- Carrera entre viejas y nuevas potencias
- Los recursos multimillonarios en juego
Entre las novelas de ficción más interesantes y amenas de Julio Verne se cuenta “De la Tierra a la Luna”, donde el autor francés menciona el proyecto de un supuesto Presidente de los Estados Unidos por colonizar la Luna y convertirla en otro estado de la unión norteamericana. Ese proyecto surgía al terminar la guerra civil y cuando la balística y los cañones se silenciaban, con la idea de aprovechar la tendencia de los estadounidenses a destacarse en la tecnología, la mecánica y la ingeniería, así como de aprovechar su experiencia bélica. Los sueños del famoso autor francés sobre los viajes del hombre al espacio son una realidad desde hace algunas décadas. Lo mismo puede decirse sobre las premoniciones de Leonardo Da Vinci, que se ocupó de los vuelos espaciales en sus devaneos mentales.
Todos esos recuerdos llegan a las redacciones de los diarios cuando se recibe la noticia del histórico aterrizaje de una nave no tripulada de China en la cara oculta de la Luna. Se trata de un hecho sin precedentes en décadas de exploración espacial. La hazaña fue llevada a cabo por la nave “Chang'e-4”, que ya en la superficie desplegó el vehículo “Yutu-2”. Para dar semejante salto tecnológico y cuantioso en gastos, China hizo un trabajo de varios años, con planificación muy detallada y seguimiento detenido de las experiencias rusas y estadounidenses, hasta obtener la suficiente tecnología y conocimiento para abocar un paso de esta importancia. La administración espacial china considera que este proyecto permitirá conocer a fondo la naturaleza de la cara oculta de la Luna y sus ventajas potenciales para el hombre.
El hecho, calificado por los científicos como trascendental, ocurre justo cuando la potencia asiática libra una intensa guerra comercial, geopolítica y propagandística con Estados Unidos. Por eso no parecería coincidencia que el inédito alunizaje chino se produzca apenas unos días después de que la agencia espacial estadounidense (NASA) anunciara otro hito en la exploración espacial: la sonda New Horizons sobrevoló con éxito el cuerpo celeste más distante jamás observado de cerca, “Ultima Thule”, que está situado a unos 6.400 millones de kilómetros de la Tierra. Es más, unos días antes, a finales de diciembre, el revuelo mundial era porque la sonda “Mars InSight”, también de la NASA, logró posarse en la superficie de Marte.
Aunque para los románticos y soñadores todos estos avances podrían derivar en que en pocas décadas el hombre se establezca en otros planetas, como lo soñaba Verne, lo cierto es que aquí se está desarrollando una etapa más avanzada de la geopolítica por el predominio en el espacio. No en vano ya existen proyectos militares de Estados Unidos y Rusia, en los que se planean operaciones pacíficas y militares desde el espacio y los planetas vecinos. Incluso se dice que científicos norteamericanos trabajan en un proyecto a futuro para captar energía en otro planeta.
Los proyectos de China, Rusia, Estados Unidos y otros países que han entrado recientemente a la carrera espacial van más allá de la simple carrera por qué país llega más lejos o explora lo nunca visto. Todo lo contrario, hay mucho en juego. Por ejemplo, la Agencia Espacial de Luxemburgo (LSA) reveló recientemente un estudio según el cual la explotación de los recursos naturales espaciales podría generar entre 73 y 170 mil millones de euros de facturación global de aquí a 2045, aunque requiere enormes inversiones.
En ese marco, la carrera espacial toma un nuevo matiz, de allí que las potencias estén destinando billonarios presupuestos a este asunto, al tiempo que otros países se aprestan a participar en la exploración espacial y ya cuentan con satélites que día y noche buscan lo más posible en el espacio. Incluso el sector privado en los Estados Unidos ya actúa normalmente en el envío de naves recuperables, venta de viajes espaciales a particulares y puestas de satélites en órbita.
Lo importante, en todo caso, es que estos grandes avances científicos e interplanetarios contribuyan a un uso pacífico y prime el interés científico y de avance tecnológico. No podemos volver a los tiempos en que por competir en la carrera espacial y de innovación bélica durante el gobierno de Donald Reagan, la Unión Soviética estuvo a punto de colapsar económicamente, lo que influyó de manera decisiva en la posterior caída de la “cortina de hierro”.
Como se dijo, el mundo asiste a un nuevo pico en la geopolítica del espacio. Una carrera con viejos y nuevos actores. Una carrera en la que el norte debe ser el progreso de toda la humanidad y no la profundización de las diferencias en la misma.