Hace muchísimo tiempo no reseñaba un evento de la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. El asunto no me hace mucha gracia, por el contrario me produce algo de pudor.
Porque al contrario de otras organizaciones culturales de la Atenas Suramericana allá no estoy vetado, ni ahora ni en el pasado… bueno, salvo un episodio enojoso, empezando la década del 80, que no fue iniciativa de la Biblioteca sino de María Stella Fernández, que por entonces detentaba el poder en los asuntos de la sala de conciertos.
Como lo he manifestado en otras oportunidades, la sala me merece y se merece todo el respeto. Hasta hace unos años fue la protagonista absoluta de la vida musical de Bogotá, el sancta sanctorum de la música de cámara y el hogar natural de los grandes solistas que visitaban Bogotá.
Y si hemos de ser serios, la única que merece el título de auditorio en Colombia porque posee órgano. Auditorio sin órgano es auditorio a medias.
En la Luis Ángel Arango aún quedan rezagos de una dirección anterior y su programación anda de capa caída; Bogotá ya no es una ciudad que amerita el infierno del transporte para ir a todo lo que se presenta en sus salas de concierto y no resulta muy ético, al menos desde mi perspectiva, ir a los conciertos con la misma mala leche de Camille Saint-Saëns cuando fue al estreno de la Consagración de la primavera de Stravinsky y Nijinsky en 1913. Parece inaplazable que la sala haga, como se dice hoy en día, una “reingeniería” al Comité de programación.
El concierto
Bien, luego de muchísimo tiempo regresé a la Luis Angel Arango. La ocasión lo ameritaba, pues se interpretó a las 11:00 de la mañana el Cuarteto para el fin de los tiempos del compositor francés Olivier Messiaen.
Curiosamente uno de los pocos compositores del siglo XX que tiene verdadera acogida en Bogotá (el cuarteto lo hizo en repetidas oportunidades el grupo Musicámara en 1989, con Helvia Mendoza, Jairo Peña, Mario y Ernesto Díaz).
El aforo de la LAA se agostó con semanas de antelación para la presentación del grupo francés Le Balcon.
La presentación tuvo, como el dios Jano, dos caras. Por una parte un espectáculo de multimedia sobre el escenario, tan innecesario que distraía la atención de lo realmente importante: la música misma. Esas iniciativas parecen obra de quienes desconfían de la música misma, y la consideran insuficiente para captar la atención del auditorio.
Logré, con dificultad, sustraerme de las proyecciones, muy intelectualoides por supuesto, y concentrarme en el cuarteto, que es una de las obras más profundas, conmovedoras y magistrales de la historia de la música, y mire usted que he medido exactamente el peso de las palabras que acabo de escribir. Como me sustraje y no permití que la distracción, puedo decir que se trató de una interpretación absolutamente magnífica, sin fisuras, honda y reflexiva, también impecable técnicamente hablando.
Valentín Broucke en el violín, Clotilde Lacoix en el violonchelo, la clarinetista Iris Zerdoud y el pianista Alain Muller tocaron la obra con el respeto y la profundidad que demanda. Momentos dignos de no pasar inadvertidos, sin duda, el Abismo de las aves que la clarinetista resolvió con solvencia, pulmones y concentración asombrosa; también la Alabanza a la Eternidad de Jesús del piano y el violonchelo, tan incisiva que cada acorde del piano tenía la profundidad de un treno mientras el chelo flotaba como un lamento por el espacio de la sala.
Gran concierto, si uno conseguía no dejarse hechizar por el canto de sirenas de la multimedia… que, me parece, le fascinó al público.
CAUDA
Hace mucho tiempo no veía unas notas al programa tan profundas como las de Jaime Ramírez para el concierto de Messiaen…que tocaba leer antes de entrar la sala que estaba extremadamente oscura para el dramatismo de las proyecciones.