- La infructuosa táctica de politizar la justicia
- Anunciado fracaso de juicio a Trump en Senado
La politización de la justicia es, sin lugar a dudas, uno de los peores lastres en cualquier organización estatal, más allá del sino ideológico o político del país en cuestión. Una prueba de ello es lo que viene ocurriendo en Estados Unidos, la primera potencia mundial, en donde el partido Demócrata, que perdió los últimos comicios presidenciales con el candidato republicano Donald Trump, lleva más tres años tratando de sacar del poder al titular de la Casa Blanca. Primero le imputó estar detrás de una compleja trama, en complicidad con hackers rusos, que habría llevado no solo al desprestigio de su rival, Hillary Clinton, sino incluso a un posible saboteo de los escrutinios electorales. Por más de dos años se llevó a cabo una investigación independiente que, al final de cuentas, determinó que Trump -ni su familia- tuvo algo que ver en el supuesto complot o actuó para encubrirlo ya en ejercicio de la presidencia.
Fracasada esa intentona y mediando las elecciones parlamentarias, en donde los Demócratas no alcanzaron su objetivo de quitarle a los Republicanos el dominio del Congreso -solo consiguieron las mayorías en la Cámara pero no así en el Senado-, la estrategia de politización de la justicia se profundizó y en varios frentes. De un lado, se convirtió casi en una obsesión de los opositores a la Casa Blanca obtener la declaración de renta de Trump, una particular cruzada política y jurídica en la que llevan más de dos años sin mayor avance.
Al no conseguir ese objetivo, el desespero de los Demócratas empezó a crecer paulatinamente no solo porque la popularidad del titular de la Casa Blanca se mantiene al alza, sino porque los resultados de su gestión, sobre todo en el campo económico y geopolítico, lo proyectan cada vez más como firme aspirante a la reelección en los comicios de noviembre de 2020.
Frente a todo ello, la única alternativa de los Demócratas ha sido la misma: insistir en la politización de la justicia para sacar a Trump de la Casa Blanca. Así, desde mediados de este año empezaron a construir otro auto cabeza de proceso para llevarlo a un juicio político. Lo acusan, ahora, de haber presionado al nuevo gobierno de Ucrania para que investigara al hijo del candidato presidencial Joe Biden, quien hizo parte de un consorcio gasífero en ese país que terminó bajo sospecha de prácticas anómalas.
Paradójicamente el mandatario ucraniano ha reiterado que no fue presionado para abrir investigación alguna y menos que la Casa Blanca hubiera condicionado la entrega de ayuda militar a la apertura de tal acción judicial contra Biden hijo. Es más, las pruebas difícilmente pueden ser más evidentes: no hay proceso contra este último y el aporte económico a esa nación fue girado sin traba alguna. Aun así, los Demócratas maniobraron con sus mayorías en la Cámara para adelantar todo el proceso de instrucción y finalmente elevarle cargos a Trump, sindicándolo de abuso de poder y obstrucción al trabajo del Congreso. Ello explica por qué el actual mandatario estadounidense se convirtió, el miércoles pasado, en el tercero en toda la historia de esa nación que es sometido a un juicio político en el Senado, después de Andrew Jonhson en 1868 y Bill Clinton en 1998.
Para nadie es un secreto que detrás de la estrategia Demócrata hay un claro móvil electoral, ya que es sabido que en el Senado no hay la menor posibilidad de que Trump sea declarado culpable, no solo porque los Republicanos son allí la mayoría, sino porque las supuestas pruebas alegadas por los instructores de la Cámara son tan débiles y subjetivas que no resisten el más mínimo análisis jurídico serio y ponderado.
Como era de esperarse, Trump se ha declarado listo para enfrentar el proceso en el Senado e incluso busca que el procedimiento inicie lo más rápido posible. Sabe, de un lado, que saldrá intacto de toda esta tramoya y, de otro, que al hacerlo dejará aún más en evidencia que los Demócratas volvieron a fallar en su táctica de politizar la justicia como única alternativa para frenar su reelección. Como se sabe, si bien estos tienen una amplia baraja de precandidatos, ninguno de ellos, incluyendo al propio Joe Biden, tiene el suficiente potencial político y electoral para derrotar a un Trump que, más allá de su particular estilo de gobierno y personalidad, tiene como principal carta de presentación la eficiencia política y económica. Las encuestas así lo confirman, incluso en los bastiones estatales de sus más enconados rivales.
Al decir de los analistas, el juicio político al Presidente estadounidense no durará mucho en el Senado. La absolución no solo está segura, sino que podría ser el trampolín definitivo para la campaña reeleccionista, incluso más allá de la propia convención republicana de meses más adelante en donde se le postulará oficialmente. Como bien lo dijera un experimentado político estadounidense: el problema de los Demócratas es que en lugar de concentrarse en competirle políticamente a Trump para ganarle en las urnas, llevan cuatro años tratando infructuosamente de sacarlo de competencia…