la mano de Dios”.
Asegura que “nosotros los que integramos el Batallón de Ingenieros de Desminado Humanitario N° 1, en el Caquetá, tenemos la misión de salvar vidas. Reitero que como nací y me crie en el campo, sé lo que sufren los niños y las niñas para poder llegar a las escuelas y colegios. También los labriegos, que necesitan sus tierras libres de artefactos explosivos para llevar a cabo sus siembras y poder subsistir con sus familias”.
Afirma que “a pesar del miedo que nos cobija, como a todos los seres humanos, trabajamos para encontrar un artefacto explosivo de difícil detección, porque nos anima la sonrisa de un niño o de una niña cuando nos agradecen que pudieron volver a la escuela o al colegio sin miedo de caer en un campo minado. Es la satisfacción más grande que nosotros obtenemos”.
Destaca que “en zona rural de Puerto Rico, en el Caquetá, cerca de una escuela de educación primaria, trabajamos sin descanso durante más de cinco meses. Nuestra moral y ánimo era devolver la alegría a los niños cuando van a la escuela y se encuentran con sus amigos y profesores. También el agradecimiento de los campesinos de volver a tener sus tierras libres de sospecha de artefactos explosivos improvisados”.
Recuerda que “los niños pasaban en dirección a su escuela y nos decían 'gracias, gracias por devolvernos la alegría de volver a estudiar y de jugar con nuestros amigos y ver a nuestros profesores. Ya podemos pasar tranquilos y sin temor'. Es muy gratificante y por supuesto que todo es muy bonito cuando no hay minas. Por esta razón trabajamos para tener en un mañana a una Colombia en paz”.
Un día más de trabajo
Naidu en su relato dice que “cada mañana lo primero que hago es agradecerle a Dios por un día más de vida y un día más de trabajo para desminar territorios con artefactos explosivos improvisados que ponen en peligro la vida de los campesinos y las nuestras; y lo segundo es tener presente todo lo que aprendimos en la formación para desactivar los explosivos y neutralizar las municiones, porque nunca podemos olvidar que el primer error puede ser el último”.
Destaca la suboficial que en el Batallón de Ingenieros de Desminado Humanitario N° 1, con injerencia en el Caquetá, también hay otras mujeres militares dedicadas a trabajos de educación y de riesgo de minas, orientando a los campesinos sobre qué procedimiento deben seguir cuando encuentren una mina y/o artefacto explosivo y aún más cuando se produce una víctima. Es un trabajo muy importante el que ellas cumplen”.
Anota que “no es nada fácil ser la líder de operaciones de desminado humanitario, pero con valentía, decisión y el deseo de trabajar por el bien de nuestros campesinos, voy saliendo adelante en un trabajo que se creía que era solo para hombres. La labor que cumplo me llena de orgullo y mi mamá se siente feliz y me respalda en todo momento, pero claro, con los consejos de rigor: 'Por favor, cuídese'”.
Dice que cuando le queda tiempo disfruta de una buena lectura y practica el fútbol. “Y por supuesto me encanta la música, para aliviar los grandes sacrificios para estar donde estoy hoy y lejos de la casa, de mi mamá y de mis hermanos”.
Agrega Benítez Vargas que “me siento orgullosa porque soy la inspiración para otras mujeres que desean ingresar a las filas del Ejército y otras para cumplir la difícil tarea de trabajar en el desminado humanitario. Me siento muy feliz, porque estoy trabajando por mi pueblo a pesar de que nuestras vidas están en permanente peligro. Pero una vez concluye nuestra labor, llega la mayor satisfacción, que es la alegría y la sonrisa de un niño que puede caminar sin miedo y volver a la escuela”.