Se sabía, antes de llegar a la Casa Blanca, que Reagan sería adorado por la gente -fue el más popular de todos los tiempos-, que Carter gobernaría a partir de la “micro gerencia” y que Obama, ante todo, sería un hombre conciliador -lo acusan de exceso de diálogo-. Pero no es fácil analizar, en el caso de Trump, cómo será su gobierno.
El presidente electo ha dicho muchas cosas, en su mayoría polémicas, pero luego, como si lo hiciera de aposta, echa para atrás o insinúa que no será tan radical. Sin embargo existen algunos rasgos que permiten -son, casi, evidentes- hacer una lectura de su posible administración.
Proteccionismo globalizado
Uno de los elementos notorios de la política de Trump es su afán por rescatar el proteccionismo. Con la llegada de su gobierno, ese término, al que algunos sectores le temen, cobra vigencia. Pero parece difícil de implementar en medio de un mundo globalizado a nivel político y económico.
Algunos analistas advierten que Trump plantea un proteccionismo distinto al que se conoció en décadas anteriores. Si bien rescata el orden geopolítico de mediados del siglo pasado, a partir de sellar alianzas con viejos aliados (Israel) o equilibrar fuerzas con potencias rivales, no desconoce la globalización económica, elemento indiscutible del comercio contemporáneo.
En diálogo con EL NUEVO SIGLO, Vicente Torrijos, profesor emérito de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, dice que el proyecto de Trump es “mucho más sofisticado de lo que a simple vista parece”.
En su explicación, Torrijos plantea que “hay una ruptura completa” con el modelo anterior. Existe un “americanismo interconectado” que consiste en darle prioridad a los “intereses nacionales como eje prioritario en conexión directa con los verdaderos socios de ese interés”. Así, “Estados Unidos tiene que valorar su propio interés y encontrar aliados para no desgastar su liderazgo”, explica, demostrando que esta es una diferencia central entre el gobierno Trump y el de Obama.
La experiencia de Donald Trump en el mundo de los negocios se va ver durante su gobierno. Como empresario va actuar, sin descansar un solo minuto, a partir de una lógica de costo-beneficio. “Trump tiene una obsesión por el costo-beneficio. Su política eminentemente es racional, a diferencia de la de Obama que estaba inspirada por ideales”, anota Torrijos.
Pero la visión generalizada sobre su gobierno es negativa. En especial, se cree que es inviable implementar un “proteccionismo globalizado”. “El grado de interdependencia de Estados Unidos con países como China o México es tan profundo, que echar para atrás acuerdos comerciales es virtualmente imposible. Pero puede ser que trate de imponer ciertas renegociaciones”, explica Arlene Tickner, profesora de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.
Las dinámicas globales imponen el cumplimiento de acuerdos transnacionales y tratados que, al ojo de la comunidad internacional, parecen inquebrantables. ¿Trump se atreverá a cambiar estas bases bajo las cuales se ha gobernado el mundo durante los últimos 30 años? Parece que sí. Es la nueva faceta del “proteccionismo globalizado”.
Palabras y promesas
Son tantas las promesas que Trump ha hecho, que estas dos páginas no bastan para resumirlas (bueno, eso pasa con casi todos los candidatos presidenciales). Sin embargo, entre lo que ha prometido y sus declaraciones –algunas veces serias, otras polémicas, ¿divertidas?-, se dilucida una plataforma programática que toca muchos temas.
Esas cuestiones son el presupuesto, el gasto público, la aplicación de los derechos civiles, el control del crimen, el ejército, la política exterior y el medio ambiente, entre otros. Trump le reducirá a las corporaciones los impuestos al “0” por ciento, tampoco gravará a las grandes petroleras y, como si se tratara de un recorte del gasto público, limitará el presupuesto para educación y defensa.
Aunque estas numerosas iniciativas no será encabezadas exclusivamente por él. Bueno, eso es obvio: para eso tiene un gabinete. Lo que sucede es que en Washington corre el rumor de que Trump le va delegar a Mike Pence, su vicepresidente, el manejo -casi exclusivo- de la agenda doméstica, según el portal El Político y Heather Digby, periodista de la revista Salon.
Según Digby “el poder ejecutivo va ser dirigido por un comité central” cuyos jefes, por nivel del cargo, serán Trump y Pence, quien tendrá la responsabilidad de lidiar con el Congreso. Eso, en términos generales, es normal. Joe Biden, vicepresidente de Obama, manejó la agenda del Ejecutivo en el parlamento, logrando resultados positivos, pese a la oposición republicana. Pero, en este caso, se habla de mayor poder. ¿Pence, el ultrapoderoso?
