- El tercer julio más caluroso de la historia
- Riesgo vital entre lo urgente y lo importante
La humanidad está en cuenta regresiva. Esa apocalíptica sentencia de un experto en evaluación de los efectos catastróficos del cambio climático evidencia hasta qué punto la crisis por el calentamiento global se está tornando ya irreversible y pone en peligro la supervivencia misma de las próximas generaciones.
La sequía que está golpeando a Europa hace varias semanas y que tiene a algunas naciones aplicando restricciones en cuanto al uso del agua y la energía, en medio de uno de los veranos más intensos de las últimas décadas, ha servido para que las entidades multilaterales meteorológicas y ambientales redoblen las alarmas sobre los riesgos crecientes que conlleva la lentitud con que los gobiernos a lo largo y ancho del planeta aplican las políticas para limitar la emisión de gases de efecto invernadero y optar por el desarrollo sostenible.
Ayer, por ejemplo, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) advirtió que julio marcó récord en materia de altas temperaturas, no solo en el viejo continente sino también en Estados Unidos. Mientras ello ocurría, dejando como saldo miles de personas por la ola de incendios forestales y golpes de calor, en otras regiones como el Cuerno de África, el sur de la India, gran parte de Asia central y Australia los termómetros se ubicaron por debajo de los promedios históricos. En el entretanto, en región central del continente americano, incluyendo Colombia, persiste el fenómeno climático de La Niña, llevando a que las bajas temperaturas y las lluvias se mantengan pese a que debería estar primando una época seca.
De acuerdo con la OMM, el calor extremo, la sequía y los incendios forestales llevaron a que en muchas partes del globo se haya experimentado uno de los tres julios más cálidos de las últimas décadas. Solo lo superaron los de 2019 y 2016. En las regiones suroeste y oeste de Europa, por ejemplo, las temperaturas estuvieron cerca de 0,4 grados centígrados por encima del promedio de los años 1991-2020. Hubo países, como Reino Unido, por ejemplo, que registró una ola de calor superior a los 40 grados.
La canícula en muchas partes del globo coincidió con que la extensión del hielo marino antártico tuvo uno de sus niveles más bajos en la historia e igual ocurre con muchas zonas de glaciares.
Latinoamérica, como se dijo, no está exenta del impacto del cambio climático. De hecho, la rectora global meteorológica advirtió semanas atrás sobre las profundas repercusiones de este flagelo en los ecosistemas, la seguridad alimentaria e hídrica, la salud de las personas y la lucha contra la pobreza. La región registró la tasa de deforestación más elevada desde 2009. A ello se suma que los glaciares andinos han perdido más del 30% de su superficie en menos de 50 años. Incluso la denominada “megasequía” en el centro de Chile es la más drástica del último milenio. Como es apenas obvio, este desorden climático está afectando los medios de subsistencia, turismo, salud, alimentación, energía y la seguridad hídrica en las zonas costeras, en particular en las islas pequeñas y los países de América Central. En no pocas ciudades andinas, el deshielo de los glaciares representa la pérdida de una importante fuente de agua dulce para uso doméstico, riego y generación de energía hidroeléctrica. En América del Sur, la continua degradación de la pluviselva amazónica es uno de los principales motivos de preocupación regional y global.
Como se ve, el calentamiento global es una amenaza que día tras día cobra vidas, genera millonarias pérdidas y afecta de forma sustancial la calidad de vida. Los llamados a cumplir los compromisos en materia de limitación de emisiones de gases contaminantes y protección de la biodiversidad continúan cayendo en terreno infértil, sobre todo por parte de las grandes potencias mundiales. Las metas fijadas por el Acuerdo de París continúan a medio camino y en no pocos casos la excusa de las naciones para tratar de ‘justificar’ su poca eficiencia en este flanco vital se reduce a que la prioridad en estos momentos es la recuperación socioeconómica pospandemia y amortiguar el impacto de la guerra en Ucrania… Por lo mismo, el objetivo de limitar el aumento de la temperatura planetaria está cada vez más lejos.
Visto todo ello resulta claro que el mundo parece estar apostando por lo urgente antes que lo importante. Una ruta, sin duda, que nos acerca cada vez más al punto de no retorno en el combate prioritario al catastrófico cambio climático. Una guerra vital que la humanidad parece ir rumbo a perder.