"No se deje convencer de quienes no quieren la paz, pues no hay por qué acolitar su gran equivocación."
Es esa la advertencia de un ciudadano del común, que le tocó vivir el rigor del conflicto. Y agrega:
"Esas personas (la mayoría de las que se oponen a los Acuerdos de Paz) son por lo regular citadinas, que han tenido siempre una vida confortable y desconocedoras de la realidad del país, quienes inducen al miedo y actúan como "profetas del desastre", sin darse cuenta que están al servicio de una clase política agresiva y obstinada en resolver los problemas por la fuerza. "
Afortunadamente, con quienes había que hacer la paz ya hubo un acuerdo, "el mejor acuerdo posible".
Lo lamentable, es tener que soportar ahora a quienes no quieren dejar hacerla, sin si quiera haber formado parte del conflicto, presionando para que esta se haga a su manera.
Les parece que los acuerdos hay que revisarlos sin siquiera conocerlos, o afirman que " son muy malos los ejemplos en el vecindario, en donde vemos un pésimo resultado de la fórmula que se nos propone".
El exministro de Hacienda, Rudolf Hommes, se refirió en la prensa al contraste entre "los temores que ha logrado propagar la derecha sobre el peligro inminente de una toma del poder por el ‘castrochavismo’ y la confianza que exhiben los exguerilleros en que se les va a cumplir con lo pactado".
Por eso, mucho mal le hacen al país quienes ahora se dedican a amedrentar
a la ciudadanía si los acuerdos se llegasen a cumplir, alimentando a cambio las condiciones para que la derecha en Colombia, al igual que la venezolana hace años, se obsesione en continuar con su indolencia, su codicia e inequidad social que por muchos tiempo reinó en ese país, y que más bien fue lo que desbordó la paciencia de los más pobres hasta llegar a lo de hoy.
Los acuerdos de paz, por el contrario, son una fórmula de arreglo que ayudan a evitar lo que actualmente sucede en el vecino país y no como quieren hacérnoslo creer quienes utilizan esa versión como estrategia política para confundir al electorado.
Hay que entender que los Acuerdos de La Habana son una fórmula de concertación entre los alzados en armas y el Estado Colombiano con su respectiva
Institucionalidad, bajo la supervisión y vigilancia de Organismos Internacionales, entre ellos la ONU, que no comulgan con lo que está pasando en Venezuela.
Los acuerdos no son el capricho de una persona, ni mucho menos son para entregarle el poder a las Farc, sino la oportunidad de cambiar las balas por votos y participar de la vida democrática dentro del marco Constitucional y legal.
Con el agravante ahora de pretender utilizar el Congreso de la República para entorpecer la aprobación del eje principal de dichos acuerdos, como es la Justicia Especial para la Paz, comenzando por los parlamentarios que ambicionan supuestos beneficios electorales a raíz de su conducta.
Más cándidos quienes siguen aplaudiendo posiciones de esa naturaleza, sin medir las consecuencias de volver a las épocas de terror que ha vivido el país.