Los colombianos por estos días hemos estado de luto por los muertos de Mocoa, que se habrían podido evitar. Hace más de 30 años dirigentes cívicos aconsejaron que se sembraran bosques para que al desbordarse pudiesen contener la crecida de los ríos en la parte más riesgosa. Lo que más hace peligroso que se desborde el caudal de los ríos y cobre invaluables vidas humanas, es la tala de los bosques. Se recomendaba por entonces que los barrios que se levantaran cerca de los ríos debían estar mínimo a cien metros o más, según el peligro. Esas recomendaciones no fueron atendidas por las autoridades locales. Hoy está científicamente demostrado que la depredación de los bosques por cuenta de colonos y negociantes en madera, ha sido la causa de que se contaminen más los ríos y que el lodazal amenace las poblaciones ribereñas. Para solventar tal situación de riesgo de los moradores es preciso atender la reforestación. Empresa que es mucho más barata que levantar muros de piedra y concreto, que con el tiempo se deterioran por el agua y la maleza. Claro, la reforestación toma tiempo y es preciso pensar a largo plazo. Por lo que es urgente cuando se proyecta mejorar la navegación por el río de La Magdalena, reforestar la zona ribereña.
Por desgracia, no se atienden sugerencias que vienen desde los días coloniales, puesto que en las normas de Burgos para levantar poblaciones se establecía ver a qué distancia de los ríos se levantaban las aldeas. Esas normas elementales se han olvidado y las autoridades del ramo suelen conceder permisos de construcción en sitios en los cuales hacerlo es caer en una muerte anunciada. La incuria de los gobiernos y de las autoridades locales, como de los mismos ciudadanos que construyen en las zonas prohibidas por la ley y la razón, es la causante de semejante tragedia, que se pudo evitar.
Se conmemoró ayer el día de las víctimas, se constriñe el corazón al recordar las matanzas y genocidios cometidos en Colombia, en particular el asalto e incendio a Bojayá, lo mismo que el atentado al Club El Nogal, ninguno de esos abominables crímenes se justifica, ni se puede olvidar, dado que son la prueba de la pasión bestial con la que han procedido los violentos de todas las tendencias en el país. Ambos atentados los cometieron gentes sin escrúpulos y que planificaron por varios días la acción. Las víctimas de esos ataques y todas las víctimas de la violencia, en especial la de servidores públicos desgarran el corazón de los justos, que son la mayoría de los colombianos.
Es muy triste constar que las víctimas de la violencia y el terror que desataron las fuerzas disolventes del caos, fueron en su mayoría gentes humildes, que claman justicia. Lo mismo que recordamos el magnicidio del caudillo conservador Álvaro Gómez, quien bregaba en ese momento por limpiar la política, para lo cual denunciaba la corrupción del Régimen. Ese magnicidio sigue en la impunidad. Esclarecer ese crimen aliviaría a la sociedad, puesto que en la medida que se resuelva ese cangrejo judicial y se demuestre que se puede derrotar a la impunidad, los colombianos confiarían más en la justicia.
Pero lo más importante para restañar las heridas de la violencia en nuestra sociedad, es devolverle la majestad a la justicia, el debido respeto por el derecho y la legitimidad de la ley. Es en el respeto por el derecho donde progresa la civilización y consolida el imperio de la ley. La paz y la convivencia son la consecuencia de la consagración y consolidación del derecho, que pasa en primer lugar por el respeto de los gobiernos a la Constitución y los códigos.
Para que no se repitan los sangrientos genocidios, los horribles atentados, los asesinatos que han conmovido a Colombia durante décadas, es preciso retornar al imperio de la ley. ¡Ay de Colombia! si se mantiene la mano tendida con los que empuñan las armas para despojar de la vida y sus bienes a los semejantes. ¡Ay de Colombia! si progresa la idea de hacer irresponsables a los criminales políticos o que se arropan en banderas partidistas de quitar y poner. ¡Ay de Colombia! si se permite que se politice la justicia, que prospere la sacralización de los violentos. Los colombianos somos en el 99% gentes de paz. No llegan a un uno por ciento los colombianos que aun en las guerras civiles han empuñado las armas. Por lo tanto no somos un país violento, sino un país víctima de éstos que prosperan al no operar el imperio de la ley.