- Cruzada contra noticias falsas y discurso de odio
- Atacar los fenómenos que envenenan al mundo
Constituye una buena noticia para la democracia y el ecosistema de la información que algunas de las principales multinacionales hayan retirado a la red social Facebook -dueña también de Instagram y de Whastapp- un porcentaje significativo de su pauta digital, con el fin de presionar acciones concretas de sus administradores contra las noticias falsas y las publicaciones que fomenten el odio y la violencia.
Es un gran salto adelante en la búsqueda de balances y en la exigencia de responsabilidades del hasta ahora incontrastable poder del “social media”. En los últimos años plataformas como Facebook, Google, Apple, Amazon, Microsoft y, en segundo orden, Twitter, Tik Tok y las empresas de mensajería como WhatsApp, impactaron el periodismo, la política, la banca, el comercio, el gobierno, la seguridad… En fin, las más importantes actividades humanas.
Es la gran revolución de la tecnología pero también la mayor concentración de poder de la historia. Nunca antes tantas decisiones trascendentales y cotidianas habían estado en manos de tan pocos. Mediatizados por algoritmos -base y sustento de las plataformas- los ciudadanos entregamos segmentos muy importantes de nuestra vida pública y privada a un grupo muy reducido de personas y de empresas, que sin tener nada que ver con nosotros, acceden a nuestra información más preciada, guardan registros de lo que hacemos, nos llegan a conocer muy a fondo, utilizan los datos en su provecho y no tienen obligación de rendir cuentas a nadie.
Internet ha sido, sin duda, una gran herramienta para perfeccionar la democracia en el planeta, en la medida que derribó barreras de acceso y permite a todo tipo de personas hacerse escuchar. Las plataformas jugaron un rol fundamental en movimientos como la Primavera Árabe o las protestas de Hong Kong. Pero situaciones como el Brexit o las elecciones de 2016 en Estados Unidos, mostraron su lado oscuro: alta peligrosidad cuando son utilizadas para manipular o desinformar. La ya clásica definición de posverdad del diccionario de Oxford: el fenómeno que se produce cuando "los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales".
En Colombia, como en muchos otros países, estamos presenciando un enorme envilecimiento del discurso público. La polarización anima odios, rabias y pasiones, y lleva peligrosamente a desdibujar las fundamentales fronteras entre lo legal y lo ilegal. Hay mucha gente que usa las redes sociales como herramienta para animar causas políticas o para imponer sus puntos de vista, con base en “fake news”. Otros las utilizan para descargar improperios, calumnias y ofensas contra sus adversarios, sin considerar siquiera remotamente los daños que ocasionan a las personas afectadas, ni que esas conductas son ilegales.
Vista desde los medios de comunicación la situación no es menos inquietante. En busca de ampliar exponencialmente sus audiencias, muchos se volcaron hacia las plataformas y perdieron el control de la distribución de sus productos, buena parte de los cuales descienden hasta las audiencias a través de algoritmos.
Las plataformas no fueron creadas como medios de comunicación, producen una porción insignificante de contenidos (algunas ninguno) y por ello no parecerían responsables por libertad de prensa, la calidad de la información ni por las consecuencias de su contenido.
Tan solo en el tema de la injerencia en los procesos electorales, además de la intromisión de Rusia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, en su informe Libertad en la Red 2017 la ONG Freedom House reportó que al menos 18 países vieron afectados sus comicios por la proliferación de noticias falsas online, entre 2016 y 2017.
Si bien son una maravillosa herramienta para el contacto interpersonal y sus inagotables posibilidades de mutuo enriquecimiento, las redes sociales también pueden ser una sentina de odios, resentimiento, perversidades y un escenario para personas y organizaciones que irradian malestar y zozobra sobre la sociedad.
Las plataformas reaccionaron al fenómeno e iniciaron diferentes iniciativas para abandonar la curaduría algorítmica e integrarse más a la selección editorial de los medios tradicionales. Desde los gobiernos también se desplegaron acciones, algunas en busca de la regulación y eventual penalización sobre las redes sociales -Francia y Alemania- y otras en busca de acuerdos con las plataformas digitales para combatir y denunciar “fake news” e impulsar el voto informado -caso México-.
Múltiples esfuerzos que, sin embargo, hasta ahora insuficientes para contener el arrasador crecimiento del problema en todos los continentes. Por eso es tan importante la acción continuada de grupos organizados como Color of Change y la Liga Antidifamación para exigir a las redes efectividad en la lucha contra la desinformación y los discursos del odio. Su campaña #stophateforprofit logró la atención y la acción de grandes anunciantes contra Facebook. En sus días de gloria Mark Zuckerberg, fundador de esta última, llegó a decir: “Todo lo que hagamos planteará problemas en el futuro, pero eso no debería echarnos atrás”. Es presumible que hoy lo pensaría más de dos veces antes de atreverse a repetirlo.