¿Cuáles políticas?
Efectivamente: Donald Trump sí tiene una hoja de ruta. No es que tenga un programa en el que diga, minuciosamente, qué va hacer, sino que, sin cesar, ha dicho cuáles serán sus primeros pasos.
Al parecer, su primer objetivo será derogar el plan de salud de la administración saliente, “Obamacare”. Parece una tarea fácil, pero a medida que Trump ha conocido la magnitud de este modelo ha reculado, temeroso de enfrentarse con una extensa población que es beneficiaria de éste: en total son más de 20 millones personas.
El Partido Republicano, quien por vía de mayorías en el Congreso tendrá que derogarlo en compañía de Trump, no ha estado a favor de desmontar “Obamacare”, pese a que según ellos ha generado un enorme déficit. “Lo que se ve en el Congreso es que, pese a las ganas de Trump de acabarlo, sería muy difícil borrarlo del mapa”, manifiesta la profesora Tickner a EL NUEVO SIGLO.
La agenda de Trump a nivel local no sólo trata la salud. Otro punto fundamental son los derechos civiles, que, tras la salida de Obama, pasan por un momento crítico según los sectores liberales. El presidente electo, sin embargo, tiene posiciones ambiguas al respecto; no hay que olvidar su paso por el Partido Demócrata.
Trump ha dicho que los estados federales podrán definir el uso y venta de la marihuana y el manejo que le den a las drogas, también acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo y tiene posiciones encontradas frente al aborto -lo apoyó cuando era demócrata-, aunque al final de su campaña reiteró que estaba en contra. ¿Fue una estrategia electoral? Quizá está en contra del movimiento, “Blacks Matter”, que ha tomado más fuerza con su llegada a la Casa Blanca -este movimiento social paralizó varias ciudades durante el gobierno de Obama-.
De acuerdo a lo que dijo durante toda su campaña, la migración, será otro elemento central de su gobierno. “Se sabe que es irrealista su propuesta de expulsarlos a todos de inmediato porque no existe la capacidad para hacerlo. Pero no hay duda que lo que quiere es endurecer la posición del gobierno frente a los ilegales”, dice Tickner.
El mundo de Donald
Trump sólo habla de dos países: Rusia y China. Pocas veces se refiere a Europa, como si fuera un territorio que quedó en el pasado. Él concibe el mundo entre potencias, priorizando los intereses de cada una; los demás son secundarios.
“En Trump hay una especie de tendencia intelectual a crear un orden mundial basado en el equilibrio de poder de las grandes potencias, qué tendrán que repartirse y un respeto por las áreas naturales de influencia”, explica el profesor Torrijos, argumentando que esta visión hará que cambie el manejo de Medio Oriente y Corea del Norte.
Torrijos opina que el mundo enfrenta “algo muy parecido al tratado de Yalta”. En esa ocasión las potencias (1945) -Rusia, Estados Unidos y Reino Unido- se repartieron el mundo, conforme a sus intereses. De la misma manera Trump busca reorganizar la geografía mundial invitando a un nuevo actor: China. Con esto, Estados Unidos busca estabilidad, sin desafiar a Pekín y Moscú. “El rol de Rusia no debe ser desafiado. Debe ser respetado. ¿Para qué? Para lograr un equilibrio. Equilibrio no significa paz, sino estabilidad”, espeta Torrijos.
En el marco de esta reorganización mundial la guerra en Siria jugará un nuevo papel. Trump ha dicho que Vladimir Putin, su homólogo ruso, ganó la guerra, buscando la estabilidad del régimen de Bashar Al Assad. En esa medida, Estados Unidos tiene que estar al pie de la construcción del país, pero bajo las condiciones de Moscú. Del mismo modo, Rusia debe respetar los intereses norteamericanos en Medio Oriente: Israel, Arabia Saudí y los emiratos.
“Israel va cobrar plena vigencia y el acuerdo con Irán tendrá los día contados en la medida en Trump logre con Putin una tenaza en el área que pare el expansionismo iraní”, dice Vicente Torrijos. Cabe recordar que Teherán firmó un acuerdo nuclear con Estados Unidos y otros cuatro países para eliminar su carrera armamentista y los niveles de uranio en su territorio.
Llegó el momento que “Geda”, el mico adivino de China, predijo meses antes de las elecciones presidenciales 2016: Donald Trump gobernará en la Casa Blanca. Para muchos una pesadilla interminable, para otros una satisfactoria vuelta a la década de los sesenta.