Por Claudia Rahola*
Del plano del minigolf con el que empezó todo en 1961 hasta la maqueta de la fundación que abrirá en 2015, una nueva exposición en Londres celebra la historia de El Bulli y de Ferran Adrià, el chef que lo llevó a lo más alto de la gastronomía mundial.
"El Bulli: Ferran Adrià y el arte de la cocina", que se inauguró ayer en Somerset House, es un homenaje multimedia a la creatividad y la capacidad innovadora del chef español dos años después de que apagara los fogones de su establecimiento de Cala Montjoi, cerca de Rosas, coronado cinco veces "mejor del mundo" por la prestigiosa revista Restaurant.
Nada más entrar, por un espacio con paredes tapizadas de decenas de portadas de publicaciones dedicadas a Adrià, no hay duda que este hombre de 51 años ha roto barreras en su arte.
"The Nueva Nouvelle Cuisine", proclamó en 2003 el New York Times Magazine anunciando el fin del reinado francés en la cocina en un artículo que desató polémica, y el suplemento del diario Le Monde le consagró un año después como "El Alquimista".
"La gente ha escrito miles de páginas sobre El Bulli, pero es muy difícil entender lo que ha pasado, por qué hemos llegado a hacer una exposición", dijo Ferran Adrià. "Eso es lo que queremos explicar aquí", agregó.
La muestra, una adaptación de la que ya vieron el año pasado 700.000 personas en Barcelona, comienza con un vídeo de los últimos minutos de la historia de El Bulli, el 30 de julio de 2011, tras una cena elaborada por Adrià y algunos de sus "pinches" más famosos a lo largo de los años: Joan Roca (El Celler de Can Roca), Rene Redzepi (Noma), Massimo Bottura (Osteria Francescana) o Grant Achatz (Alinea).
"Ellos también han hecho El Bulli. El Bulli no es Ferran Adrià, es un espíritu", explicó el chef frente a un enorme bulldog de merengue con un collar de masa de azúcar elaborado para el cierre por el pastelero Christian Escribà.
Todo comenzó en 1961, cuando Hans y Marketta Schilling, unos alemanes, obtuvieron un permiso para construir un minigolf en un terreno frente al mar y lo llamaron "El Bulli" en honor a sus perros de raza bulldog francés.
Pronto lo transformaron en un chiringuito, más rentable, que en 1964 dio paso al primer restaurante, cuya propuesta sencilla se fue sofisticando con los años como muestran las numerosas fotografías y cartas expuestas.
Hasta que durante el verano de 1983 apareció un joven inexperimentado Ferran Adrià, que estaba realizando su servicio militar en la Marina para trabajar durante un mes en la cocina, y convencido por la experiencia regresó poco después.
En 1987, con sólo 23 años, tomó las riendas de la cocina, y en 1990, ya con dos de sus tres futuras estrellas Michelin, compró el restaurante con Juli Soler, su socio hasta ahora.
A partir de entonces todo se aceleró. Los nuevos propietarios, decidieron liberarse de los libros de cocina y desarrollar su propio estilo, experimental e innovador, tanto en la cocina como posteriormente en el taller/laboratorio.
Los productos fueron deconstruidos para modificar su aspecto y textura, y combinados de manera inesperada para convertir los platos en una experiencia multisensorial.
Nacieron así la menestra de verduras en texturas, la espuma de judías blancas con erizos o la croqueta líquida. El catálogo consta de un total de 1.846 platos, muchos de los cuales pueden verse en fotografías o proyectados sobre una mesa.
Junto a estas creaciones, la muestra incluye artefactos de cocina, todo tipo de vajilla y cubiertos y hasta una partitura inspirada en un menú degustación compuesta por el francés Bruno Mantovani.
La exposición, que podrá verse hasta el 29 de septiembre, termina con una maqueta del próximo proyecto, la Bulli foundation.
El complejo se erigirá en el lugar del restaurante y albergará un museo (Bulli 1946) que explicará "la historia de la cocina del Big Bang al Neolítico" y un equipo creativo (Bulli DNA).
Pero, al igual que en la exposición, no se podrá comer. "Cuando alguien va al campo del Barça tampoco puede jugar a fútbol", se justificó Adrià.
*Periodista de AFP